
El euro se deprecia cerca de un 2% frente al dólar en la semana y se encuentra ya a apenas un 1% del suelo del año, los 1,068 dólares que registró el 20 de marzo, el momento de mayor tensión de la crisis del coronavirus para la divisa comunitaria.
Este mínimo no se veía desde principios de 2017, cuando distintas opciones políticas euroescépticas ganaron terreno en los principales países de la eurozona, pero sobre todo en Francia, donde la ultraderecha del Frente Nacional de Marie Le Pen aspiraba a gobernar el país.
Ahora, la pandemia global ha vuelto a saltar la costuras de la unión monetaria, evidenciando las diferencias entre los países del norte, que cuentan con mayor margen fiscal para capear la crisis, y los del sur, cuyos desequilibrios les hacen depender de una respuesta común y contundente que no llega.
El último capítulo de esta amenaza constante que sufre el euro ha sido la enésima reticencia de Alemania a asumir el papel de último pagador oficial u oficioso, esta vez vehiculada en una sentencia del Tribunal Constitucional del país que cuestiona el programa de compras del Banco Central Europeo (BCE) que ha rebajado a mínimos los costes de financiación de toda la eurozona en los últimos años, aliviando la carga de los elevados endeudamientos de España, Italia o Portugal.
La pandemia ha evidenciado la mayor debilidad de la eurozona frente a otros bloques económicos
Otra evidencia que ha visibilizado la pandemia de Covid-19 es la mayor debilidad de la eurozona en conjunto dentro de los bloques económicos desarrollados. Una fragilidad que remarcan las peores previsiones de contracción de la actividad y un indicador poco consultado pero revelador: el diferencial entre los seguros de impago (los CDS) sobre Alemania y Estados Unidos se amplía y eso señala un dólar más fuerte, pese a que la media de analistas sigue apuntando a un cruce en el 1,12 al cierre de 2020 por la política ultra expansiva de la Reserva Federal (Fed).