
Según un estudio reciente de la Unión Europea, España sobresale entre los países con más porcentaje de trabajadores en empresas basadas en plataformas digitales. Estos trabajos se caracterizan por su temporalidad, flexibilidad e independencia, a veces sin límites geográficos, y se producen en un contexto donde el cliente conecta con el proveedor a través de dichas plataformas. Es decir, la plataforma hace de intermediario facilitando la transacción. El trabajador normalmente forma parte de la cadena de suministro del proveedor (el repartidor de Amazon o el "rider" de McDonald's) o es, incluso, el propio proveedor (el propietario de un apartamento en Airbnb o el taxista de Cabify con licencia propia). Curiosamente, es común que las plataformas digitales, al mismo tiempo que tratan exquisitamente a sus clientes, deriven las quejas de éstos a sus proveedores, generándoles presión. A esta se suman los salarios reducidos, la falta de beneficios sociales y la nula posibilidad de construir carrera profesional. No hay jefes, pero tampoco defensa salarial. Este escenario constituye lo que en América se ha acabado denominando Economía "Gig".
Ni que decir tiene que el gran beneficiado es la propia plataforma. No en vano, siete de las diez empresas más importantes del mundo tiene su negocio basado en plataforma. Este dominio en el mercado tiene su origen, fundamentalmente, en el crecimiento exponencial de la tecnología informática en sus distintas vertientes: abaratamiento, capacidad de computación, almacenamiento y conectividad. Aún así, han sido pocas las corporaciones que han tenido la capacidad de desarrollar y hacer evolucionar plataformas a escala masiva. Para ello hace falta un excelente equipo profesional con un vasto conocimiento tecnológico y la financiación adecuada, combinación que ha constituido una importante barrera de entrada a otros competidores. Además, una vez que se supera la masa crítica de proveedores y clientes, el éxito está asegurado. En ese estadio, la posición es dominante ante los proveedores, lo que les permite negociar con ventaja, obteniendo márgenes relevantes. Parte de estos márgenes se traslada a los clientes, que acceden a bienes y servicios a precios competitivos, pero no a los proveedores y menos aún, a los trabajadores y fabricantes.
Probablemente la Economía Gig es el paradigma del fenómeno que viene sucediendo de forma sostenida desde finales de la década de los 70, en el que Reagan y Thatcher tuvieron un papel protagonista: el desacople de la productividad y los salarios. Hasta entonces prevalecía un círculo virtuoso en el cual los incrementos de productividad debidos a la automatización se traducían en mejoras salariales gracias a la fuerza sindical. Ello permitía un incremento en el consumo de los bienes producidos y así sucesivamente. Pero esto ya es historia. Llevamos medio siglo con la cuota de renta nacional correspondiente a los trabajadores decreciendo. A su vez, los beneficios de las empresas como porcentaje del PIB son cada vez mayores. Las ganancias se las llevan las grandes empresas y los inversores.
El perfil tipo de los trabajadores gig es el de un hombre joven con estudios universitarios; en España, tiene además una edad media superior y se mueve por necesidad, no se trata de una opción como en otros países industrializados. Sin embargo, una parte significativa de esta economía corresponde a tareas de baja cualificación. Y estas son precisamente aquellas en las que la automatización y la robótica va a tener un impacto real. Lo vemos en las factorías actuales y no hay que ir a EEUU o Alemania para comprobarlo. Lo que ya sucedió en el sector primario, amenaza seriamente al secundario. El trabajo se desplaza progresivamente al sector servicios, refugio de las políticas de empleo para muchos gobiernos. Pero ni aún este sector está libre de la automatización. La robotización llega hasta ahí y lo hace para quedarse, por lo que es previsible que el trabajo acabe siendo un bien escaso a repartir más inteligentemente entre la población activa, complementándolo con algún tipo de subsidio social. Esto, de facto, ya se está haciendo, aunque no se quiera denominar así.
Hay señales, no obstante, que permiten imaginar un escenario diferente. Las recientes decisiones en los tribunales contra las fórmulas contractuales de los "riders" en España y EEUU, que deberían provocar nuevas y mejores relaciones laborales. La irrupción del desarrollo de software sin código (No Code tools), que ofrece alternativas baratas a las grandes plataformas con resultados muy interesantes y en el que los trabajadores son los dueños de la plataforma. O la irrupción de entornos especializados de trabajo colaborativo, que conectan a clientes y proveedores sin intermediarios, localmente, en el que se generan contenidos para ser consumidos en cualquier tienda virtual: trabaja en lo que quieras, donde quieras y cuando quieras. Es la "Passion Economy", en la que ya trabajan más de 17 millones de norteamericanos y donde la creatividad es la esencia. Si nos fiamos de lo que dice la prestigiosa firma Andressen Horowitz: "El futuro del trabajo es la Economía de la Pasión".