
Desde hace 73 años, el peronismo es la fuerza política clave en Argentina. A estas alturas se podría esperar que los mercados hubieran hecho la paz con ella. Sin embargo, este poderoso movimiento político tiene un punto débil: su política económica es imprevisible, puede ser una cosa y su contraria.
En los años de Carlos Saúl Menem (1989-1999), el peronismo no asustó a los mercados porque trajo de la mano la dolarización del país y una profunda liberalización, con la privatización y venta de empresas públicas clave como la petrolera YPF, que acabó en manos de Repsol.
Pero si los inversores están temblando esta vez es porque la experiencia peronista más reciente, la del fallecido Néstor Kirchner y su mujer, Cristina Fernández, fue todo lo contrario: aislacionismo, intervencionismo y control político de la economía. Y los ojos de todo el mundo están puestos en Cristina, que esta vez se presenta como aspirante a vicepresidenta de Alberto Fernández, un peronista crítico con su gestión económica pero con un perfil más bien gris.
Miedo al 'cepo'
Si las sacudidas del lunes fueron tan bruscas es porque el partido vencedor no deja de ser el de los Kirchner, con las mismas caras que antes. Y las memorias de los 12 años de poder de la pareja presidencial aún traen escalofríos a los mercados.
En los primeros años, de recuperación tras el corralito de 2001, la fuerte devaluación del peso, tras liberarse de su atadura al dólar, permitió aumentar con fuerza las exportaciones, ingresar divisas y relanzar el crecimiento económico del país. Con ese dinero, Kirchner renacionalizó empresas privatizadas por Menem, como el Correo o Aerolíneas Argentinas, pagó la deuda que mantenía con el FMI, de 9.500 millones de dólares, y cerró un canje de la deuda externa que había llevado a la suspensión de pagos durante la presidencia anterior, de Fernando de la Rúa.
Sin embargo, la llegada de su mujer a la presidencia en 2007 dio un giro bastante más sombrío. Con el boom de la soja argentina, que traía una gran cantidad de divisas, Fernández aumentó el gasto público para incrementar el consumo interno. Dado que aún quedaban deudas pendientes de su default en 2001, y algunos inversores se negaban a aceptar el canje, Fernández evitó emitir bonos en dólares y cubrió los altos déficits acumulados mediante la impresión de pesos, provocando un aumento de la inflación que ocultó manipulando las estadísticas oficiales.
En un intento de aprovechar más los ingresos de divisas, aumentó los impuestos a las exportaciones agrícolas, para obtener más dólares de la soja, y obligó a los agricultores a cambiar sus beneficios a pesos a un tipo artificialmente hinchado a favor del Gobierno. Para evitar una salida de capitales, implantó el llamado "cepo cambiario", limitando la compraventa de monedas y desincentivando las inversiones internacionales. Y finalmente, en su segundo mandato, renacionalizó YPF y acabó llevando al país a una nueva suspensión de pagos ante el llamado "Grupo de París" de países prestamistas. De aquello hace tan solo cuatro años.
Fernández... o Fernández
En las últimas horas, Alberto ha hecho lo posible por distanciarse de Cristina, tendiendo la mano al economista opositor Roberto Lavagna, líder de la tercera fuerza del país, y prometiendo que no abandonaría las líneas maestras de la política de Mauricio Macri, como el acuerdo con el FMI o la liberalización de la moneda.
Pero la debilidad del probable nuevo presidente indica que el futuro del país dependerá de cuál de los dos Fernández se asiente como el dominante en el esperado nuevo Gobierno. Salvo un milagro de Macri a última hora, claro está.