
Más de 828 millones de personas en todo el mundo pasaron hambre en 2021 y, en vista de las dinámicas actuales, resulta cada vez más complicado alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) en 2030, y en especial el objetivo 2, poner fin al hambre, y a su vez alcanzar la meta 1.5, o sea fomentar la resiliencia de los pobres y las personas que se encuentran en situaciones vulnerables y reducir su exposición y vulnerabilidad a los fenómenos extremos relacionados con el clima y a otros desastres económicos, sociales y ambientales para 2030.
El aumento de la población y su grado de urbanización, la inestabilidad macroeconómica, la pobreza, las desigualdades, las tensiones y conflictos geopolíticos, el cambio climático y la escasez del agua están causando estragos en los sistemas socioeconómicos y dañando los sistemas medioambientales.
Las vías de desarrollo seguidas en el pasado por los países de renta alta no son sostenibles y no son un camino a seguir para los países que quieren alcanzar cotas más elevadas de desarrollo. El aumento de la renta en los países de renta baja y media acelerará de hecho la transición hacia un mayor consumo de carne, frutas y verduras, en comparación con los cereales, lo que exigirá cambios proporcionales en la producción y aumentará la presión sobre los recursos naturales.
Aunque las inversiones agrícolas y las innovaciones tecnológicas están impulsando la producción, esta se ve obstaculizada por la degradación de los recursos naturales, la pérdida de biodiversidad y la propagación de plagas y enfermedades transfronterizas de plantas y animales –de las que recordemos que más del 80% son zoonósicas y por tanto transmisibles al ser humano-, algunas de las cuales además están desarrollando resistencias antimicrobianas, lo cual se prevé pueda constituir una de las primeras causas de muerte en el mundo a medio plazo.
Para invertir estas tendencias y alcanzar el ODS 2 y a su vez tomar en cuenta la meta 1.5, la FAO acaba de llevar a cabo una reflexión estratégica para identificar las medidas a tomar para transformar los sistemas agroalimentarios y luchar así contra el hambre y la malnutrición, garantizando la sostenibilidad ambiental y social a medio y largo plazo.
Los resultados, presentados en el informe "El futuro de la alimentación y la agricultura: factores y desencadenantes de la transformación" (FOFA 2022) confirman que es posible adaptar los sistemas agroalimentarios conforme a pautas de sostenibilidad y resiliencia, si se activan debidamente los desencadenantes clave de la transformación.
Dada la urgencia de actuar ahora para configurar un futuro mejor, este nuevo informe es extremadamente oportuno y pertinente. Al explorar caminos alternativos a medio y largo plazo para los sistemas agroalimentarios, socioeconómicos y medioambientales, el informe proporciona ideas muy útiles para informar los procesos de toma de decisiones. En él se analizan dieciocho impulsores socioeconómicos y medioambientales de los sistemas agroalimentarios, diferentes e interconectados, para comprender mejor cómo repercutirán sus tendencias en la sostenibilidad y resiliencia de estos sistemas.
De particular interés resulta que, a partir de esto 18 impulsores, la FAO ha puesto a disposición una potente herramienta de análisis de datos públicos nacionales e internacionales.
Analizando cómo influyen estos factores en todo el sistema agroalimentario, desde la producción, la transformación, la venta al por menor hasta el consumidor final, el informe examina los posibles resultados de los sistemas agroalimentarios y proyecta escenarios futuros. Así, el informe revela que la falta de visión, los enfoques fragmentarios y las soluciones rápidas ponen en peligro la transformación sostenible de los sistemas agroalimentarios.
Asimismo, destaca que avanzar hacia sistemas agroalimentarios sostenibles y resilientes implica implementar cuatro activadores clave de la transformación: en primer lugar, mejorar la gobernanza; en segundo lugar tendrá que aumentar la concienciación de los consumidores; además resulta fundamental mejorar la distribución de la renta y la riqueza y, finalmente, tendremos que generalizar las innovaciones tecnológicas, sociales e institucionales para que lleguen a todos los agricultores y a todos los colectivos.
Para hacerlo, será necesario lograr la implicación simultánea de gobiernos, consumidores, sociedad civil, organizaciones internacionales y empresas también, teniendo en cuenta que las diferencias en los contextos nacionales e incluso a nivel local pueden implicar enfoques diferentes. Los retos para transformar los sistemas agroalimentarios son abrumadores, y hay que contar con los costes y los obstáculos, pero posicionar los sistemas agroalimentarios en la senda de la sostenibilidad y la resiliencia sigue estando al alcance de todos. Pongámonos manos a la obra.