
Desde el mes de julio el precio medio del pool eléctrico español se ha disparado hasta alcanzar máximos históricos y más que triplicando la media de la última década. El Plan de Choque anunciado por el Ejecutivo para mitigar el impacto sobre la factura eléctrica es voluntariamente cortoplacista ya que incluso las medidas de rebaja de impuestos (eficaces y muy bienvenidas) tienen un horizonte temporal. Por otra parte, la medida "estrella" de recorte de los llamados "beneficios extraordinarios" de las compañías energéticas será sin duda contestada y litigada, y puede ser un auténtico boomerang. Puede suceder algo similar a lo ocurrido con el recorte retroactivo de las subvenciones a las renovables, en un pasado no tan lejano y, por tanto, volver a encontrarnos ese importe socializado nuevamente en las facturas de todos los consumidores.
Estas medidas, ciertamente precipitadas por el clamor popular, aumentan el riesgo regulatorio del sector, enfrentan antagónicamente a los sujetos que lo conforman, a la vez que dificultan y ponen en peligro billonarias inversiones en infraestructuras energéticas absolutamente necesarias. Y, lo que es más importante, no plantean un cambio estructural de largo alcance y plazo, que sería lo deseable cuando hablamos de una cosa tan compleja como el mercado energético, donde hay que factorizar las necesidades de la generación, la distribución, la comercialización, la gestión de capacidad, potencia y frecuencia, además de la garantía de suministro, los objetivos en descarbonización del sistema, la masiva entrada de fuentes intermitentes como las renovables, la incorporación de nuevos actores a través de activos de energía distribuida y la imprescindible lucha contra la pobreza energética, por citar algunos.
No podemos anclarnos en parchear la situación cada vez que los precios se desboquen. Hemos de apostar por medidas concretas estructurales y de largo alcance e impacto seguro. Y, entre ellas, la eficiencia energética es una estrategia que se ha demostrado clave en muchos y muy distintos sistemas energéticos, para rebajar y controlar la factura eléctrica de empresas y ciudadanos, así como una eficaz palanca para reducir enormes costes dentro del sistema de generación, distribución y almacenamiento que, sin duda, tienen un impacto importante en el coste final de la tarifa que pagamos todos.
El conocido inventor Edwin Land decía "no es que necesitemos nuevas ideas, es que tenemos que dejar de usar las viejas".
Un estudio de Synapse sobre la Evaluación del Impacto Ambiental en Estados Unidos, publicado el pasado mes de agosto, concluye que el coste medio nivelado de las medidas para ahorrar energía implementadas por las empresas de servicios públicos es de unos 25 dólares/MWh, demostrando que la eficiencia energética es un recurso menos costoso que cualquiera de las fuentes de energía utilizadas -alternativas o convencionales- y el método más eficaz para reducir la demanda y la factura final. En el horizonte 2021-2030, el informe proyecta una reducción originada por la eficiencia energética del 34% en la necesidad de recurrir al gas para generar electricidad en Estados Unidos. Ese mismo porcentaje, trasladado al elevadísimo coste de importación anual de gas en España, supondría un ahorro equivalente al de las medidas de choque anunciadas, pero sin perjuicio al resto de actores e inversiones en el sistema.
La eficiencia energética es la fuente de energía más abundante, económica y beneficiosa para el conjunto del sistema energético de cualquier país. A lo que se suma su valor en términos de reducción de emisiones, impacto en salud, confort y otros beneficios no energéticos, entre ellos, que es la medida para el cambio climático que más puestos de trabajo genera por millón de inversión, que, además, son locales y mayoritariamente en pymes.
Algunos ejemplos en el entorno europeo muestran que los fondos públicos aportados para la rehabilitación edificatoria en eficiencia energética promueven una actividad económica que los multiplica por 6,5, reducen los costes de desempleo un 95% del valor de la subvención, y producen un retorno fiscal que los multiplica por 1,9.
Las más grandes economías del mundo pueden alcanzar la meta de los 2 grados de calentamiento global y además ahorrar 2,8 billones de dólares, solo priorizando medidas de eficiencia energética dentro de sus políticas de mitigación de aquí al 2030, según un nuevo estudio financiado por ClimateWorks.
Según American Council for an Energy Efficient Economy (ACEE), la Eficiencia energética es ya la tercera mayor fuente de electricidad de Norteamérica y aporta más energía a la red que la nuclear en su conjunto.
En realidad, deberíamos empezar a hablar de "Energía Eficiencia" como una fuente más, en paridad de condiciones con el resto y que, por su enorme impacto y potencial sistémico, necesita y reclama un marco regulatorio propio del que carece en la actualidad.
En lugar de buscar parches al sistema actual, deberíamos más bien ir posicionándonos hacia un nuevo sistema energético emergente e imparable, donde los activos de energía distribuida (DER por sus siglas en inglés), entre los que está la eficiencia energética, van a jugar un papel preponderante.
Según Navigant Research, los activos de energía distribuida están llamados a crecer 9 veces más rápido que las centrales de generación, incluidas las renovables, en los próximos 10 años, y tendrán capacidad para producir cerca de 43.000 teravatios. En otras palabras, los activos de energía distribuida podrían obviar la necesidad de fuentes centralizadas de generación para 2030.
Avanzamos hacia un sistema digitalizado y descentralizado, donde la energía se venderá como un servicio y donde los edificios, rehabilitados a través de intervenciones de eficiencia e inteligencia, serán auténticos activos energéticos y conectados en red, abriendo un mercado estimado en más de 220.000 millones de dólares para 2026.
Son magnitudes que merecen toda la atención de los sujetos del mercado y de los reguladores. Más que medidas de choque, lo que necesitamos es un reposicionamiento estratégico de prioridades para apostar decididamente por las medidas que mayor beneficio contribuyen al sistema, a los consumidores, a la economía y al planeta. ¡Es la hora de la eficiencia energética!