
En el Palacio de las Cortes, el 27 de diciembre de 1978, tras el discurso pronunciado por S.M. Juan Carlos I, quedó aprobada la Constitución vigente. Cuando comento, mucho después, aquel suceso, observo que separatistas y progresistas exhiben programas para alterarla a fondo. ¿Por qué alterar la Constitución de 1978, si fue uno de los elementos básicos para en el futuro el poder desarrollar buenos planteamientos económicos? A mi juicio porque, como mínimo, hizo posible que se comenzasen a alcanzar tres objetivos fundamentales para el desarrollo económico, que a los mundos separatista y progresista parece irritarles.
El primero, cerrar la puerta, precisamente la de los vencedores, que era a quienes correspondía hacerlo, para todo lo que se opusiese a la hermandad entre los españoles. Yo recordaré siempre, en este sentido, el día que consideré finalizada la Guerra Civil. Era verano, en la Asturias de los años 50, y estaba pasando unos días allí. Una marcha del Frente de Juventudes, quizás procedente de algún campamento, y a la que mandaba el entonces Delegado de esa organización, López Cancio , llegó y se situó delante de una Iglesia -donde entonces existía, como en muchísimas otras, en los muros exteriores, unas lápidas con los nombres de caídos del Bando Nacional como consecuencia de la Guerra Civil-. López Cancio dijo en voz alta: "¡Los camaradas "tal" y "cual" colocarán una corona de flores ante la lápida de estos caídos!". Salieron dos muchachos uniformados y, uno de ellos, brazo en alto, se cuadró delante de López Cancio y en voz alta, preguntó: "¿Por qué caídos vamos a poner estas flores?". López Cancio hizo un gesto como de sorpresa y, tras un breve momento, contestó: "Por todos los que murieron buscando una España mejor". Y quien le había interrogado contestó: "Pues entonces, yo puedo ponerlas, porque mi padre murió combatiendo en el ejército republicano y pretendiendo lo mismo". Y cogió con el otro camarada las flores y las colocó en aquella lápida encabezada con el nombre de José Antonio Primo de Rivera.
La desaparición de las posturas enemigas entre españoles generó el crecimiento del PIB
Yo pensé que había presenciado el definitivo final de la Guerra Civil. Y ese espíritu fue el que culminó en 1978, al aprobarse la Constitución. La desaparición de posturas enemigas entre los españoles pasó a ser esencial para la buena marcha de la economía. Eso es lo que, por ejemplo en Europa, tuvo lugar, precisamente muy poco después del final de la II Guerra Mundial, cuando un conjunto de dirigentes de países que se habían enfrentado a lo largo del conflicto -de Alemania, de Francia, de Italia, de Bélgica, de Holanda y de Luxemburgo-, se reunieron para liquidar definitivamente las enemistades que parecían ser datos permanentes de la vida europea a partir de la herencia de Carlomagno. El título que se dio a aquel acuerdo, formulado en el Tratado de Roma, fue el de Mercado Común Europeo. Nació así una fraternidad económica que, no sólo se mantiene, sino que se ha ampliado, y que constituye, setenta y cuatro años después del conflicto, un elemento clave para afianzar el progreso económico de Europa.
Pero, además, como economista, tengo que señalar un segundo elemento positivo que se subrayó en el texto constitucional, en el artículo 36: "Se reconoce la libertad de empresa en el marco de la economía de mercado" que, evidentemente, se completó con el artículo 33: "Se reconoce el Derecho a la propiedad privada y a la herencia", y en el artículo 31 : "Todos contribuirán al sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo con su capacidad económica mediante un sistema tributario justo e inspirado en los principios de igualdad y progresividad que, en ningún caso, tendrá alcance confiscatorio".
Deben ignorarse las reformas en el Texto que el separatismo y el progresismo insinuan
Todo esto significaba la base necesaria para desarrollar el modelo llamado de la Escuela de Friburgo, cuya primera defensa escrita se había publicado en España en 1941, en el Instituto de Estudios Políticos, por un discípulo de Flores de Lemus, Valentín Andrés Álvarez, -por cierto, un gran economista e intelectual destacadísimo en el grupo de los existentes en la etapa que transcurre de 1918 a 1936-, y de ahí procede un mensaje que, simultáneamente, pasa desde 1944 a difundirse en la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas, sostenido por todos los profesores existentes en ella, en favor, además, de la apertura de España al comercio internacional. Precisamente así, salió la base de la vinculación de este ámbito constitucional nacional nuevo, con Europa y la adhesión a las ventajas de la globalización.
Y hay un tercer objetivo, y es que llegó un impacto que había pronosticado Flores de Lemus y ampliado Manuel de Torres: una demanda por parte de la población de las zonas industriales y urbanas, que crecían con fuerza como generadoras de productos y servicios nuevos. Pero eso significaba la vinculación con planteamientos de política social, derivados de la aparición en Europa de las condiciones del Estado del Bienestar y, por otro lado, de las condiciones de la contratación laboral en relación con actividades sindicales obreras señaladas por la O.I.T., que habían sido defendidas, previamente a la aparición de la Constitución, en las Cortes Españolas por Fernando Suárez. Todo esto fue recogido en la Constitución de 1978.
Al vincularse ese triple conjunto de fundamentos de la vida económica española, se convirtió nuestra Ley fundamental en algo que se debe mantener de modo permanente. Todo lo que se haga para que ese espíritu persista, debe motivar que la Constitución de 1978 -como sucede con la curiosa de Inglaterra y la de Estados Unidos-se mantenga por encima de todas las vicisitudes que en adelante pudieran acontecer; y por eso deben ignorarse las insinuaciones aludidas de reforma constitucional, que, desde los planteamientos separatistas y pseudoprogresistas se insinúan de manera creciente.
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