Opinión

Las razones del gobierno para conciliar súbitamente

  • Los malos augurios económicos de distintos entes han copado la semana
Pedro Sánchez, presidente del Gobierno.

Mucho se ha destacado en estos días la importancia de los acuerdos económicos y laborales que nos deja la última semana de junio. Y con razón. La sociedad española necesitaba algunos gestos por parte de sus élites, que demostraran una capacidad de diálogo y entendimiento acorde con las dificultades que atraviesan la mayoría de los hogares del país para poder hacer frente a las más elementales necesidades.

Lo más sorprendente es que, al menos en el aspecto político, lo ocurrido estos días supone una sonora rectificación por parte del presidente y sus principales colaboradores en la estrategia de linchar al principal partido de la oposición, de aislarle y asimilarle a la tercera fuerza política, e imputarle todas las responsabilidades posibles en la lucha contra el virus en las comunidades donde gobierna.

Parece que súbitamente el gobierno de PSOE y Podemos hubiera despertado a la necesidad de un pacto con el PP que quitara a Pedro Sánchez el uniforme de "opositor de la oposición" en el que sigue envuelto, seguramente por su rechazo visceral a la derecha y todo lo que se le parezca. Profundizando en los acontecimientos que han podido propiciar ese giro en la posición del presidente, que incluso ha forzado a aceptarlo a su vicepresidente social, encontramos tres gravísimas advertencias sobre el futuro del país en pocos días.

Las previsiones del gobierno, ya de por sí dramáticas, se veían ampliamente superadas por la realidad

El Fondo Monetario Internacional que dirige la búlgara Kristalina Gueorguieva asegura que España será el país más castigado del mundo por la crisis económica derivada del coronavirus. Nos concede ese honor a medias con Italia. Puede que hasta ahora no hayan hecho mella en Sánchez las cifras, ocultadas y manipuladas, de víctimas reales de Covid-19 que sitúan a nuestro país entre los más castigados del mundo sin que se reconozca oficialmente motivo alguno. Pero la previsión del FMI cayó el miércoles como jarro de agua helada en La Moncloa porque en esa estadística de cálculo no cabe tergiversación alguna: la peor recesión mundo será la española, un 12,8% de caída en su Producto Interior Bruto. Y el déficit llegará al 13,9. Guarismos que se traducen en millones de dramas individuales continuados en el tiempo durante años. Las previsiones del gobierno, ya de por sí dramáticas, se veían ampliamente superadas por la realidad.

Pocos días antes las advertencias venían del BCE y la Comisión Europea, al alimón, avisando de que lo peor de la sima económica que nos espera está por llegar. Nada del triunfalismo patrio que nos trata de convencer de que esto va a ser una V meteórica de la que saldremos más fuertes.

Otro baño de realismo con la rúbrica de otras dos mujeres situadas en puestos clave: Ursula von der Leyen y Christine Lagarde. La frase sostenida por ambas de que no estamos en el final del desastre sino en el principio tenía destinatarios muy claros. Y a sus pronósticos se sumaba el del Banco de España, que completaba la semana trágica de previsiones para la economía española al vaticinar que en el segundo trimestre que estamos cerrando, el de la desescalada y los rebrotes, la caída económica será del 20 por ciento, con un frenazo a la demanda nacional estratosférico.

Rápidamente se atribuyeron estos informes a la dependencia de nuestra economía del sector turístico, pero la carga de las consecuencias la van a sufrir todos los sectores de actividad.

Mientras esas advertencias se producían, en el seno del gobierno tenía lugar el debate sobre el impuesto a los ricos que finalmente se dejó fuera de las conclusiones de la comisión de reconstrucción. Y saltaron las alarmas, y el gobierno se apresuró a conciliar. El Rey y los empresarios clamaban por acuerdos y por diálogo entre los sectores económicos, y los acuerdos llegaron pasado el día de San Juan en el Congreso, con una votación en la que PSOE y PP daban cuerpo a la unidad parlamentaria sobre el decreto post-Covid, y en las mesas de negociación de los ERTES y los autónomos.

Las miradas dejaban de dirigirse hacia Lastra, Calvo, Garzón y los elementos más duros frente a la oposición conservadora y los empresarios, y por fin se dirigían hacia los actores sobre los que descansa la responsabilidad de que el futuro no sea tan negro como pintan FMI, BCE, CE y BE.

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