
El peor de los escenarios se confirmó en la crisis geopolítica entre Rusia y Ucrania (y Occidente), tras ordenar el presidente ruso, Vladimir Putin, una operación militar en el Donbás que ya se ha extendido a gran parte del territorio ucraniano, alcanzando incluso a la capital Kiev. A pesar de cruzar el punto de no retorno al invadir Ucrania, Putin es consciente de que el coste de ocupar y mantener bajo su control un país tan extenso y con más de 40 millones de habitantes es inasumible para la economía rusa. Por dicho motivo, expertos en geopolítica adelantan que las tropas rusas se acabarán replegando y Moscú se conformará con anexionarse las autodenominadas repúblicas populares de Donetsk y Lugansk, para completar un corredor con Crimea, región que también conquistó en 2014. Pero eso no quiere decir que los intereses geopolíticos de Putin en Ucrania se vayan a reducir a una operación militar quirúrgica para controlar el Donbás. De hecho, las palabras del propio presidente ruso en las que puso en duda la soberanía del país vecino adelantan que tras lograr sus objetivos actuales proseguirá con una estrategia constante de desestabilización hasta conseguir un Gobierno títere en Kiev, que siga los dictados de Moscú.
La única forma de frenar a Putin pasa irremediablemente porque Occidente imponga a Rusia unas sanciones económicas ejemplares que aíslen al país. Si las medidas son tibias, como ocurrió en el caso de la anexión de Crimea, y se le deja actuar en Ucrania a su antojo, se abre la puerta a que Putin cumpla su gran sueño: recomponer la extinta URSS.
Solo unas sanciones ejemplares frenarán al presidente ruso en su objetivo de recomponer la extinta URSS
Para lograrlo, Moscú podría poner el foco en las tres repúblicas bálticas, Estonia, Letonia y Lituania. En conjunto, estos países suman menos de seis millones de habitantes y una extensión ínfima en comparación con Ucrania. Pero el hecho de pertenecer a la OTAN obligaría a Occidente a actuar militarmente para defenderlos, lo que daría lugar a una guerra a gran escala con un coste humano y económico incalculable.
El alza de los precios que provoca la invasión de Ucrania aboca al BCE a endurecer ya su política monetaria
Putin, por tanto, aboca al mundo a una guerra fría a largo plazo cuyo primer impacto ya se nota en las bolsas de todo el mundo, con caídas del 3,63% en el EuroStoxx 50 y del 2,86% en el Ibex. También se aprecia en el alza del 50% que experimentó el jueves el gas y en el hecho de que el petróleo supere los 100 dólares por barril. Estos últimos incrementos son solo un adelanto del gran problema posterior: el aumento sostenido que tendrá la inflación por los mayores costes energéticos. La Unión Europea será una de las regiones más afectadas por su elevada dependencia del gas de Rusia. Esta situación debería obligar a Bruselas a hacer una revisión de su estrategia de transición energética, dando más importancia a la energía nuclear para depender menos de Moscú. Con el mismo objetivo, la Unión también tomaría una decisión correcta si reactiva las interconexiones con el Magreb a través de España, lo que beneficiaría a nuestro país al tiempo que también reduciría el peso del gas ruso en el suministro.
Finalmente, el BCE también se verá obligado a actuar con rapidez y contundencia para frenar el alza de la inflación, que llegará al 6,5% en 2022. La entidad no tendrá por ello más remedio que acelerar el endurecimiento de su política monetaria, retirando estímulos y subiendo los tipos de interés, lo que frenará el crecimiento económico, castigando con más fuerza a economías muy endeudadas como la española. En definitiva, la guerra fría a largo plazo que Putin ha decidido iniciar al invadir Ucrania supone un claro freno a la recuperación económica.