
En la carrera por la acción climática, España quiere ser la primera en llegar a la meta. Cuando hace 10 años sólo se instalaban 400 MW de capacidad solar fotovoltaica, en 2019 España alcanzó el récord de 4.016MW de capacidad instalada, un 47% más que en 2008, cuando vivíamos el boom de las renovables. En 2020, en un año de parálisis comercial y económica provocada por la pandemia de Covid-19, se añadieron 2.931MW de capacidad fotovoltaica al sistema eléctrico. Actualmente, la energía solar fotovoltaica genera entre el 12 y el 13% de la energía renovable española, con una media de casi 2GWh. Esto significa que en los dos últimos años se han instalado alrededor de 23 millones de paneles fotovoltaicos en toda España, principalmente en Andalucía, Extremadura, Murcia, Castilla La Mancha y Aragón. Ahora nos toca acelerar para que, en el plan de recuperación, en la transición ecológica y digital, se dé un nuevo impulso a nuestra industria. Una industria sostenible, con un suministro energético más verde y sin emisiones de CO2.
Pero ¿son todas las tecnologías de energías renovables igual de sostenibles? No. Una cosa es tener una estructura de generación eléctrica basada en fuentes renovables y otra tener la garantía de que esa estructura es 100% sostenible. La eólica, la fotovoltaica y la hidroeléctrica -que actualmente suponen casi el 40% de la generación de energía en España a partir de fuentes renovables, según Red Eléctrica- tienen unos costes asociados que no se pueden obviar: su huella de carbono, la reciclabilidad de las máquinas al final de su vida útil, las materias primas, e incluso las condiciones laborales utilizadas en los procesos de fabricación.
No es ninguna novedad que el sector fotovoltaico mundial tiene su epicentro en China, y que más de la mitad de la producción mundial de paneles fotovoltaicos y de la generación de energía solar procede de este país. Xinjiang, una provincia del noroeste de China ha estado en el punto de mira por las violaciones de los derechos humanos sancionadas por diferentes Estados y el uso de trabajos forzosos. Esta región es también conocida por ser un centro mundial de fabricación de polisilicio, pues son responsables del 45% del suministro mundial de este semiconductor -que constituye la base de los paneles fotovoltaicos de silicio cristalino o paneles convencionales-. Este suministro es altamente intensivo en el consumo de energía de origen fósil, además de un alto consumo de agua; lo que supone que para construir una fuente de energía renovable se está utilizando una fuente de energía contaminante. Esto no es sorpresa al ver el debate que se está llevando a cabo en Europa sobre dichas cuestiones que enmarcan las practicas industriales en China, involucrando investigaciones de la Comisión Europea. La fotovoltaica no es una excepción.
No tiene por qué ser así. De cara al futuro, tenemos la oportunidad de garantizar que las tecnologías de energías limpias que utilizamos para alimentar a España no sólo sean competitivas, sino también verdaderamente sostenibles.
Otra cuestión tiene que ver con la España de 2050 prevista por el Gobierno. Para entonces, la vida útil de los paneles instalados en los dos últimos años habrá terminado. Puede que en 2050 estemos cerca de tener una economía neutra en carbono, pero cuanto más limpio sea el mix energético local, más importante es no importar emisiones instalando equipos fotovoltaicos con alto contenido en carbono. El despliegue fotovoltaico de hoy es también el problema de los residuos del mañana: en 2050, habrá que reciclar más de 23 millones de paneles solares. Por eso, el debate político de hoy debe marcar la pauta de las infraestructuras energéticas y de los residuos de mañana.
Los criterios de sostenibilidad que se deberían establecer ahora para la industria fotovoltaica son: la baja intensidad de CO2 y de consumo de agua de las tecnologías, su reciclabilidad, y una efectiva infraestructura de recogida y tratamiento de residuos, las cuales nos ayudarán a llegar a un futuro más alentador para las siguientes generaciones y para cerrar el círculo de una economía circular también en el sector energético.
Centrarse en el despliegue de la energía solar a cualquier precio no es el camino hacia un futuro descarbonizado. Es imprescindible que la sostenibilidad tome peso en materia de energía fotovoltaica en cuanto a las decisiones que se deben tomar hoy a la hora de realizar compras, el diseño de parques y en la ejecución de instalaciones; pues estarán en nuestro territorio como mínimo 30 años más.
La diferencia entre los paneles fotovoltaicos de bajo y alto CO2 es que un panel fotovoltaico sólo empieza a contribuir realmente a la lucha contra el cambio climático una vez que ha producido más energía limpia que la que ha necesitado para fabricarlo. Si realmente queremos contribuir a un sistema sostenible de energía renovable, en este caso de la solar fotovoltaica, es necesario comprender el concepto de la economía circular: la huella de carbono y la gestión del panel solar fotovoltaico desde su nacimiento, pasando por su instalación y durante su vida útil hasta su reciclaje y aprovechamiento. Los paneles fotovoltaicos de bajas emisiones empiezan a ser efectivos en menos de 6 meses, mientras que los paneles fotovoltaicos de altas emisiones de CO2 tardarían hasta dos años en empezar a tener un efecto positivo (neto) en la reducción de las emisiones globales de carbono. No podemos permitirnos perder esos 18 meses en la lucha contra el cambio climático. Al final se trata de hacer que todo el proceso de despliegue fotovoltaico sea más eficiente, transparente y alineado con un futuro de emisiones netas cero.
¿Existen energías renovables verdes y otras más verdes? La respuesta es sí, ya que las propias maquinas tienen una huella de emisiones que pueden contribuir o no, a la sostenibilidad de nuestro sistema.
Hay medidas sencillas que allanan el camino hacia la neutralidad del CO2 en el sector de las renovables. En la UE ya es una realidad que la sostenibilidad sea un criterio para elegir qué tipo de tecnología solar fotovoltaica se puede instalar. Es por esto por lo que en España se podría mirar cómo lo están haciendo países de nuestro entorno, como Francia, e identificar que, si se quiere descarbonizar la economía, uno de los criterios que se deberían introducir no es otro que el de sostenibilidad en el sistema de subasta como factor puntuable positivo. Por ejemplo, aquellas tecnologías que sean bajas en emisiones de carbono durante todo su ciclo vital.
Si hay un momento para ser realmente ambicioso, es ahora. No podemos permitirnos el lujo de pensar en materia energética y climática a corto plazo, necesitamos establecer prioridades para que a 2050 nos hemos marcado en materia de sostenibilidad y que tanto necesita nuestro medio ambiente. Al fin y al cabo, la energía fotovoltaica que instalemos hoy estará con nosotros hasta 2050.