
Decía Enrique Bunbury recientemente que la vida es lo que ocurre mientras no tenemos el móvil en las manos. Cuánta sensatez en tan pocas palabras. El problema surge cuando esa magnífica y placentera sensación que produce la desconexión se convierte en inquietud, en una especie de tensión por la creencia de que nos estamos perdiendo algo, de que el mundo gira a nuestro alrededor y nosotros lo percibimos, pero no participamos de "la fiesta". Sin embargo, ese distanciamiento voluntario, esa sensación de soledad escogida es la que nos hace exprimir con intensidad esos momentos de silencio, a los que él llama vida y nosotros: Estrategia.
Y aunque en nuestros respectivos ámbitos, el financiero y el industrial, la desconexión total por periodos largos no es factible ni recomendable, pensar y pensar bien, es pura supervivencia. Convertir esa sana costumbre en rutina, es un requisito que nos marcamos desde hace tiempo, con el fin de diagnosticar el entorno y las demandas de nuestros clientes de forma objetiva. Como decía Stephen R. Covey, en Los 7 Hábitos de la gente altamente efectiva, "se debe diagnosticar antes de prescribir". Así de simple. Y es que, en un mundo repleto de distracción, de constantes estímulos digitales, de mucha basura informativa y multitud de buena información instantánea, se hace necesario distinguir el grano de la paja.
A nosotros nos gusta hablar de pensamiento crítico, desafiante, experimental… en continua conexión con la curiosidad, alejándonos del miedo al fracaso, en busca de respuestas más allá de lo obvio. Pensar para detectar problemas, retos y oportunidades, partiendo de datos objetivos, trabajando el pensamiento analítico mediante la investigación de mercados, estudio de tendencias, analizando competidores y contextos en los que se encuentra el negocio o proyecto a potenciar. A partir de ahí trabajar el pensamiento lateral, abrazando la ambigüedad y la incertidumbre, con herramientas como la tormenta de ideas y ejercicios de asociación, tratando de fomentar la creatividad para romper con los patrones de pensamiento tradicionales, hasta adentrarnos en el ámbito de las perspectivas no convencionales y por qué no, buscando la generación de enfoques únicos.
Pensar implica también aterrizar, dando protagonismo al pensamiento experimental, para considerar de manera objetiva las ventajas e inconvenientes de las ideas surgidas. Su factibilidad y su posible encaje o alineación con los objetivos empresariales o sociales marcados. Pensar supone visualizar el problema como parte de un sistema más amplio, analizando cómo las diferentes partes interactúan y afectan al resultado general, revelando conexiones y dependencias. Pensar es ajustar enfoques a medida que obtienes nueva información, por eso se debe aceptar que las ideas o soluciones iniciales puedan necesitar modificaciones a medida que avanzamos en el proceso. A esta fase nos gusta denominarla pensamiento adaptativo, a la que ponemos una premisa: mantener la misión, visión y los valores que han fraguado nuestro ADN.
A menudo, cuando este proceso es profundo, flexible y sin restricciones mentales, podemos encontrar formas creativas para diversificar nuestros negocios principales. Pero en nuestras conversaciones, o desconexiones programadas, no nos limitamos a pensar sobre nuestros entornos laborales actuales y la fórmula para desarrollarlos. Como nostálgicos que somos de aquellos maravillosos años en la facultad, nos gusta acercarnos, desde el presente, a aquel pasado, ya muy lejano, por cierto, desde el que imaginábamos el futuro de la universidad: ¿Cómo evolucionaría la relación alumno/profesor?, ¿se fomentaría o fortalecería el debate y la diversidad de perspectivas?, ¿se promovería la relación del ex-alumno con la universidad?, ¿podría el estudiante simultanear las clases teóricas con prácticas en empresas? Y el talento, ¿cómo atraerlo o evitar que se fugara?
Un ejemplo cercano, surgido de horas de sana y saludable reflexión y pensamiento profundo, es Zedarriak, un think tank, que nació para fortalecer un sistema económico financiero que apoyara el arraigo, el progreso económico y la creación de riqueza. En el tercero de sus informes: Educación y Empresa, retos compartidos nos aporta alguna de las respuestas a aquellas inquietudes, cuando se plantean la necesidad de una mayor transferencia de conocimiento entre empresa, universidad y FP, una asignatura pendiente en la que se debe hacer especial hincapié para la atracción de talento. Hoy destacamos esta idea que nos comparten: "entre los nuevos elementos clave que condicionan las decisiones de movilidad del talento, especialmente entre los jóvenes, destacan la conciliación, flexibilidad, el teletrabajo, el salario emocional o los modelos laborales horizontales".
Y con una conclusión, que expuso la OCDE en su informe de julio de 2022 titulado Mejorar la transferencia de conocimiento y la colaboración entre ciencia y empresa en España: "El marco institucional actual de la universidad, no potencia suficientemente la conexión entre necesidades de empresas y el conocimiento generado en las universidades".
Desconectar para pensar, pensar para analizar, diagnosticar, imaginar futuros, prescribir, progresar... Progresar para avanzar, avanzar para crecer… Nos gusta denominar a este proceso "cadena de valor", con foco en el largo plazo, la ética y el futuro impacto social de cada una de nuestras decisiones actuales.
El desafío, una vez más, es pensar.