
Corren tiempos extraños, tanto, que yo, que ya tengo una edad, he llegado a no saber distinguir qué es la izquierda y qué es la derecha, o, mejor dicho, cuáles han de ser las políticas de un partido de izquierdas y cuáles las de un partido de derechas. Me resulta desconcertante escuchar a la mayoría de las personas que se consideran de izquierdas, y que no están de acuerdo con la amnistía, decir a continuación eso de que "mejor la amnistía que la derecha".
No tengo intención de debatir con aquellos que piensan que la derecha ha supuesto un retroceso para el país cuando ha llegado al poder, incluso puedo admitir como punto de partida de estas líneas, que no son más que una reflexión, el siguiente axioma: "la derecha es lo peor, se olvida de los menos favorecidos mientras beneficiaba a los ricos, fomenta la desigualdad, es reaccionaria y autoritaria, y, por si fuera poco, corrupta hasta el tuétano".
No me extraña que, con las citadas cualidades de la derecha, los votantes de izquierda hayan sentido una enorme tranquilidad cuando se han hecho realidad los acuerdos entre el PSOE y los partidos independentistas. Da igual el precio, porque "la derecha es lo peor", y con esa cantinela se cierran los ojos a lo que está sucediendo. Y la realidad no es otra que los acuerdos firmados suponen favorecer a los ricos (en este caso a dos territorios, Cataluña y País Vasco), mientras se arrebatan recursos a los pobres, eliminando el principio de solidaridad; dan lugar a la desigualdad ante la ley, pues se perdonan los delitos a determinados delincuentes a cambio de sus votos; se cede la totalidad de los impuestos a Cataluña con la consiguiente fractura del sistema fiscal (Hacienda ya no seremos todos), se perdonan miles de millones y se otorgan nuevas competencias a esas autonomías. Se trata de acuerdos reaccionarios pues nos hacen volver a tiempos en los que la separación de poderes era una simple quimera que marcaba la diferencia entre el súbdito y el ciudadano; son también acuerdos autoritarios puesto que nos imponen, por imperativo legal, un relato de lo acontecido en España en los últimos años que nada tiene que ver con la realidad; y son enormemente corruptos porque, de acuerdo con la definición que la RAE da a la palabra "corromper", alteran y trastocan nuestro Estado de Derecho, lo echan a perder, lo dañan y lo pudren, habiendo alterado, además, nuestra convivencia. Como decía recientemente una política catalana, "el conflicto ha dejado de ser entre catalanes. Ahora el conflicto es entre españoles".
Pero no sólo eso, parece que los votantes de izquierdas siguen sin percatarse de que hace muchos años que el PSOE dejó de ser socialista, obrero y, últimamente, español; que sus políticas económicas no son tan diferentes de las de la derecha (en el mundo global es muy difícil apartarse de lo que marca la autoridad supranacional), y que detrás de esas siglas se han realizado múltiples ataques al bien común, siempre acompañados de las correspondientes migajas a los desfavorecidos y de dosis de ideología progre (eso que no falte).
Nunca dejaré de recomendar la lectura del libro Escuela o barbarie. Entre el neoliberalismo salvaje y el delirio de la izquierda, en el que se relata la decadencia del sistema educativo español causada tanto por la derecha como por la izquierda. El relato que se realiza en la citada obra de la deriva de la educación en España es extrapolable a otros muchos ámbitos en los que, como una mancha de aceite, y por colaboración entre la izquierda y la derecha, se va extendiendo una evidente decadencia. Uno de esos ámbitos es el de nuestra misma nación y su unidad, objeto de mercadeo de unos y otros desde hace demasiados años, sin que ninguno de los partidos que han gobernado en nuestro país sea inocente, pues en algún momento han otorgado concesiones a los partidos independentistas, con la enorme gravedad que ello supone, y minusvalorando el peligro que esas concesiones conllevaban. Como se dice en el libro citado, "algunos no vieron más que molinos de viento. Pero esta vez eran gigantes".
No soy optimista en el futuro de España, sin embargo, he de reconocer que me ha proporcionado una cierta esperanza la noticia de que están surgiendo nuevos partidos de izquierda, podríamos denominar "clásica", que se manifiestan en contra del movimiento independentista. Ojalá salgan adelante.
Tal vez en un futuro A. y G., los dos jóvenes universitarios a los que dedico estas líneas, puedan votar a un partido de izquierdas que realmente lo sea, sin tener que elegir entre amnistía o derecha.