Con la llegada de las masivas campañas de vacaciones, en las principales economías del mundo se esperaba con anhelo la reactivación económica. La deseada recuperación parece que se va instalando entre nosotros, más despacio de lo deseable y previsible por las nuevas variantes del virus. Al hilo de esa recuperación, incluso antes de la misma, surge un problema económico de envergadura: el de la evolución de los precios de bienes y servicios. Es éste un problema que golpea a todos los países. La inflación no está localizada en un área geográfica, todo lo contrario: es un problema global.
Todos los bancos centrales se ven, cada vez más, presionados en dos direcciones. La primera se afana en no dañar la incipiente recuperación económica; la segunda persigue doblegar la temida inflación. Son dos fuerzas en diferentes sentidos, más aún si pensamos que, en estos momentos, la política monetaria se ha exprimido hasta terrenos ignotos en la historia económica. Desde estos organismos se lanzan constantemente mensajes, quieren transmitir que la situación es transitoria y remitirá en un futuro no muy lejano; sin embargo, detrás de esta intención la pregunta es si realmente es verdad la transitoriedad de la elevación de los precios o estamos ante un escenario inflacionista per se.
Sobre la inflación y sus causas existe un estudio y análisis extensísimo por parte de la doctrina económica. Si acudimos a ellos, quizá se pueda dar respuesta a la pregunta anterior. En primer lugar, no sólo ha subido el precio de las principales materias primas, sino que en estos momentos aumentan considerablemente los costes de su transporte. El factor transporte, el precio del mismo, es necesario tenerlo muy presente, así como la dificultad para su movimiento en el momento presente. Esta elevación de coste será repercutida por las empresas manufactureras en sus productos elaborados.
Además de la presión en las materias primas y su distribución, hay otro factor que añadir: la expansiva política monetaria desarrollada. Todas, sin excepción, de las grandes áreas económicas y países han utilizado hasta la extenuación la impresión de billetes ante las diversas crisis, lo que ha supuesto un fortísimo aumento de la oferta monetaria. En cada crisis económica (habría que remontarse hasta mediados de la década de los 90 con la quiebra del LTCM), se buscó poner la política monetaria en primera línea de fuego para frenar las diferentes y acuciantes dificultades. Todo ello nos llevó de burbuja en burbuja que fueron estallando; hoy, por ejemplo, tenemos una en la renta fija la cual estallará antes o después. Precisamente, la sucesión de crisis no dio pie a los bancos centrales a poder restablecer la ortodoxia en sus actuaciones. Se ha acumulado una cantidad de dinero enorme. Y, en teoría monetaria, es bien conocido que antes o después el aumento del dinero provoca un efecto inflacionario. Ese peligro, el avivar la inflación, es algo que hoy hay tener muy presente.
No se puede en el análisis dejar de lado los precios de la energía. Más allá de entrar en el fangoso y farragoso recibo español, una suerte de acumulación de errores que terminan pagando los consumidores y empresas españolas, hay que tener en cuenta que el precio de la energía se ha incrementado a escala global. Tanto el petróleo, hoy por hoy la principal fuente de energía, así como el gas, en fuerte ascenso, han incrementado notablemente sus precios. El mundo puede dar la espalda a la energía nuclear; sin embargo, eso tiene un coste, algo que ya estamos viendo y comenzamos a pagar sobradamente claro.
Se incrementan a su vez los costes salariales, y además en algunas importantes economías existen problemas para incorporar trabajadores, como en Reino Unido y EEUU. Toda esa demagogia sobre lo indeseable de la inmigración es una falacia: son los emigrantes los que trabajan y ocupan los puestos que los nacionales de los países no quieren.
Otro de los posibles generadores de la inflación es la presión de la demanda. En este sentido, la recuperación, con más o menos continuidad, es prácticamente una realidad. Ciertamente, no sabemos de su continuidad ni de su ritmo de crecimiento; sin embargo, el aumento de la actividad es ya un hecho, aunque con todas las posibles precauciones en la afirmación anterior. El aumento del consumo es una realidad, no hay nada más que mirar el PIB de las economías, con los EEUU a la cabeza.
Es difícil, además de imposible, prever el futuro. Es posible, como dicen los bancos centrales -atenazados por prácticamente tres décadas de excesos en sus actuaciones-, que sea sólo puntual el alza de precios; sin embargo, el panorama no permite ser complaciente. Llega, además, la elevación de los precios en un momento -el de la recuperación-, cogido con pinzas y donde una normalización, por muy leve que sea, de las actuaciones de los bancos centrales dañaría la citada recuperación.
Los bancos centrales son muy conscientes de la encrucijada a la que se enfrentan. En la deslucida reunión de este fin de semana en Jackson Hole la evolución de los precios estará encima del tapate. Más allá del crecimiento económico, tema que figura como el plato principal, sin lugar a dudas se debatirá sobre la encrucijada del binomio crecimiento e inflación.