Durante prácticamente un siglo, Occidente ha mirado a los Estados Unidos de América para encontrar referentes: libertad, democracia, justicia, orden. Cada nueva generación viviendo mejor, junto a la posibilidad de avanzar por el esfuerzo y la dedicación eran ideas asociadas al sueño americano.
Sin embargo, como en una pesadilla, todo parece haberse resquebrajado. Hoy, EEUU parece acercarse al fin de su reinado mundial como le pasó a Roma, como les ocurre a los imperios. La democracia más antigua en activo ha visto hordas y turbas de bárbaros invadir los pilares de la soberanía popular: el Congreso, el Senado. Se ha visto arrancar puertas, pisotear símbolos, la bandera confederada dentro de sus instituciones, pasearse lo peor de América por sus instituciones. El presidente Trump se dio literalmente un tiro en el pie espoleando a las turbas, pero, sin embargo, sus postulados tienen eco entre muchos americanos. Esa clase blanca americana que no tiene estudios, a la que le recetan fentanilo –50 veces más potente que la heroína-, la que ha salido de los ascensores sociales; una generación que lejos de vivir mejor ha retrocedido décadas, la que se siente engañada por el famoso sueño americano. Ese y no otro es el caladero de Trump y su populismo, una sociedad atormentada y que, fruto de la demagogia y el populismo, se creyó lo de 'Make american great again' –hagamos a América grande nuevamente-. Sin embargo, Trump es ya una sombra y las empresas y las grandes corporaciones tecnológicas le han dado la espalda. Trump es un cadáver con un periplo por los tribunales muy complejo. Trump y su populismo es el fruto del buenismo de Obama y sus recetas infantiles ante un gran desafío: China. Si alguien piensa que muerto Trump se acabó el problema, se equivoca. Al Partido Republicano sólo le hace falta un buen comunicador que enfatice con la población desengañada, si lo encuentran los republicanos volverán a marcar el ritmo político. Los postulados intelectuales y buenistas del partido Demócrata no enganchan a gran parte de los votantes americanos, a los desfavorecidos de la globalización.
El ya presidente Biden se enfrenta a tres grandes problemas: la ruptura de su país, China y el nuevo orden mundial. Comencemos con eso último: el nuevo orden o el de la tecnología. EEUU se miró al ombligo, se creían los reyes tecnológicos que estaban llamados a controlarlo todo a través de equipos, terminales, redes sociales, mensajes. Sin embargo, no se daban cuenta que aquel país donde se producía todo eso, China, callaba y aprendía. China ha ido comiendo terreno a la poderosa primera potencia mundial, gracias a los errores de Obama. Durante décadas la tecnología era americana, hoy ya no es así. El dragón asiático dormido se ha desperezado y el 5G es suyo, si no fuera así ¿cuál es la razón para que el gobierno americano ponga en la lista negra a las empresas que se proveen de las compañías chinas? Algunos dicen que el 6G será americano, pero creen que China está parada en este ámbito.
Se esgrime el dólar como la moneda de los intercambios, en la que se pagan las materias primas. Sin embargo, y estando de acuerdo, ¿dónde están las criptodivisas?; ¿dónde queda Bretton Woods y el orden prevalente del dólar?; ¿es qué acaso se quiere negar la mayor?: el dólar esta amenazado de muerte. Está tan amenazado que ni las propias empresas americanas confían en el billete verde, las corporaciones quieren escapar a los límites de las fronteras y de la fiscalidad. Esas empresas no quiere rendir cuentas a ninguna sociedad o país, ellas operan en el mundo y no quieren corsés. La ruptura del orden mundial viene por la creación de los monstruos tecnológicos y las megacorporaciones, salvo en China que no permiten su penetración. El país asiático sabe que ha llegado su hora y no va a dejarse invadir por la dependencia tecnológica como lo hace la envejecida Europa. Por cierto, una pregunta a esa Europa que se asombra y está más dividida que los Estados Unidos: en este último país hay una bandera y en Europa, ¿cuántas banderas hay?
El papel de Biden o de su equipo es atender a los grandes retos que se han cebado con su país. La preponderancia y supremacía de compañías que ya sienten que los Estados Unidos es poco para ellas, por ejemplo, y por ello tienen los beneficios agazapados en paraísos fiscales conocidos por todos. Esas mismas compañías que deslocalizaron, produciendo fuera de los EEUU, hoy ven horrorizadas cómo China las supera y van por delante. La Reserva Federal que debe sentir profundos escalofríos sobre las criptodivisas y que las impongan sobre el crepuscular dólar. El país de Biden que ha perdido su papel preponderante en Asia, África y que cada vez más empequeñece en Iberoamérica, con la presencia de Irán gracias a Obama.
Si Biden quiere llevar a América a la cabeza deberá lidiar con un problema interno: la ruptura de su sociedad, dos bandos que cada vez se dan más la espalda. América, los ciudadanos están divididos, rotos, en trincheras enfrentadas. Biden intenta con sus medidas volver a unir la sociedad, sin embargo la pregunta es si lo conseguirá. El desafío es mayúsculo y se encuentra una sociedad desengañada de las petulancias del partido demócrata, aquellas esbozadas por Hillary Clinton, entre otros.