Opinión

Los ingresos fiscales y otras sorpresas positivas

Este año 2021 nos está dando, también, algunas sorpresas agradables en el terreno económico: aunque el PIB de 2019 no se ha recuperado, la recaudación en los diez primeros meses de este año ha superado a la del mismo periodo de ese año. Efectivamente, hasta el tercer trimestre la demanda interna estaba creciendo un 6,1%, mientras que los ingresos tributarios homogéneos se incrementaban un 13,8% con respecto a 2020.

En 2021, los ingresos tributarios gestionados por la Agencia Tributaria no sólo son superiores a los de año pasado, cosa que cualquiera podría esperar, sino que son superiores en un 3,6%, en términos homogéneos, a los del mismo periodo de 2019, que además fue el récord histórico de recaudación. Esto supone que nos alejamos de una crisis fiscal. Recordemos que, en la anterior crisis, la recaudación se empezó a derrumbar antes incluso de que el PIB se cayese, en 2008, y luego se tardaron muchos años, casi una década, en volver a los niveles de recaudación anteriores, y con varias subidas importantes de impuestos de por medio.

Explicar por qué ocurre esto no es sencillo, sobre todo porque no hay una causa única. Lo que sí puede descartarse es la explicación más obvia: que el incremento de recaudación se deba a una gran subida de impuestos. Es cierto que hay algunos impuestos nuevos, y una subida de los tipos más elevados del IRPF. Pero el efecto neto, descontando la rebaja del IVA a la electricidad, rebaja de módulos, suspensión del impuesto eléctrico y el IVA cero a las mascarillas, deja el efecto neto de aumento en unos 600 millones de euros, frente a un incremento de recaudación de más de 26.000 millones de euros con respecto al año pasado.

Algo más de importancia tiene la recaudación de aplazamientos y fraccionamientos concedidos en 2020. Como la recaudación sigue un criterio de caja, cuando se conceden los aplazamientos se recauda menos y cuando se cobran se recauda más. Esto explica 1.700 millones de euros de recaudación adicional. Aquí el dato más destacado es que se están cobrando en plazo el 93% de los aplazamientos. Esto equivaldría a una tasa de mora del 7%, pero tengamos en cuenta que la inmensa mayoría de estos aplazamientos se conceden sin garantía. Y, sobre todo, a diferencia de un banco, la Agencia Tributaria no elige sus "clientes" a los que conceder el crédito, o no: son los contribuyentes los que solicitan los aplazamientos cuando no pueden pagar sus deudas tributarias, lo que no es precisamente un indicio de solvencia.

Este dato, que ha pasado completamente desapercibido, es particularmente positivo, porque si los bancos han hecho bien su trabajo, los niveles de mora en los créditos no deberían amenazar su solvencia, ni deberían ocasionar pérdidas públicas adicionales significativas por el aval del Instituto de Crédito Oficial (ICO). Ésta sería una nueva diferencia con respecto a la crisis anterior, que no generaría, de rebote, una crisis bancaria. Por supuesto, en esto también cuenta que los bancos están más saneados que hace una década, lo que no ha salido gratis para el contribuyente.

En consecuencia, el incremento de la recaudación parece deberse a la combinación de crecimiento económico, inflación y mejor cumplimiento de los contribuyentes. El crecimiento económico explica una parte del incremento recaudatorio, pero no todo, puesto que la recaudación está creciendo muy por encima de las demás variables económicas.

La inflación también explica una pequeña parte del incremento recaudatorio, pero tampoco todo. Aquí, deberíamos tener en cuenta dos cuestiones. Por una parte, que la mayor parte de las bases de los impuestos están ligadas a los precios, pero no todos. Por ejemplo, los impuestos especiales de base no monetaria, como gasolinas, gasóleos o alcoholes, al tener tipos específicos no se ven afectados por la evolución de los precios. En cuanto al IRPF, el factor fundamental es la evolución de los salarios, que no siempre es paralela a los precios. Pero, sobre todo, aquí hay que tener en cuenta la inflación media del periodo. Dicho de otra forma, los ingresos por IVA de octubre se ven afectados por la inflación del último mes o trimestre, pero los de febrero, por la inflación de enero. Y a principios de año, no había apenas inflación. Por eso, la inflación, aunque ahora empiece a ser elevada, sólo explica una pequeña parte del aumento de la recaudación. Como ya señalábamos en julio en El Economista, una inflación persistente y elevada, aunque contribuya a incrementar la recaudación, es una grave amenaza para la salida de la crisis.

Queda, obviamente, la mejora del cumplimiento de los contribuyentes. En la anterior crisis, antes incluso de que ésta llegase, lo primero que algunas empresas y ciudadanos dejaron de pagar fueron los impuestos, ahora afortunadamente no es así. Esto a su vez tiene otras causas como el mejor funcionamiento de la Administración Tributaria o la mejora de la conciencia fiscal.

Hay también otros factores como el incremento de los pagos con tarjeta durante la Pandemia, en los que hay menos fraude porque son rastreables, y en consecuencia están sujetos a un mayor control, a diferencia, por ejemplo, del efectivo. Por último, en 2020 la recaudación cayó menos porque, gracias entre otras cuestiones a los Expedientes de Regulación Temporal de Empleo (ERTES), las retribuciones salariales se mantuvieron, aunque las empresas tuvieron fuertes pérdidas. Como se cobra más por IRPF que por impuesto de sociedades, este hecho limitó la caída recaudatoria.

Este año, contra pronóstico, el beneficio de las empresas se ha recuperado. Esto no sólo ha permitido recuperar la recaudación del impuesto de sociedades superando la de 2019 por estas fechas, debido precisamente a que el beneficio de las empresas, en los nueve primeros meses del año, ascendió a 266.038 millones de euros, un 6% más que en 2019. Este dato es el récord histórico de resultados contables positivos declarados a la Agencia Tributaria en el segundo pago fraccionado del impuesto de sociedades.

Probablemente, la economía se está recuperando con más vigor de lo que sugieren algunas estimaciones, como prueban la evolución de la recaudación fiscal, el empleo o los resultados empresariales. En todo esto, hay que reconocer que el principal factor positivo es el éxito colectivo que supone tener una de las tasas de vacunación más elevadas del mundo. Y aunque hay nubarrones en el horizonte, como la amenaza de nuevas mutaciones del virus del COVID, la crisis energética o la inflación, hay también aspectos positivos que no deberíamos obviar porque el pesimismo injustificado no es la vía para salir de la crisis, sino un camino melancólico hacia ninguna parte.

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