
Las sanciones impuestas por la Unión Europea a Rusia obligan a que Europa replantee su suministro energético. La razón de la gran dependencia de Europa de los hidrocarburos rusos es doble: por una parte, la herencia histórica de la antigua URSS y sus países satélites, muchos de ellos integrados hoy en la UE; por otra, la proximidad geográfica y la posibilidad de transporte terrestre, que abarata el precio. La dependencia de Europa es cercana al 26% en el caso del petróleo, muy por debajo de más del 40% del gas. Es por ello que ahora se estén abordando las sanciones al petróleo y se estén retrasando las del gas.
Hace unas semanas la Unión Europea propuso el programa REPowerEU, similar al decálogo hecho público por la Agencia Internacional de la Energía, con medidas a corto y a medio/largo plazo. Aunque originalmente ambos documentos estaban pensados para la independencia del gas, varias de las medidas pueden ser extrapolables al petróleo.
Entre las medidas a corto, la fundamental es la diversificación de suministradores, acompañada del incremento de almacenamiento y la gestión de compra conjunta. Para el petróleo, además de Nigeria (principal suministrador de España), México, Kazajstán o Brasil, se puede mirar a Venezuela o Irak, si bien a éste último Rusia le presiona para evitarlo, al igual que ocurre con otros países de Oriente Medio (principalmente Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos). En cuanto a Estados Unidos, tardaría algunos meses en intensificar su producción de crudo de fracking. No debemos olvidar que el origen del petróleo condiciona también los productos que se pueden obtener del mismo (de ahí que ahora el precio del gasóleo esté por encima del de la gasolina).
En cuanto a la diversificación de suministros de gas, tras unas primeras semanas de adaptación de Estados Unidos, ha pasado a convertirse en el primer exportador mundial de gas natural licuado. Para poder recibir grandes volúmenes de gas licuado Europa está desarrollando plantas de regasificación, algunas de ellas flotantes (con menor tiempo de construcción), estableciéndose ya conexiones entre países, como ha sucedido con Polonia, que a raíz del corte de gas por parte de Rusia ha comenzado a abastecerse por Lituania a través de un nuevo gasoducto. Además, existe un gasoducto procedente de Azerbaiyán que entra por Grecia, junto con las nuevas conexiones que prepara Italia para traer el gas desde el centro y norte de África.
Las medidas a más largo plazo pasan por soluciones tecnológicas. En el medio plazo (menos de cinco años) se pueden intensificar las medidas de eficiencia energética y la integración de renovables, tanto térmicas como eléctricas. En cuanto a las medidas a largo plazo (diez años), se puede cambiar el modelo de refinerías tradicionales hacia refinerías bajas en emisiones, generando hidrocarburos sintéticos a partir de residuos orgánicos, hidrógeno verde y CO2 capturado.
En España, la situación es diferente, con una baja dependencia del petróleo y gas rusos (2% y 8% respectivamente), y una amplísima red de regasificadoras, lo que permite disponer de gas licuado (más caro que el de gasoducto). Además, existiría la posibilidad de recuperar las relaciones con Argelia, o incluso aprovechar el futuro gasoducto que Marruecos quiere construir desde Mauritania y Nigeria.
Si bien el daño que se le pueda hacer a Rusia con el petróleo es limitado, pues puede colocarlo en el mercado asiático, el gas sí que podría causar un daño importante a Rusia, porque tardaría unos años en poder redirigir el flujo de estas exportaciones hacia China o países del sur de Asia al disponer de muchos más gasoductos hacia Europa que hacia China. El bloqueo al gas ruso también tendría consecuencias económicas para Europa, dado que el mayor consumo del gas lo presenta la industria (60% en España). Por ello, además del incremento de coste de calefacción para los hogares, se produciría pérdida de empleo y recesión económica, especialmente en países con un fuerte sector industrial como Alemania.
Como conclusión, es más factible independizarse del petróleo que del gas, pasando ambas opciones por la diversificación de fuentes y aumento de reservas en el corto plazo, y continuar la implantación de soluciones tecnológicas ya comerciales, promoviendo la madurez de otras más novedosas. El objetivo final debería ser la independencia del gas, que es lo que realmente pondría en dificultades a Rusia, si bien el precio que pagaría Europa, al menos en el corto plazo, sería alto en términos de recesión económica.