
Una de las imágenes del año es la del ministro José Luis Escrivá conduciendo al pueblo a la tierra prometida de las pensiones. El éxodo de la gran reforma que fortalezca las pensiones del futuro se pondrá en marcha el próximo año. Pero lamentablemente creo que Escrivá no abrirá la aguas del Mar Rojo de las pensiones y su pretensión de que los 100.000 millones que se han ahorrado para la jubilación se multipliquen por cinco en los próximos años será agua de borrajas.
Si el ahorro construido entre lo que llamamos el segundo y el tercer pilar de las pensiones, los planes de empleo de empresa y los planes de pensiones privados, crece mínimamente es por la revalorización de los activos y no por las aportaciones. El primer pilar, la pensión pública, ya sabemos que está quebrado y ningún presidente del Gobierno ni ningún partido han tenido la grandeza de resolverlo porque saben que los votos les mandarán al banquillo en cuanto lo hagan.
Duele mucho decir que el plan de Escrivá fracasará porque no hay mayor problema que la previsión de ahorro para la jubilación. Escrivá ha querido ver en los autónomos el pueblo de Israel al que reconducir para que genere ahorro para la jubilación. Y lo hace con una idea que me parece certera, que pone énfasis en la mayor crítica que se puede hacer a los planes de pensiones en nuestro país: que son productos caros.
Cuando sepamos definitivamente cuál va a ser la comisión de los macroplanes de pensiones de la nueva industria podemos estar hablando de perfilados de gestión pasiva a un coste entre el 0,15% y el 0,3%. Por efecto espejo con los productos que ya hay en mercado, a la mayoría de ellos les avergonzará, porque realmente son pobres en rentabilidad y altos en comisiones de gestión.
Escrivá, como otros muchos, pretende demonizar a quienes han construido ahorro para la jubilación aprovechándose de desgravaciones fiscales. Por eso este año se ha limitado a 2.000 euros la aportación máxima a planes de pensiones. Cantidad que el año que viene se limitará a 1.500 euros y estoy convencido se quedará en nada en tres años. Los demoniza porque considera que el ahorro es de ricos y no se valora que buena parte de este se construye por el esfuerzo y se detrae del consumo.
Desplazar del tercer al segundo pilar los planes de empresa podría ser parte de la solución como demuestran modelos como el británico, en el que se detrae voluntariamente para la jubilación el 8% del salario (4% a cargo del empleado; 3% del empresario y un 1% del Estado). Pero el plan Escrivá ofrecerá pocos réditos porque de momento las cantidades -hasta 8.500 euros desgravables- solo las aportarán los empresarios. El Mar Rojo quizás se abriría si en las aportaciones hubiese desgravaciones para la empresa como las hubo en el impuesto de sociedades (10%) o en las bases de cotización a la Seguridad Social.