
Entusiastas en su afán de recuperar la memoria histórica, los ministros y diputados del gobierno de coalición socialpopulista recuperaban también la España cañí y de pandereta, recibiendo con folklóricos vítores y aplausos a su "toreador" de Bruselas. Más que un maestro, un novillero cuyo único mérito fue no meter la pata, mientras la lidia y las orejas las cortaba, como el propio Sánchez les reconoció en privado, la alemana Ángela Merkel, con la inestimable colaboración del francés Macrón y del italiano Conte.
Esto no quiere decir que, a la espera de conocer la letra pequeña, el acuerdo alcanzado con fórceps en las maratonianas sesiones de la capital belga es un buen acuerdo sin matices para Europa, porque refuerza la imagen de cohesión y solidaridad de una Unión Europea en horas bajas. Y un buen acuerdo, ma non troppo, para España que finalmente consigue 72.000 millones de euros en transferencias directas, cinco mil millones menos de las inicialmente previstas y que, una vez descontado el aumento de nuestra participación al Presupuesto comunitario se van a quedar en 35.000 millones, a los que hay que añadir los otros más de 70.000 millones en préstamos a devolver.
Las ayudas de Bruselas son un rescate encubierto que será supervisado si no por los hombres de negro, si por un gran hermano en forma del resto de los socios que tendrán la posibilidad de cerrar el grifo del dinero si se incumple
Dineros condicionados hasta el último céntimo al compromiso de reformas y con carácter finalista, es decir destinados a proyectos concretos de reconstrucción de la economía y de la industria. Es decir, un rescate encubierto que será supervisado si no por los hombres de negro, si por un gran hermano en forma del resto de los socios que tendrán la posibilidad de cerrar el grifo del dinero si se incumple.
Por eso, y reconociendo las bondades de lo conseguido que, como apunta el responsable de ratings financieros de Axesor, Antonio Madera, "fortalecerá la sostenibilidad de la deuda y evitará que se disparen las primas de riesgo y los déficits fiscales", extraña esa euforia de Pedro Sánchez y sus ministros, con Pablo Iglesias a la cabeza, cuando por lo que sabemos e intuimos de las condiciones que nos vienen, y por mucho que desde Moncloa lo quieran disfrazar, el programa de gobierno firmado entre PSOE y Unidas Podemos es imposible de cumplir y tendrá que ser sustituido por recortes de gasto público, ajustes en el sistema de pensiones, subidas de impuestos, adelgazamiento de una administración elefantiásica, cumplimiento de la unidad de mercado mediante el recorte de normas y competencias autonómicas en la materia y el mantenimiento de esa reforma laboral que los socios de Gobierno se habían comprometido a derogar.
Para entender la derrota sin paliativos de Sánchez en Europa hay que cotejar lo que se ha aprobado finalmente en Bruselas con la posición oficial de partida del presidente del Gobierno, que en abril pasado propuso crear un fondo europeo especial dotado con 1,5 billones de euros consistente en transferencias no reembolsables y financiado con deuda perpetua europea. La diferencia con los 750.000 millones aprobados, de los que sólo 390.000 son ayudas directas es abismal.
Sánchez deberá explicar a la ciudadanía los ajustes que se verá obligado a aceptar por el rescate, además de tener la espada de Damocles de sus socios de la "Frankestein", cuyas exigencias son incompatibles con las condiciones europeas
En este escenario, y más allá de los esperpénticos aplausos, los datos de una crisis económica más hostil de lo esperado, los rebrotes del COVID que empiezan a mostrar alarmantes síntomas de descontrol y las condiciones de la UE para aportar las ayudas sitúan a Sánchez en una situación de mayor debilidad que en marzo de este año, y con la tesitura de explicar a la ciudadanía los ajustes que se verá obligado a aceptar por el rescate, además de tener la espada de Damocles de sus socios de la "Frankestein", cuyas exigencias son incompatibles con las condiciones europeas.
Y, como muestra del insignificante papel y de nuestra impotencia en Europa, solo un dato, España ha contado siempre con cuatro directores generales en la Comisión Europea, como los países grandes de la Unión. Hoy, y con el antecedente de la derrota de la candidatura de Calviño a presidir el Eurogrupo, sólo tiene uno, Daniel Calleja, director de Asuntos Jurídicos. De ser como Francia y Alemania hemos pasado a ser como Chipre. Ese es el mérito de Sánchez. Pues eso, aplausos.