Opinión

Modelo fintech y fusiones bancarias

Las entidades resultantes de las fusiones serán más parecidas a las fintech

Las fusiones bancarias persiguen siempre crear entidades más grandes, más poderosas y eficientes, capaces de sortear mejor los escollos del mercado y fortalecer a sus reguladores. En ese proceso, la búsqueda de sinergias y la eliminación de duplicidades han sido tradicionalmente las vías más empleadas para lograr el objetivo. De esta forma, el cierre de oficinas y el correspondiente ajuste de plantilla se nos presentan como algunos de los efectos más visibles de estas operaciones. Ahora bien, el factor tecnológico, y en particular el modelo de negocio que han traído las fintech al panorama financiero, constituirá, estamos seguros, una fuente de inspiración para los nuevos gigantes que emerjan tras la nueva ola de integraciones a la que nos encaminamos.

Junto a la eliminación de duplicidades, una de las claves más importantes en esta nueva fase de integraciones en el sector financiero será la reconfiguración de funciones en el seno de las organizaciones resultantes. Ello conllevará la remodelación de las estructuras internas con el fin de reforzar la especialización en aquellas tareas que hoy son capaces de aportar más valor para las entidades en términos de mayores ingresos y menores costes de explotación. Eso supone, por un lado, primar el asesoramiento sobre la mecanización en la relación con los clientes y en torno a productos que mejor se adaptan a sus necesidades, y, por otro, la automatización de todas las tareas repetitivas a través de las plataformas digitales.

Tanto el nivel de desarrollo alcanzado por la industria tecnológica en los últimos años, como la cultura imperante en la sociedad, proclive al uso cotidiano de dispositivos inteligentes, favorecen la transformación acelerada del sector financiero. A este respecto, un reciente estudio señalaba que la penetración de los smartphones y el número de usuarios crecerán en Europa, a partir de este momento, alrededor del 4,9% al año, para alcanzar el 81,4% de su población en 2024. Eso significa que, como ya ocurre en otros muchos ámbitos de la vida cotidiana (como el acceso a la información, a los recursos de ocio o al consumo en general), los principales canales de interacción entre los usuarios con sus entidades financieras serán los teléfonos inteligentes que hoy llevamos todos en el bolsillo.

Varias generaciones que bien han nacido dentro del paradigma digital o han tenido que adaptarse a él como consecuencia de su imparable y ya casi universal penetración, prácticamente han dejado de exigir de sus entidades financieras rentabilidad para sus ahorros (después de 2008, los tipos de interés reducidos o inexistentes se convirtieron en una realidad). En su lugar, valoran de los operadores financieros con los que trabajan inmediatez en sus transacciones, extremada sencillez en las operaciones y cero comisiones, habida cuenta de que ese usuario digital ha interiorizado que la resolución de la mayor parte de las gestiones con las entidades recae en él mismo.

Todo ello nos lleva a pensar que las entidades resultantes de estas operaciones de integración, aparte de mayor músculo financiero y unas estructuras más finas y fibrosas, tenderán a parecerse más a los modelos que actualmente encarnan las empresas fintech que al de los bancos que hasta hoy hemos conocido. Serán entidades con menores estructuras comerciales, probablemente más potentes y eficaces por el fuerte componente tecnológico; con una poderosa imagen de marca, que intentarán cuidar y potenciar en cada momento, y una robusta base tecnológica en sus procesos de back office, los cuales, en el punto de conexión con el cliente, se traducirán en interfaces sencillas e intuitivas. El objetivo consiste ahora en la automatización de los procesos y de muchos servicios, y en el conocimiento de las necesidades reales del cliente. O lo que es lo mismo, se impone la precisión, aportar auténtico valor, y no un abordaje indiscriminado, no más pesca de arrastre.

A esta acelerada transformación, a diferencia de otros procesos similares en el pasado, contribuirá también una nueva generación de empleados de banca más joven y mejor preparada -la media actual está en el entorno a los 40 años tras los procesos de reestructuración llevados en los últimos años y, mayoritariamente, preparación universitaria- que ha crecido rodeada de tecnología y que, por un simple proceso de identificación con el cliente, sabe interpretar de manera más ajustada lo que éste espera recibir de sus entidades en términos de relación, experiencia y servicio.

Asimismo, cuando el objetivo consiste en lograr una mejora de la eficiencia operativa de las entidades, estamos seguros de que asistiremos a una extensión y aceleración de nuevas adquisiciones o colaboraciones entre entidades bancarias y empresas fintech, un fenómeno ya en marcha y basado en el alto componente de conocimiento y experiencia que éstas aportan en actividades o negocios de nicho. En la mayoría de los casos, se trata de negocios suficientemente probados, e incluso consolidados, que liberan a las entidades financieras de realizar fuertes inversiones, a diferencia de lo que supondría asumir estos proyectos ex novo, y que acortan la curva desarrollo y el tiempo de aterrizaje de los proyectos en el mercado.

Por tanto, el modelo que representan las empresas fintech constituirá, a buen seguro, un espejo en el que podrán mirarse las entidades financieras que emerjan de estas fusiones, o al menos, una fuente de inspiración de cara a reducir su actual estructura de gastos, lastrada también por los elevados costes regulatorios, y aumentar su insuficiente rentabilidad.

WhatsAppFacebookTwitterLinkedinBeloudBluesky