
China celebra su año nuevo, el año del Dragón (a modo de curiosidad, estrenarán el año 4722, ya que ellos los cuentan desde la coronación del Emperador Amarillo en el 2698 a.c.). Parece que las autoridades se han propuesto celebrarlo interviniendo para devolver alegría a sus mercados bursátiles. No dudamos que dichas medidas puedan conseguir rebotes, e incluso que estos puedan ser muy sustanciales. El punto de partida es propicio: fuerte sobreventa previa, junto con valoraciones muy deprimidas, suele ser el caldo de cultivo perfecto.
Sin embargo, en nuestra opinión, intentar intervenir directamente en activos bursátiles es tratar al síntoma, no a la enfermedad. El problema real no es que las bolsas caigan. La pregunta es cuál es el motivo que conduce a los inversores a la venta.
Aparecen ahí unos cuantos sospechosos. En la opinión de un servidor, el peor de los problemas es que las autoridades chinas han perdido el pragmatismo que precedió a Xi Jinping. El objetivo era antes asegurar crecimiento, sin renunciar a la ideología, pero dejándola en un segundo plano. Hace ya algunos años donde ha quedado claro que las prioridades se han invertido. Se interfiere en la actividad privada en función de criterios establecidos para servir a un "bien mayor". Se retoman recetas caducas: el comunismo fracasó por pretender la planificación centralizada. No parece pues un buen caldo de cultivo en el que invertir, a pesar del enorme potencial de la economía china.
Lo que de verdad hace caer a las bolsas seguramente tenga mucho más que ver con los problemas en el inmobiliario. En China para comprar un piso es necesario avanzar gran parte del dinero de inicio. Cuando los promotores entraron en dificultades (por intervención estatal, por cierto, que pretendía evitar posibles burbujas), y los compradores veían que donde debieran estar sus pisos solo había solares vacíos, crecía la desconfianza y se reducían las nuevas ventas de pisos, lo que a su vez cercenaba aún más las finanzas de los promotores, altamente endeudados. Un círculo vicioso de difícil solución, en tanto las autoridades no querían aparecer magnánimas ante los excesos del sector privado. Evergrande, tal vez el más conocido en el sector, quebró definitivamente hace unos días. Los ciudadanos chinos tienen la mayor parte de sus ahorros invertidos precisamente en el inmobiliario. El consumo, inicialmente obstruido por las restricciones por la Covid, no mejoró tanto como debía cuando estas se levantaron.
Una parte de la solución es obvia. Obligar a terminar los pisos comprometidos para restaurar la confianza en el sistema. Y en eso parece que están. Pero el problema real es que el precio del inmobiliario en China es muy elevado, y debe corregir. Comprarse un piso en las principales urbes del país es más caro de lo que lo es en Londres, Tokio o Nueva York (usando métricas como el Price-to-income).
Un ajuste brusco, como el que pasó a finales de la primera década del siglo en España, por ejemplo, parece descartado. Las autoridades pueden manipular los precios, y quieren evitar el impacto que ello tendría, tanto a nivel social como económico. La alternativa, un lento y largo goteo a la baja, previsiblemente obstaculice un mejor comportamiento del consumidor.
Sin un consumo interno vigoroso, se antoja difícil ser optimista. La inversión extranjera está de retirada. A un proceso de relocalización de procesos productivos (la pandemia enseñó que la globalización nos había dejado cadenas productivas demasiado frágiles) se le une la timidez del sector público (que no quiere incurrir en déficits excesivos) y un sector privado coartado por los objetivos que se dictan desde el Gobierno.
Quienes trabajamos en esto de los mercados financieros decimos que se da un dead cat bounce (rebote del gato muerto) cuando acontecen rebotes de precios en medio de una tendencia bajista. Si China no consigue revertir los problemas fundamentales antes explicados, el año del dragón tiene toda la pinta de ser más año de felino en mal estado que otra cosa.