
Caos político, degeneración institucional, declive económico, confrontación social, ocaso cultural: eso es Cataluña hoy. Mal vivir y amargura para casi todos los catalanes, y por extensión, para el resto de españoles.
Esta situación tiene un sustrato en tendencias económico-tecnológicas de largo plazo que fragilizan la estructura productiva de la región. La relativa desindustrialización de Cataluña ha limitado su crecimiento propio y su lugar en la economía española. Conocida como downsizing, esta tendencia es un mal propio de las regiones y los países previamente avanzados. Ante el cambio tecnológico y el auge de los demás, deben desarrollar nuevos filones para el progreso.
La situación actual de decadencia de Cataluña tiene este fundamento y, a su vez, tiene un poderosísimo desencadenante: el desafío del separatismo a la democracia española, magnificado en la última década y que culminó en el golpe de Estado del otoño 2017. Se comprenderá que hayan tenido efectos los muchos lustros en que una administración autonómica ha fomentado la confrontación contra el supuesto enemigo exterior de España y ha construido estructuras de Estado.
La consecuencia del separatismo no es la independencia sino el profundo declive de la región
El ninguneo al Estado de derecho español, la nula neutralidad de la administración separatista, la corrupción general, el desastre social del sistema de enseñanza monolingüe en catalán, el caos en el sistema político, los desfiles de decenas de miles de personas cada 11 de septiembre y en tantos otros momentos, los frecuentes colapsos ejercidos sobre infraestructuras, la impunidad completa, el guerra-civilismo de TV3 y demás medios de comunicación públicos y privados subvencionados, el comedero de la cultura en catalán, los hechos gravísimos y multitudinarios del otoño 2017, la quema de Barcelona en octubre 2019, amén del perpetuo mal gobierno de la misma Generalitat y de las políticas de muchísimos ayuntamientos, todo lo anterior y lo demás que el lector conoce, se entenderá que haya tenido efectos. Por supuesto, la consecuencia no es la independencia de Cataluña. La consecuencia es la decadencia de Cataluña.
Entre 2010 y 2019 la competitividad de Cataluña entre las 271 regiones europeas ha pasado de la posición 103 a la 161. Madrid está en el lugar 98. Efectivamente, sobre una base de cambio económico se ha hecho la peor de las políticas posibles: introducir inestabilidad en las instituciones. Siendo así que en el mundo global dónde el capital circula libremente, la calidad de las instituciones es el elemento esencial de la competitividad. Cataluña, lugar de preferencia de las inversiones extranjeras, ha recibido en 2018 y 2019 el 5 % de ellas, el resto va principalmente a Madrid. Lo que los separatistas catalanes ahuyentan, Madrid lo acoge.
Todos los indicadores muestran la magnitud del declive catalán. Hoy no vamos a abundar en ellos, simplemente, es devastador. Podemos obviarlos: en cualquier página de este periódico el lector tropezará con signos negativos para Cataluña, desgraciadamente. La perennización, la cronificación del desafío separatista tiene un altísimo coste (pasado, actual y futuro), económico, político, social y personal.
La pérdida de competitividad es fruto de la menor calidad de las instituciones
¿Cuándo se revertirá la situación catalana (y española)? ¿Cuándo se podrá empezar a frenar la decadencia de Cataluña? Pues cuando el sistema político español así lo decida. Hasta ahora ha prevalecido la indolencia de los gobiernos de España, dejando que en una parte del país impere una autocracia independentista, e incrementando el coste político de hacer vigente el Estado de derecho en Cataluña.
Obviamente, Cataluña y España necesitan que los políticos y gobernantes españoles superen el cainismo. Cataluña necesita que los gobernantes tengan algo de sentido común, un poco de sensatez y un mínimo de responsabilidad. En su decadencia y en la indolencia del sistema político, Cataluña tiene un problema esencial. Quizá España también tiene un problema sustancial en la decadencia de Cataluña y en la indolencia de sus instituciones políticas.