Opinión

China, bancos centrales e inflación

Como es tradicional desde 1978, este último fin de semana de agosto se lleva a cabo la reunión de Jackson Hole. Para los que no hayan oído hablar de ella, decir que es probablemente la reunión con más interés en materia de política monetaria.

Aun cuando en este año no han acudido ni la presidenta de la Reserva Federal (Fed), ni su homólogo del Banco Central Europeo (BCE), la cita ha levantado un gran interés. Desde luego el momento era propicio, pues se organiza en el momento en que China acapara los titulares de todos los medios de comunicación por la preocupación de su economía. Pero aun sin la situación del país oriental las expectativas estaban justificadas, pues la temática central llevaba por título: Dinámicas de inflación y política monetaria. Pocas veces la casualidad ha sido tan oportuna, pues en ese análisis de cómo generar inflación, tanto el BCE como la Fed, ambos con objetivo de un 2 por ciento anual, están experimentando la dificultad de generar crecimientos de precios. Pero es que, además, el empeño de los dos principales bancos centrales del mundo choca con la deflación que está exportando China.

La debilidad china ha propiciado la devaluación del yuan en algo menos del 5 por ciento, aunque somos muchos los que pensamos que esta devaluación es aún insuficiente y posiblemente veamos nuevos movimientos en el mismo sentido. Además esa devaluación está arrastrando a las divisas de otros países del sudeste asiático, que compiten con China en vender sus productos a Europa o a América del Norte, también con una devaluación. China vende en yuanes y para un consumidor occidental eso significa que sus productos van a ser más baratos o, al menos, no aumentarán de precios, por tanto la devaluación del yuan es deflacionistas per se para los países avanzados.

Pero además la exportación de deflación por parte de China se agudiza por la debilidad de su crecimiento. China era el mayor consumidor de materias primas del mundo, sin embargo la desaceleración de su economía, así como un menor ritmo inversor del país en infraestructuras, ha rebajado la demanda de estos recursos. Prácticamente todas las materias primas han visto descender su precio por una menor demanda. En el caso del petróleo y del gas, encima, coincide con una sobreoferta propiciada por las nuevas técnicas de extracción no convencional, fracking. Se une a esta sobreoferta la irrupción de Irán que antes o después irá normalizando relaciones con los países accidentales, y no lo duden, demandará su cuota de exportación de petróleo, lo que presionará todavía más a la oferta de crudo, con el más que probable problema de una oferta ya muy amplia.

Los países desarrollados se enfrentan a un panorama difícil de creer: los bancos centrales han emitido, (EEUU), o están emitiendo (Eurozona y Japón), cantidades ingentes de moneda. Siempre se ha dicho, y así se recoge en los tratados de política monetaria, que para generar inflación basta con imprimir moneda, inundar a un país con billetes. Sin embargo, en la actualidad la medida no parece funcionar.

Quizá el mejor ejemplo lo tengamos en Japón. Desde hace ya tiempo, casi tres años, los nipones llevan inundando su economía de dinero, sin embargo la evolución de los precios son testarudos y no vemos que los mismos se acerquen a ese anhelado 2 por ciento. En el caso japonés se pondrá como excusa que el Gobierno de Abe subió el IVA, por cierto muy bajo en comparación con el europeo o americano, pero es que Japón lleva ya varias décadas intentando frenar la deflación y no lo consigue, y muchos nos preguntamos qué está fallando. En mi opinión es que se puede inundar un país de dinero, pero si este dinero no circula vía consumo el esfuerzo resulta baldío. Japón nos puede ofrecer un buen escaparate para explicar el problema, y no es otro que el país se encuentra inmerso en una recesión de balances, eso lleva a que empresas y familias acaparen dinero y no gasten, no consuman. Encima ese consumo puede verse frenado con el enorme envejecimiento de la población, como es el caso de Japón, o como el de Europa también porque la confianza en la economía, por tanto las decisiones de consumo, no acaban de despuntar por las elevadas tasas de desempleo. También, cómo no, porque el sector privado es menos propenso al consumo por estar enormemente endeudado, y lo que preocupa es amortizar préstamos.

En resumen, estamos en un momento que por diferentes causas el consumo se refrena, además de importar deflación.

En mi opinión ahora ya es necesario algo más que imprimir billetes; hace falta disminuir endeudamiento, generar confianza vía empleo y que los países periféricos solucionen sus problemas ya sean productores de bienes básicos o materias primas. No nos equivoquemos, los niveles de inflación son siempre necesarios, más cuando el endeudamiento es tan elevado como el actual.

En casos como el de España, donde tenemos problemas de envejecimiento que se traducen en una situación complicada como son las pensiones, algo de inflación, ese 2 por ciento, y el aprovechamiento del factor de revalorización podrían tener efectos balsámicos. La inflación es como el colesterol, un exceso es un factor de riesgo tremendo, pero sin él las complicaciones para las venas son tremendas. Quizá deberíamos regresar al principio de los tratados macroeconómicos y reconocer que cuando el consumo aumenta se genera inflación, y que por sí mismo mucho dinero en una economía no tiene por qué generar aumento de precios.

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