
A veces nos sentimos cansados, apáticos y no somos capaces de tirar hacia adelante. Es entonces cuando llegan las recomendaciones de los allegados: ve al médico, tal vez debes hacerte un análisis, tendrías que comer más, necesitas dormir, haz ejercicio, hidrátate mejor, etc. Una recopilación de recomendaciones, en la mayoría de las veces acertadas, que gestionadas en su conjunto ayudan a que nos encontremos mejor y tengamos más energía.
Se me hace difícil determinar cuál de esas recomendaciones es más relevante, porque cada una de ellas está relacionada con las otras. La gestión del conjunto, y un planteamiento de agrupación de variables, suele ser la que mejor resultado aporta a la persona.
Se me antoja ahora, aun no siendo erudita en la materia, hacer un paralelismo con la gestión de la energía en nuestro país. Una, como ciudadana, tiene la impresión de que, ante la necesidad imperiosa de cubrir las demandas energéticas de consumidores y empresas, y ante la repercusión enorme en los costes que los dos grupos mencionados soportan ante cualquier decisión que se toma por parte de las autoridades, es difícil que el debate y la toma de decisiones se hagan con una mirada amplia y práctica que vaya mucho más allá de la ideología y los intereses.
De esta manera, aceptamos la clasificación de las energías como buenas o malas, sostenibles o insostenibles ignorando cómo afectan todas ellas a las cadenas de producción y suministro de los bienes y servicios que utilizamos todos los días. Y, ni siquiera nos planteamos las preguntas más básicas acerca de cuál es la capacidad productiva del país, cuál es la procedencia de la energía, si se puede o no almacenar, cuál es el impacto global de su cadena o como se configura su precio. Todo queda anulado por aquella competición envolvente en la que nos encontramos actualmente, bajo el paraguas de la tan omnipresente sostenibilidad y en la que gana quien consigue la percepción de ser el más verde de acuerdo con la línea ideológica mayoritaria.
Sin embargo, como casi todo en la vida y en el medio ambiente, cualquier energía tiene sus puntos fuertes y débiles y en un tema altamente técnico y complejo, es difícil que el ciudadano de a pie sea capaz de discernir acerca de cuál es el modelo que más beneficia al país o aquel que le beneficia más a él como consumidor. Así, el recibo personal de la luz se convierte en el principio y el final de todo, en medio de un bombardeo informativo donde la palabra precio ocupa un espacio tan indefinido como grande: precio medio diario por MWH, precio para cada hora del día, precios de contratación, etc. Conceptos que forman parte ya del día a día de un consumidor perdido en el detalle sin entender la procedencia del problema.
Llegados a este punto creo que hay un axioma claro en el que estamos de acuerdo: necesitamos energía y todo lo que rodea su producción, transporte, procedencia o uso nos afecta mucho más de lo que nunca habíamos imaginado.
Por este motivo, y claro, siempre desde mi punto de vista, tendríamos que ampliar el territorio de conversación con una óptica más abierta para resolver nuestros conflictos con la energía. Máxime, cuando el contexto geopolítico se empeña en
recordarnos con insistencia que gran parte de la energía que utilizamos no es nuestra y que, en un golpe de mano, podemos quedarnos sin ella. El mismo contexto, nos advierte de que son muchos y variados los aspectos que pueden afectar, no sólo a la sostenibilidad entendida desde la óptica del cuidado del planeta sino a la supervivencia de las personas.
Sería interesante y sobre todo deseable, que, como sociedad, no pensáramos que nuestra única relación con el tema empieza en el derecho a recibir la energía y la obligación de abonarla. Debemos tener la capacidad de definir realmente cuál es el mejor conjunto, o al menos saber cuál es el que queremos. Ser capaces de analizar bien sus atributos y encontrar la mejor intersección entre ellos. Sin exclusiones absolutas, sin imposiciones masivas. Con una información clara y transparente de las fortalezas y debilidades de cada una de las energías, sabiendo que ninguna es perfecta y que la responsabilidad es nuestra. Solo así podrá el consumidor implicarse en la gestión de todas las variables que dentro de su día a día impactan en este complejo entramado.
Encontremos una taxonomía propia que nos permita "tirar mejor" y salgamos de esa apatía que nos lleva a tan malos resultados. Al final, no es una cuestión de percepciones sino de supervivencia.