La política medioambiental es uno de esos ámbitos en los que se ha envuelto la izquierda radical para mostrar una pretendida superioridad moral frente a las posiciones defensoras del mercado. Sin embargo, la protección del medio ambiente solo es el papel del regalo, no es lo importante para ellos, sino la útil excusa para tratar de satanizar al mercado, al capitalismo y a los defensores del mismo a los que atribuyen una presunta despreocupación medioambiental. Esto es lo que llevó a que los más dogmáticos fueran conocidos como los políticos sandía, porque como esta jugosa fruta de verano, lo único verde es lo que se tira, lo que está por fuera, lo que no importa, porque lo relevante, lo que realmente les interesa es lo que se come, lo rojo de dentro.
Con la justificación de combatir el cambio climático, que debe ser una política pública universal y prioritaria, se está presentando la política energética actual como inevitable, olvidando que es el origen de la subida del precio de la electricidad. Esta es una de las razones por las que se está reduciendo la renta disponible de los ciudadanos, especialmente la de los que menos tienen, porque son las que dedican más porcentaje de su renta al consumo. En segundo lugar, estos incrementos en los precios de la energía, en general, y de la electricidad en particular, están haciendo perder competitividad a la industria española frente a la de nuestros competidores europeos. Así, la factura de los grandes consumidores eléctricos españoles, se elevó como media durante el año 120 euros por megavatio hora (MWh), mientras que la de los franceses lo hizo en 50,36€euros y la de los alemanes en 83,86€euros. Pero no es solo una cuestión de incremento de precios, porque si miramos las consecuencias de la política energética vigente desde la perspectiva del conjunto de la UE, podemos decir que está contribuyendo a reducir su papel como actor geopolítico, al hacernos cada vez más dependientes de países terceros.
Como medio para resolver estos problemas es como puede interpretarse el borrador de la Comisión Europea para modificar la llamada taxonomía o clasificación de las actividades del sector energético que se consideran sostenibles medioambientalmente, que en España ha rechazado la izquierda radical, incluido el Gobierno. En esa posición frente a la propuesta de la Comisión, que incorpora al gas y a la nuclear en la clasificación de energías verdes, hemos podido escuchar, no sin cierta nostalgia, los viejos argumentos que la izquierda más dogmática, disfrazada de ecologista, ha utilizado contra la energía atómica desde finales de los años 70: la eternidad de los residuos de uranio, la posibilidad de accidentes atómicos, el invierno nuclear, etc. Se han olvidado, esperamos que solo sea por el momento, de los gases de efecto invernadero, la subida de la temperatura del planeta y, en general, la emergencia climática derivada del uso masivo de las fuentes energéticas de origen fósil.
Parece que detrás de este posicionamientos en contra de la propuesta de la institución presidida por Von der Leyen está exclusivamente la defensa de viejos dogmatismos, olvidando lo que suelen decir que es la raíz de sus políticas, evitar la pobreza y la desigualdad, ocasionada en este caso por la subida de los precios de la energía .
Si se quieren resolver los problemas que comentamos, las preguntas son por qué se está produciendo la subida de los precios de la electricidad y cómo podemos evitarla. Respondiendo a la primera cuestión y sin ánimo de ser exhaustivo, puede decirse que tomada la decisión de abandonar la energía nuclear y cerradas las centrales de carbón, el gas es el único combustible que queda para garantizar la continuidad del suministro eléctrico, cuando las renovables no pueden producir por falta de viento, de sol o de lluvia y en tanto la tecnología no permita la existencia de los acumuladores de energía de estas fuentes, salvo para pequeños consumidores. En segundo término, ese incremento de la demanda, reforzado por la expansión económica asiática, no puede verse acompañado por la inversión en nuevas plantas de extracción y generación que expandiría la oferta, al tratarse de un combustible fósil. En tercer lugar, los países productores, esencialmente Argelia y Rusia, en conflicto con sus vecinos y, en el último caso, con impacto en los equilibrios geopolíticos mundiales, tensionan los precios para mejorar su posicionamiento estratégico reduciendo la oferta. Finalmente, hay que tener presente que el sistema marginalista de configuración de los precios de la electricidad que rige en la UE, hace que sea el gas el que marque el precio de la misma, al ser la ultima fuente que suele entrar en la subasta que casa la oferta y la demanda diarias.
Si todo este panorama deja claro que no es fácil abaratar el precio del gas, parece que la vía más razonable es la modificación de la taxonomía que permitirá contar transitoriamente con la energía nuclear y el gas como energías sostenibles medioambientalmente. El incremento en la oferta se verá acompañado por la bajada en los precios de la que se beneficiarían los consumidores, la competitividad de la industria española, y la posición europea como actor geopolítico al ser más independiente desde el punto de vista energético.
Parece claro que no se puede permanecer impasible ante la actual política energética, porque la transición hacia una economía descarbonizada es difícil y cara, y su coste, ni debe ni puede ser asumido por los que menos tienen.
Es falso que en el estado actual de la tecnología, las renovables puedan solucionar la subida de precios, pero sí es cierto que en estos tiempos de precios disparados y con la bombona de butano (un precio regulado) en máximos históricos, las Plataformas contra la Pobreza Energética están desaparecidas y no se pide desde la tribuna del Congreso un minuto de silencio por los pobres energéticos, como se hacía cuando no gobernaba la izquierda más radical. No deja de ser curioso que todos los que clamaban, ahora callan, salvo para decir que no quieren la independencia energética de la Unión Europea, que no les importa quiénes asuman los costes de la transición energética y, algunos de ellos, para situarse en el conflicto entre Rusia y Ucrania-Occidente del lado del presidente de la Federación de Rusia Vladimir Putin. Que cierto es lo de verdes por fuera y rojos por dentro.