
Casado, García Egea y compañía podrán tomarlo como una bravuconada o una bufonada más del vicepresidente segundo del Gobierno. Pero Pablo Iglesias no amenaza en vano. Y cuando esta semana afirmó en sede parlamentaria que el PP no volverá a formar parte del Consejo de Ministros, puede que al final no lo consiga, pero estaba desvelando sus verdaderas intenciones y para lo que está trabajando desde el Ejecutivo y en la calle.
Con la aquiescencia, si no complicidad, del presidente Pedro Sánchez, estamos asistiendo a la destrucción del sistema del 78, de la reconciliación, de la democracia, de las libertades y del Estado de Derecho.
Sin ningún escrúpulo y con una estrategia perfectamente planificada, la coalición socialcomunista utiliza la preocupación y el miedo de los españoles ante la grave crisis sanitaria que el Gobierno no sabe y da la impresión de que tampoco pone mucho empeño en resolver para consumar la toma del Estado y las instituciones democráticas y perpetuarse en el poder al modo de las dictaduras bananeras y bolivarianas.
El anuncio del indulto a los golpistas catalanas y de la reforma del delito de sedición en el Código Penal, los ataques y el ninguneo a la Corona, el asalto a la independencia judicial, el relevo en los mandos de la Guardia Civil, las algaradas callejeras contra los confinamientos selectivos, la dejación de funciones en la lucha contra el COVID, los pactos con los herederos de ETA, la ocupación de los medios de comunicación y la intervención de las redes sociales, o la putrefacción del CIS de Tezanos, son todos pasos premeditados en la misma dirección, la de la destrucción del pluralismo, la tolerancia y la Constitución.
Y frente a ello nos encontramos con una oposición dividida en tres marcas, siguiendo el juego que les marca e interesa a Sánchez. Un Partido Popular debilitado, acomplejado, sin estrategia definida, sin pericia y con un liderazgo poco consistente a ojos del electorado. Una competencia en VOX que rompe la unidad necesaria para conseguir ese gran partido de centroderecha capaz de ser alternativa de Gobierno y que, por ello, es el mejor aliado del sanchismo. Y unos Ciudadanos que han dejado de ser el centro útil y necesario para convertirse en la alfombra del Gobierno que le utiliza como espantajo frente a posibles espantadas de sus socios de la Frankestein.
Felipe González lo ha podido decir más alto pero no más claro en declaraciones a Clarín. "No están en contra de la Monarquía solo; quieren sustituir la Monarquía por una república plurinacional con derecho de autodeterminación. Por tanto, con la semilla de la autodestrucción de España como Estado nación y como historia". Operación de demolición del Estado contra el que el expresidente socialista anuncia que "estoy radicalmente en contra de eso y con lo que me quede de fuerzas y con la que tenga en el futuro lo combatiré".
Un Felipe González ahora en la Reserva, situación en la que se definía Rosa Díez durante un reciente encuentro en Click Radio y TV, idéntica a la que parecen haberse resignado también Alfonso Guerra, José María Aznar, José Manuel García Margallo, Nicolás Redondo Terreros, José María Fidalgo, Joaquín Leguina, Josep Piqué, Andrés Herzog, la propia Rosa Díez, y tantos otros que lideraron y protagonizaron la Transición y el período de mayor libertad, prosperidad y prestigio internacional de nuestra historia.
Nombres ilustres, hombres y mujeres con capacidad intelectual y sentido del Estado, que ante una situación dramática y excepcional derivada de las agresiones y la incompetencia del Gobierno, la impotencia de una oposición sin rumbo y fragmentada y una sociedad civil anestesiada, deberían empezar a plantearse que ha llegado la hora del regreso de los reservistas. Aunque les cueste.