El primer ministro británico, Boris Johnson, se salió con la suya: habrá elecciones generales el 12 de diciembre. Su deseo es que las encuestas, que le dan una ventaja de unos 10 puntos sobre los laboristas, acierten y el sistema electoral le proporcione una clara mayoría absoluta. De esa apuesta depende que el acuerdo del Brexit con la UE no acabe convertido en papel mojado. Pero no solo eso: según cómo sea esa hipotética victoria, la relación comercial entre Reino Unido y la UE podría cambiar muchísimo.
El movimiento de Johnson, de entrada, es un riesgo. Su Gobierno tenía una mala salud de hierro: con el equilibrio de fuerzas, era casi imposible que la oposición se pusiera de acuerdo para hacerle una moción de censura. Y con su acuerdo de salida sobre la mesa y suficientes diputados a favor de su aprobación, era cuestión de tiempo, si insistía lo suficiente, que saliera adelante.
Con las elecciones, sin embargo, le da una segunda oportunidad a los proeuropeos: si laboristas, liberales y nacionalistas escoceses suman mayoría absoluta, el acuerdo del Brexit irá directo al cubo de la basura y las únicas opciones que habrá sobre la mesa serán permanecer en la UE tras un segundo referéndum o ir a por la salida más blanda posible, al estilo noruego. Una hipótesis que, si el laborista Jeremy Corbyn repite su espectacular remontada en la campaña de 2017 o si hay un enorme nivel de voto táctico entre los tres partidos que hace valer todas y cada una de sus papeletas, es perfectamente posible.
Si Johnson ha decidido jugársela es, principalmente, para refozarse internamente en las negociaciones para el acuerdo comercial futuro, que con toda seguridad absorberán todo el esfuerzo del Gobierno británico durante los próximos dos años. Aunque el premier hubiera logrado aprobar su plan antes del 31 de enero, con el voto a regañadientes de un grupo clave de diputados laboristas, difícilmente podría seguir contando con ellos para la siguiente fase.
¿EEUU o Europa?
Y en esos debates habrá muchos más temas sobre la mesa. La pregunta clave es el grado de integración que busca el país con el club europeo. Cuanta más acepte, mayor será el comercio posible con los Veintisiete y, a cambio, peor será el acuerdo que negocie con EEUU, obsesión principal de los conservadores más radicales. Un pacto con la UE que mantenga a Reino Unido atado a estructuras europeas como la unión aduanera sería inmanejable para los negociadores estadounidenses. Y viceversa: si Londres empieza, por ejemplo, a comprar huevos americanos, que son ilegales en Europa por motivos sanitarios, las barreras de contención que se levantarían en el Canal de la Mancha serían gigantescas.
En el Parlamento que se despedirá la semana próxima no había, ni de lejos, los apoyos suficientes para aprobar una relación mínima con la UE que desembocara en un acuerdo comercial profundo con EEUU. La oposición tumbaría los acuerdos, si es que antes no habrían enmendado el mandato negociador de Johnson para dejarle claro que la relación más cercana debía ser con este lado del Atlántico. Su única opción, si esa era su prioridad, era ir a elecciones.
Cuatro futuros distintos
Y aquí se abren varios escenarios. El mejor para él, el mismo con el que soñó Theresa May en 2017, es el de una mayoría absoluta aplastante merced al hundimiento de los laboristas. Si eso ocurre, el premier podría ignorar a los radicales -o a los moderados- de su partido y tener las manos libres para negociar lo que quisiera. Sería un Johnson en estado puro y, en cierto modo, más fiable para los negociadores del otro lado: al menos sabrían que lo que acordaran, les gustara más o menos, sería aprobado en Westminster por medio de su rodillo parlamentario.
Pero también hay otras dos opciones. Una victoria por la mínima, por contra, le dejaría a merced de las dos alas de su partido, con objetivos y principios muy diferentes. Si la traición de una decena de diputados fuera suficiente para tumbar dejarle sin mayoría, su posición seguiría siendo igual de débil.
Peor aún sería en el caso de que se repitieran los resultados de 2017. Que, después de un mes de campaña, Johnson solo consiguiera un Gobierno en minoría que dependa del apoyo de los unionistas norirlandeses, a los que 'apuñaló' políticamente con su acuerdo con la UE. Este resultado llevaría de vuelta al punto donde lo dejaron esta semana, con dudas incluso de que pudiera aprobar el pacto de salida, ante el rechazo norirlandés. Cada votación sería un sufrimiento, y además ya no estarían muchos de los laboristas que habrían estado dispuestos a apoyarle y que abandonarán sus escaños en estas elecciones. La parálisis seguiría intacta.
Y siempre queda la derrota. Muchos brexiters aún tienen sudores fríos pensando en 2017. Corbyn, que se siente en su salsa haciendo mítines, partía en la misma posición en las encuestas que ahora y remontó casi 18 puntos en apenas un mes. Su aprobación se ha hundido en las encuestas desde entonces, pero las campañas electorales tienen su propia dinámica. Y no hay que descartar que, en seis semanas, el Brexit acabe en el vertedero de la Historia, justo cuando los euroescépticos tenían la victoria en la punta de sus dedos. Lanzar los dados tiene esos riesgos.