
El objetivo de cualquier inversión es batir a la inflación para preservar el poder adquisitivo. Pero algo tan básico se ha vuelto cada vez más difícil en el contexto actual.
El año pasado, el IPC de la zona euro escaló un 5,3% ante el aumento de los precios de las materias primas, sobre todo de la energía, que se vio agravado por el inicio de la guerra en Ucrania. Y desde entonces, nada ha sido capaz de detenerla. Este año los precios vuelven a avanzar un 9,1%, con datos a cierre de agosto, y la previsión del Banco Central Europeo (BCE), que en septiembre ha realizado la mayor subida de tipos de la historia, es que el año que viene crezca otro 5,5%. Lo que significa que, entre 2021 y 2023, el inversor se enfrenta a una inflación acumulada del 21% en la zona euro, que muy pocos activos superarán.
"Los tiempos de rentabilidades de dos dígitos en casi todas las inversiones de capital, incluso después de deducir la inflación, deberían ser ya una cosa del pasado", señalan desde DWS. Sin embargo, "se espera que las acciones sigan desempeñando un papel importante para todos los que quieran acumular riqueza o al menos compensar las tasas de inflación más altas", añaden.
De los principales activos, de hecho, sólo lo conseguirán la bolsa americana en euros y la europea -en ambos casos incluyendo los dividendos-, junto al petróleo y el dólar. Se trata de un ejercicio teórico que ha tenido en cuenta el comportamiento de cada activo en 2021, en los nueve primeros meses del año en curso y una estimación de cara a 2023.

En el caso de los índices bursátiles, la rentabilidad estimada el año que viene responde a la inversa del PER (el número de veces recogido en el precio de la acción) con las ganancias estimadas de 2023. Y la expectativa es que el S&P 500 sea quien mejor sirva de escudo contra la inflación, con una rentabilidad prevista del 43% frente al 21% del Stoxx 600. En clave española, del Ibex 35 se espera menos, alrededor de un 10%.
Qué dice la historia
Según un estudio de Allianz Global Investors, que analiza cómo han evolucionado diferentes tipos de inversión en escenarios muy diferentes de inflación, desde 1971 hasta la actualidad, en lo que se refiere a la renta variable la suposición es que, en un escenario inflacionista, se comporta mejor que la renta fija, que es más sensible a las subidas de precios. "En la práctica, la renta variable perdió terreno en términos reales cuando las tasas de inflación fueron superiores al 6%, en un grado mucho mayor que los bonos. Por otra parte, la renta variable obtuvo una rentabilidad significativamente mayor cuando los precios subían por debajo del 6%. Con unas tasas de inflación en torno al 2-4%, la renta variable estadounidense obtuvo una rentabilidad anual justo por debajo del 10%", explica Dr. Hans-Jörg Naumer, director capital markets & thematic research de la entidad; mientras que una cartera de renta variable global incluso registró rentabilidades anuales de casi el 11% (medidas en dólares estadounidenses).
Los bonos no protegerán
Con las proyecciones actuales, y a pesar del repunte que se ha producido en las expectativas de rentabilidad de los bonos ante el cambio de rumbo de los bancos centrales, la deuda pública y privada de Europa y Estados Unidos no será capaz de proteger a un inversor de la inflación acumulada estos tres años. Por poner un ejemplo, si se tiene en cuenta la evolución del índice de renta fija pública europea, que incluye su variación por precio y los cupones, el saldo que dejó el año pasado fueron pérdidas del 2,21%, que ascienden hasta el 18% en 2022 debido a las fuertes caídas en el precio de los bonos, a pesar de meter el efecto del cupón. Mientras que la rentabilidad proyectada a largo plazo para este activo es del 3,78%, lo que deja el rendimiento acumulado entre el 2021 y 2023 en pérdidas del 17%, a las que habría que restar el efecto de la inflación. Esta fotografía se repite con la deuda pública americana, y con la corporativa de ambas regiones.
Dentro del universo de las materias primas, el oro no cumplirá con la función que históricamente se le atribuye, la refugio capaz de preservar el capital, que en el pasado sí que ha cumplido. El precio del metal lleva dos años consecutivos de caídas, penalizado por la fortaleza del dólar y las subidas de tipos de interés de los bancos centrales en un intento de controlar la inflación. El año pasado cedió un 3,7%, mientras que en este ejercicio retrocede un 5,6%, hasta los 1.729 dólares. Y las previsiones del consenso de mercado recogido por Bloomberg apuntan a que su precio caerá otro 3% el año que viene.