
La pandemia que estamos sufriendo está redefiniendo el llamado "espacio común". Ahora hay que respetar distancias entre seres humanos para, supuestamente, aumentar nuestra seguridad sanitaria. Esta nueva disposición física de las personas tendrá un impacto muy severo en todas las áreas de interacción humana. Una de ellas es el transporte público y, en particular, en la concepción de concepto "público".
La RAE define "público" como conjunto de personas que constituyen una colectividad. Es evidente que la nueva regulación sobre aforos máximos, relacionada con la distancia mínima de seguridad entre individuos, cambiará nuestra concepción de colectividad. Quedarán en el olvido los apretujones en el metro en hora punta; los golpes de codo del ocupante de la butaca contigua en el cine, el teatro o el estadio; el olor a humanidad en espacios cerrados como el bus, el avión o la discoteca y las conversaciones privadas de las personas de la mesa de al lado, entre otros escenarios de interacción humana. Ahora se ha de convivir con el distanciamiento, término opuesto a la natural tendencia social del individuo.
Concretamente, en el transporte público el impacto será brutal. Deberán habilitarse vagones de metro con una capacidad máxima de ¿20 personas? ¿15 personas? ¿30 personas? Según datos oficiales, estaciones de metro como Plaça Catalunya pueden registrar más de 40.000 validaciones de billete en un día (líneas 1 y 3). Si en un convoy hay nueve vagones, haría falta un número muy elevado de trenes y de frecuencia de paso para dar cabida a la demanda que se concentra en las horas punta. Es un escenario inasumible. No es posible. El tiempo necesario para obtener plaza y desplazarse en metro o en autobús convierte esta opción en una quimera si se quieren respetar las distancias de seguridad entre personas. En la práctica, el cumplimiento estricto de la distancia mínima entre individuos convertiría el transporte público en privado de facto. Y por este motivo, no es descabellado inferir que muchos opten por usar su vehículo particular en lugar del transporte público.
La RAE también define como público aquello "accesible a todos". Si el modelo de transporte público adaptado a la "nueva normalidad" de distancias mínimas pretende ser sostenible económicamente, el precio del billete sencillo de metro o bus no será asumible para la inmensa mayoría de las personas: será equiparable a un lujo o suntuosidad por el incremento sustancial de precio. Y lo mismo ocurrirá con los aviones y rutas comerciales. La "nueva normalidad" hará inviable económicamente el actual modelo de desplazamiento de personas en medios públicos.
Ha de considerarse la efectividad de este distanciamiento interpersonal para evitar la propagación de determinadas enfermedades, teniendo en cuenta que el aire que se desplaza por los conductos de ventilación es común y compartido por todos en un entorno cerrado, como un autobús, avión o tren.
Volveremos a la "antigua normalidad" porque "la nueva normalidad" no es posible
Pero siempre cabe la "excepción". Somos maestros en diseñar normas y leyes genéricas y comunitarias y, al mismo tiempo, establecer excepciones a su aplicación. Así, es esperable que las distancias mínimas entre individuos se flexibilicen cuando se refieran al transporte público a fin de hacerlo viable técnica y económicamente; se establecerán excepciones en los espectáculos deportivos, culturales y sociales; y llegará un momento en que será mayoritaria la excepción sobre la norma y alguien se preguntará sobre la conveniencia de eliminar las restricciones que no restringen nada en la práctica. Y por último se eliminará la norma y volveremos a la "antigua normalidad" porque, sencillamente, la "nueva normalidad" no es posible.