Opinión

Unos Presupuestos que dispararán la deuda

La ministra de hacienda María Jesús Montero

Los gobiernos son elegidos en las urnas y los candidatos prometen el producto que mejor puedan vender en el mercado electoral. En este momento, las rebajas fiscales cotizan al alza en la captura de votos.

Empezaron la Comunidad de Madrid y la Junta de Andalucía, después Valencia y, finalmente, se han ido sumando todos los gobiernos autonómicos que no están dispuestos a perder ventaja de cara a mayo.

Los Presupuestos Generales que ha presentado el Gobierno se suman a la estrategia de, por un lado, bajar los impuestos y, por otro, aumentar el gasto, fundamentalmente en pensiones y sueldos de empleados públicos. La subida del ingreso mínimo vital cierra el capítulo de gasto más importante.

El colectivo más desprotegido ante la inflación son los pensionistas, cuyo poder adquisitivo se ve fuertemente mermado. En ese sentido, se configura como un grupo social que necesita especial protección.

Otra cuestión distinta es la subida a los 2.000.000 de funcionarios que hay en España, que tendrá consecuencias en varios ámbitos. Influirá en los procesos de negociación colectiva y, por tanto, en la marcha de la inflación futura.

Sin embargo, siguen sin regularse mecanismos que midan la productividad del sector público y, que sirvan de parámetro para el cálculo salarial.

Para tranquilizar a los mercados, el Gobierno ha afirmado que controlará el déficit. Es verdad que en el primer semestre del año se ha mantenido bajo control, pero no es menos cierto que fue posible por la congelación del gasto público.

Con estos Presupuestos, el ejecutivo ha repartido baraja nueva y será imposible impedir que la deuda se dispare.

Como el papel lo soporta todo, y para lograr la cuadratura del círculo, el gobierno ha partido de la premisa de que la economía crecerá el 2,1%. Es una previsión errónea, no solo porque las que hace la OCDE, o el Banco de España, indican que será del 1,5%, bastante alejado de la predicción gubernamental, sino porque dado el precio del gas y las expectativas para este otoño, el sentido común llama a ser menos optimista.

El último reclamo electoral es el impuesto de patrimonio y la subida del IRPF a las rentas altas. Será necesario ver si el impacto recaudatorio es el que el Ministerio de Hacienda predice o existen fugas fiscales a través de personas jurídicas que servirán de refugio a los grandes patrimonios.

Pero, si echamos un vistazo a lo que está pasando en otros países europeos, el riesgo de que estas medidas sean perjudiciales en la economía es alto.

Lizz Truss prometió lo que le convenía para ganar votos en su campaña: bajar impuestos y aumentar el gasto. Los problemas vinieron de inmediato cuando decidió cumplir con las medidas prometidas.

El déficit de Reino Unido en 2021 fue del 8% del PIB y su deuda llegó al doble que la de 2008. Los inversores, que hace tiempo que dejaron de creer en la curva de Laffer, entendieron que bajar impuestos iba a suponer una caída de ingresos que, junto al paquete de aumento del gasto aprobado, tendría un efecto negativo sobre la inflación.

Pese a que el Banco de Inglaterra aseguró que no contemplaba variar la previsión de la inflación, el miedo es libre y el pánico hizo que el dinero saliese de estampida.

A Meloni le ha empezado a ocurrir lo mismo que a Truss. Ante la expectativa de que cumpla sus promesas de aumento del gasto y reducción de recaudación ha empezado la desinversión de capitales.

Alemania, aunque tiene unas cuentas más saneadas, ha aprobado un paquete de estímulos que elevará la deuda. La consecuencia será más subidas de los tipos de interés. Si los tipos de interés llegan al 4%, habrá recesión en forma de caída del crecimiento y aumento del desempleo.

Las cuentas públicas españolas están maltrechas, la deuda pública es del 115% del PIB frente al 95% de Reino Unido o el 70% de Alemania y el déficit estructural es de 50.000 millones de euros, la mayoría concentrado en el sistema de pensiones que, para el año que viene aumenta su gasto en algo más de 13.000 millones.

En las campañas electorales, los partidos políticos ofrecen lentes que proyectan una manera de ver las cosas atractiva para los votantes. Cada uno elige las gafas que muestran la visión del mundo que más le gusta. Lo malo es que la realidad es la que es.

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