
Aunque empezar a celebrar ya el final de la Administración de Donald Trump en Estados Unidos sería una insensatez, no es demasiado pronto para evaluar el impacto que habrá dejado en el sistema económico internacional si su rival demócrata, Joe Biden, gana las elecciones de la semana próxima. En algunas áreas, un solo período presidencial de Trump habrá dejado una marca insignificante, y a Biden no le costará borrarla. Pero en varias otras, bien puede ser que los últimos cuatro años terminen siendo trascendentales; además, la larga sombra de la conducta internacional de Trump será una carga para su posible sucesor.
En lo referido al cambio climático, el triste legado de Trump se puede borrar en poco tiempo. Biden se comprometió a regresar al Acuerdo de París (2015) sobre el clima desde "el primer día" de su Gobierno, lograr la neutralidad de emisiones en 2050 y encabezar una coalición internacional para la lucha contra la amenaza climática. De ser así, la escandalosa negación de la evidencia científica durante el gobierno de Trump será recordada como un desvarío menor.
En una cantidad sorprendente de áreas, Trump hizo muy poco o se condujo en forma demasiado errática para dejar impronta. Durante su mandato no ha habido grandes cambios en la regulación financiera mundial, y su Gobierno ha variado la postura en relación con el combate a los paraísos fiscales. El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial operaron sin mayores obstáculos, y los furiosos tuits de Trump no impidieron a la Reserva Federal seguir actuando en forma responsable (lo que incluyó proveer liquidez en dólares a los principales socios internacionales durante la crisis de la Covid?19). Es verdad que Trump arruinó varias cumbres internacionales, para desconcierto de otros gobernantes; sin embargo, su conducta tuvo más de embarazoso que de trascendente.
Pero a Trump se lo recordará por sus iniciativas en materia de comercio internacional. Aunque en general ha sido difícil determinar las intenciones reales de una Administración plagada de luchas internas, es posible señalar tres grandes objetivos: la relocalización (reshoring) de la producción, una reforma de la Organización Mundial del Comercio y el desacople económico respecto de China. Es probable que todos continúen después de Trump, al menos en parte.
Hace cuatro años, la relocalización industrial parecía una fantasía costosa, y todavía lo es en muchos aspectos. Como demuestra Chad Bown (miembro como yo del Instituto Peterson), muchas veces la caótica guerra comercial de Trump contra el mundo ha sido nociva para los intereses económicos estadounidenses. Pero la pandemia dio nueva vida a la relocalización como objetivo de Gobierno, al exponer la vulnerabilidad implícita en la dependencia total de cadenas de suministro globales. Biden se ha mostrado favorable a la idea, y la "soberanía económica" (cualquiera sea su significado) es el nuevo mantra cuasiuniversal.
El scretario de comercio de Estados Unidos, Robert Lighthizer, asegura que una de las mayores prioridades del Gobierno ha sido "reiniciar" la OMC. De ser así, algún avance hubo. Los otros países del G-7 han compartido el viejo malestar estadounidense respecto de la indulgencia de la OMC hacia China en relación con sus políticas de subsidios y su deficiente protección de la propiedad intelectual. También se reconoce que algunas quejas de Estados Unidos contra los mecanismos de resolución de disputas de la OMC (y en particular su Órgano de Apelación) son válidas. Pero hay que ver si la batalla terminará con un reinicio o con la deconstrucción del sistema multilateral de comercio.
El principal cambio ha sido en las relaciones entre Estados Unidos y China. Si bien ya antes de la elección de Trump en 2016 las tensiones bilaterales eran evidentes, nadie hablaba de «desacoplar» dos países entre los que se había creado una estrecha vinculación económica y financiera. Cuatro años después, ya hay un desacople en marcha en varios frentes que incluyen la tecnología, el comercio y la inversión. Hoy tanto republicanos como demócratas aplican a los lazos económicos bilaterales una mirada geopolítica.
Puede que Trump sólo haya acelerado una ruptura que ya estaba en gestación. No es responsable de la actitud autoritaria del presidente chino Xi Jinping, ni tampoco ha sido idea suya la Iniciativa de la Franja y la Ruta de la Seda, el vasto programa transnacional chino de infraestructura y crédito. Pero fue Trump el que abandonó la cuidadosamente equilibrada estrategia de su antecesor Barack Obama en relación con China para adoptar en cambio una postura brutalmente confrontativa que no dejó margen para un curso de acontecimientos distinto. Cualquiera sea la causa del desacople, no habrá un regreso a lo que había antes.
La conducta a nivel internacional del magnate será una dura carga para su posible sucesor
A un gobierno de Biden tampoco le resultará fácil lograr el objetivo de restaurar vínculos con los aliados de Estados Unidos, democracias afines y socios internacionales. Antes de la Presidencia de Trump, en gran parte del mundo se veía a Estados Unidos como el principal arquitecto del sistema económico internacional. Como sostuvo Adam Posen (también del Instituto Peterson), Estados Unidos era una especie de presidente vitalicio de un club global, cuyas reglas en general eran creación suya, sin que por ello estuviera exento de cumplirlas. Podía cobrar las cuotas, pero también tenía obligaciones, y necesitaba crear consenso con otros países para cambiar las normas.
La marca distintiva de Trump ha sido abandonar esta postura y tratar a los demás países como competidores, rivales o enemigos, siempre con el objetivo de maximizar la renta que Washington puede extraer de su todavía dominante posición económica. La consigna "Estados Unidos primero" resume la promoción explícita que ha hecho Trump de una idea estrecha de interés nacional.
Incluso si Estados Unidos con Biden se mostrara dispuesto a volver a formular compromisos internacionales creíbles, puede que el panorama ya no sea el mismo. La exasesora de Trump Nadia Schadlow sostuvo hace poco que su Presidencia será recordada como el momento en el que el mundo se alejó de un paradigma unipolar en dirección a otro basado en la competencia entre grandes potencias.
Los furiosos 'tuits' del presidente no impidieron a la Fed actuar de forma responsable
No es en modo alguno evidente que en caso de resultar vencedor, Biden pueda recrear la confianza de los socios internacionales. Con todas sus aberraciones, es posible que la presidencia de Trump sea indicadora de una reacción más profunda de Estados Unidos a la transformación del poder económico mundial, y puede que refleje el rechazo de la opinión pública estadounidense a las responsabilidades que su país asumió en el extranjero durante tres cuartos de siglo. Tal vez la vieja creencia de aliados y socios económicos de Estados Unidos en que los estadounidenses «al final harán lo correcto» (frase que se atribuye a Winston Churchill) ya sea cosa del pasado.
En cualquier caso, la peculiar conducta de Trump facilitó a los aliados de Washington una actitud de postergar decisiones difíciles (lo cual parece aplicarse en particular a Europa). Es posible que un Estados Unidos gobernado por Biden vuelva a ser un socio reconocible para la mayor parte de los políticos europeos. Pero si pidiera tomar partido en la confrontación con China, Europa ya no podrá seguir demorando su propia capacidad de decisión.