Opinión

No es oro todo lo que reluce

El optimismo casi metafísico que acompaña a quienes aplauden con las orejas con sólo oír hablar de nuevas tecnologías tiene, probablemente, su origen en Silicon Valley. En la meca californiana de las start-ups habían descubierto que la ubicuidad de Internet y de los teléfonos inteligentes permitía asignar encargos de forma casi automática al mejor dispuesto o dividir trabajos complejos en pequeñas tareas a cumplir por un ejército de trabajadores online.

La periodista Sarah Kessler también creía en ese mito a pies juntillas hasta que en 2011 pidió un mes de permiso en el portal de noticias Mashable, en el cual escribía. Se dio de alta en cuarenta aplicaciones en las que colaborar con intención de aumentar sus ingresos. "Ahí fue cuando entendí que era más complejo que apretar un botón y conseguir trabajo".

Más tarde, en 2018, Kessler le dedicó un libro al asunto. El libro recorre las vidas "trabajadas" de media docena de personas que viven de estos nuevos empleos creados en la era digital. Su objetivo era "ver el potencial que tiene esta forma de trabajo". Trabajos que van desde el tradicional servicio de transporte hasta la limpieza de oficinas, pasando por el telemarketing. A este propósito Kessler ha escrito lo siguiente: "Llevamos desde los setenta alejándonos del empleo tradicional de jornada completa. Uber, por ejemplo, es la versión más extrema porque ni siquiera reconoce la relación de empleador/empleado. Aunque esta situación existe desde que existen las agencias de trabajo temporal".

Los "trabajadores independientes" tienen empleos precarios, estando aislados y dispersos

Estos "trabajadores independientes", llamados gigs, no son otra cosa que gente desprotegida, con un empleo precario. Desde el punto de vista del "empleador", éste contempla un panorama con infinita mano de obra a su disposición. Son un ejército porque exigen poca cualificación (un carné de conducir, en Uber), o porque los empresarios los reclutan prácticamente en todo el mundo (como Mechanical Turk). En esas condiciones es imposible que exista cualquier organización sindical porque están aislados y dispersos. Además, en cada parte del mundo la gente tiene muy distintas prioridades.

El argumento de que los nuevos negocios no funcionarían si hubiera que respetar las relaciones laborales le hace reír a Kessler: "Eso se ha dicho cada vez que hubo que pagar mejor a los empleados".

En una reciente entrevista a dos voces con los directivos de Uber, Juan Galiardo (director de Uber España) y Giovanna D' Esposito (Directora General para el Sureste de Europa) se pueden leer algunas lindezas hijas de un incomprensible optimismo. Por ejemplo: "Detrás de Uber hay mucha inversión e investigación en inteligencia artificial, en machine learning y en desarrollo de algoritmos […]. Queremos saber si tienes prisa o si quieres caminar un rato, si vas al trabajo o a un museo, y a partir de ahí la aplicación construirá con todas las posibilidades que tienes una ruta óptima para cada momento".

La señora D' Esposito, por su parte, asegura que "Uber es una empresa diversa y pasional que se ha propuesto cambiar el mundo".

Este tipo de empresas sin trabajadores fijos quizá consigan cambiar el mundo. Pero me temo que a peor.

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