
Difícil sería encontrar un mejor ejemplo de que la inflación no es estrictamente un fenómeno monetario. La escalada de precios que padecemos responde al desajuste entre demanda y oferta, pero no es la expansión monetaria del BCE el principal culpable.
Las medidas de contención y confinamiento, las restricciones a la movilidad y un entorno de mayor incertidumbre elevaron la tasa de ahorro, propiciando una demanda embalsada que progresivamente está emergiendo. Pero cada crisis económica tiene su estigma y la huella impresa de este proceso inflacionario se desvela en los mercados de energía, los suministros de componentes y el transporte marítimo. La incapacidad de la oferta para seguir el ritmo alegre de la demanda genera tensiones excesivas que han encarecido costes y precios.
La inflación ha dejado de ser la amenaza fantasma del activismo monetarista para revelarse como el mayor riesgo para la reactivación económica. El escenario diseñado prevé una mayor estabilidad de precios durante la temporada de invierno y primavera y un rápido descenso posterior en las tasas anuales. Pero preocupa que su carácter aparentemente transitorio tenga efectos más permanentes de lo esperado en el consumo y que las expectativas inflacionistas generen nuevas tensiones financieras. La senda del devenir económico se deja en manos de un destino definido por la evolución de los precios energéticos, el ritmo de resolución de los cuellos de botella en la oferta y una incierta negociación salarial.
Vayamos por partes. Que la transición energética hacia un escenario neutro en emisiones no encarezca las fuentes de energía fósiles es una quimera. Esencialmente, porque se impulsa la transición de las economías emergentes hacia el consumo de gas, se diseñan mercados restrictivos para las emisiones de carbono y se desvían inversiones del negocio petrolero hacia el maná de la sostenibilidad medioambiental. Son acciones necesarias para lograr los objetivos propuestos, pero poco consistentes con el lento progreso de las energías renovables. Alcanzar los resultados previstos exigiría triplicar el ritmo inversor actual, sin olvidar que la mitad del ahorro de emisiones debe proceder de tecnologías que todavía están en fase de desarrollo. Cuando la demanda crece, se restringe la oferta de las fuentes tradicionales de energía y las emergentes no dan para tanto, el consumidor queda expuesto a los vaivenes del mercado y los avatares geopolíticos. La mitad del episodio inflacionista se explica por la dependencia energética ante regímenes de escaso valor democrático y poco comprometidos con la lucha ante el cambio climático. No parecería el momento más oportuno para optar por soluciones coyunturales. Retardar el proceso de transición energética sale caro, un aviso para navegantes de los fondos Next Generation.
Si parece difícil que la presión de la demanda energética se modere durante el invierno, tampoco es plausible que la crisis de abastecimientos ofrezca una tregua inminente. La reapertura de algunos puertos asiáticos ha reactivado el transporte de materias primas pero los fletes en la distribución marítima de contenedores siguen por las nubes. La persistencia de los cuellos de botella ya ha empezado a trasladar el encarecimiento de costes a los precios de consumo y las disrupciones en las cadenas de suministro amenazan con reducir más de medio punto el crecimiento previsto del PIB. Los problemas de suministro alcanzan la mayor parte de industrias y, si bien su duración es incierta, más de la mitad de las empresas afirman que no esperan normalizar su ritmo de suministros hasta el verano y una cuarta parte hasta finales de año. Nuestra dependencia de la fábrica Asia, el empecinamiento de su política Covid cero ante cada brote vírico y la creciente demanda de metales raros causada por la digitalización y la transición energética no facilitan una resolución diligente del problema. Se requerirá tiempo para revertir malos hábitos adquiridos.
Aunque Lagarde se mantiene firme en sus convicciones, una inflación subyacente por encima del 2% genera inquietud y limita el margen de maniobra fiscal y monetario. Ante un escenario de mejora gradual de la inflación se advierte a los pasajeros que eviten veleidades salariales. Ya que continuamos necesitando su soporte vital, sería conveniente confiar en las directrices de la autoridad monetaria y negociar mejoras de rentas pensando más en la inflación futura que en la pasada. Significa asumir que la pérdida de poder adquisitivo es evidente, negociar mejoras superiores al 2% para sostener la recuperación y reconocer que los problemas de competitividad que padecemos obedecen más a déficits en productividad que a rigideces laborales. No deben obviarse los efectos distributivos de la inflación ni la idoneidad de gestionar los retos con esfuerzos compartidos.