El estallido definitivo del conflicto bélico entre Rusia y Ucrania es una muy mala noticia, en primer lugar y sin ninguna clase de duda por las consecuencias directas para la población, dramáticas. Adicionalmente, es también una pésima situación para la economía. No lo duden, este nuevo escenario trae consigo una importante lista de efectos sobre la misma.
Al llegar las primeras informaciones del avance militar ruso, los mercados comenzaban con unos muy significativos movimientos y se siguen esperando reacciones continuadas en el mismo sentido, de las que aún se desconocen la duración e intensidad en su alcance final.
Los índices rusos como el Moex (índice principal de la bolsa de Moscú) y el RTS registran caídas en torno al 30%. El Euro Stoxx 50 roza el -4,5%, El S&P 500 un -2%. También el IBEX 35 abría la sesión de ayer, 24 de febrero, en un -4%.
No solo la renta variable se ha visto rápidamente afectada, sino que también las principales commodities reflejaban cambios reseñables. Los futuros a dos meses sobre el oro, al igual que otros metales y valores refugio, han subido en torno al 3%; los correspondientes a un mes sobre el trigo se sitúan en el umbral del 5% y el TTF holandés, futuro de referencia en cuanto al precio del gas natural, llegaba a incrementos de un 20%. Sin ser distinto, el Brent se comportaba al alza fuertemente, superando la barrera de los 100 dólares por barril. Estos primeros efectos, puestos en perspectiva con otros factores adicionales presentes en la coyuntura económica, nos hacen fijar la atención sobre los siguientes aspectos.
En el contexto de una marcada inflación a escala global, el conflicto bélico podría afectar de varias maneras. En un primer lugar, el posible corte parcial o total del suministro de gas, sin duda llevaría al alza a sus precios presentes, los cuales llevan incrementándose desde tiempo atrás. Acentuar aún más el coste energético en Europa y, por ende, en España, intensificaría los ya analizados efectos sobre el IPC, con todas las consecuencias colaterales que ello conlleva y que empiezan a presenciarse en más elementos y sectores productivos de la economía, con la consecuente evolución al alza de la inflación subyacente.
Como agravante a este punto, la respuesta de Occidente hacia Rusia, consistente en sanciones de tipo económico esencialmente, implica ya en la actualidad la suspensión del Nord Stream 2 (el segundo gasoducto que uniría directamente Rusia con Alemania), y no es descartable reacciones sobre el 1. Si adicionalmente consideramos otros posibles cortes de suministro futuros, vemos como en la propia respuesta de Europa encontramos un dilema, pues conduciría, necesariamente, a la subida del precio del gas importado.
En definitiva, la cuestión energética y los efectos inflacionarios se presentan como los principales factores económicos iniciales de mayor relevancia. En esta línea no podemos dejar de citar, en ese primer análisis de urgencia, que el reciente avance de la inflación había conducido a los principales bancos centrales a replantear nuevas sendas para sus políticas monetarias. Aunque en el caso de Europa más laxamente, el consenso internacional de las economías occidentales apuntaba hacia a una retirada de estímulos monetarios, subidas de tipos y fin de programas de compras. ¿Cabría plantearse ahora si estas políticas, dada esta nueva situación con la estabilidad de precios tan en riesgo en productos como energía y materias primas, debieran paralizarse por el momento? Más aun, en el caso de España, al contar con una deuda estructural abultada supondría un punto de partida aún menos favorecedor.
Asimismo, de subir los precios de nuestros aprovisionamientos en general, el coste de endeudarnos sería sensiblemente más caro en un contexto de subida de tipos. Este círculo vicioso en torno a los precios propiciaría un menor crecimiento económico, en un nuevo escenario de contención del consumo y la demanda en general, tanto de empresas como de familias. Los costes que los agentes económicos pasarían a soportar de materializarse problemas adicionales con las cadenas de valor internacionales y el abastecimiento, aún en mayor medida que en la actualidad, podrían efectivamente desacelerar de nuevo nuestra economía, precisamente después de uno de los mayores periodos de recesión de la historia reciente tras el impacto del Covid-19.
Pese a que estos efectos se presentan como una posible cadena de consecuencias iniciales generalizadas, de todos los efectos citados es en el específico del gas donde la situación para España podría ser algo menos severa, pues es conocido que Argelia se presenta como el socio comercial principal de nuestra economía. En datos de noviembre de 2021, aproximadamente el 32% del gas que recibía España provenía de este país, frente al aproximado 10% de Rusia. De ahí que esta relación de no dependencia con Rusia nos permitiría sufrir estos efectos de una manera menos acentuada que otras economías.
En definitiva, pésimas noticias para los directamente afectados, la población epicentro del conflicto, pero a su vez muy malas noticias para las economías europeas, y por tanto la española, con efectos directos sobre las empresas, las familias -precios de la luz, bolsa de la compra, de la gasolina, diésel…- y la economía del país en su conjunto. Solo cabe esperar que las posibles sanciones a Rusia, u otras medidas de contención y acuerdos, permitan que su duración sea transitoria.