
La práctica totalidad de las instituciones públicas y privadas prevén para la economía española, en 2017, una tasa de crecimiento del PIB inferior a la de 2016, pero claramente superior a la media de la zona euro. Así, en el cuadro macroeconómico del Gobierno que se incluyó en la Actualización del Plan Presupuestario 2017 del pasado 9 de diciembre, se recoge una previsión de crecimiento para el año que viene del 2,5%, frente al 3,2% con el que se espera cerrar 2016.
Este aumento del PIB real es la consecuencia de comportamientos de los componentes de la demanda bastante similares a los del año actual. Así, volverá a ser la demanda nacional la que aporte la mayoría del crecimiento, en concreto un 2,4% frente al 3,1% de 2016, mientras que la contribución del sector exterior será de nuevo una décima positiva.
De manera más desagregada, la desaceleración en el crecimiento de la demanda nacional es la consecuencia fundamentalmente de una menor expansión del consumo privado, que pasa de una estimación de crecimiento del 3,4% al 2,7%, así como de la ralentización del aumento de la formación bruta de capital fijo, es decir, de la inversión, que pasa del 4,6% en 2016 a 3,4% en 2017.
Si es importante conocer estas previsiones, no lo es menos analizar los supuestos de partida en las que se basan. En este sentido, las previsiones de 2017 parten de unos tipos de interés tanto a corto como a largo plazo, muy bajos en términos históricos, incluso negativos en el caso del euríbor a tres meses.
Asimismo, se prevé un tipo de cambio dólar/euro similar al de 2016, mientras que el precio del petróleo, en concreto del Brent, se estima se situará en 50,2 dólares por barril, frente a los 42 de promedio del año actual. Este aumento del precio del petróleo, muy relevante para un país tan dependiente energéticamente como el nuestro, se verá compensado por una previsión de mayor crecimiento del PIB mundial, desde el 3% de 2016 hasta el 3,4% de 2017 y también de un mayor aumento de los denominados mercados españoles de exportación, que pasarán a crecer un 3,5% en 2017 frente al 2,4% de este año, lo que también pone de manifiesto la progresiva diversificación de nuestras exportaciones hacia países que no son ya tan mayoritariamente pertenecientes a la Unión Europea, dado que no podemos olvidar que el crecimiento de la zona de euro caerá desde el 1,7% al 1,5%.
Es cierto que si hay algo que dificulta las previsiones económicas es la incertidumbre. En este sentido, 2017 se presenta como un año no sencillo de anticipar, especialmente, por la cantidad de nuevos escenarios y de decisiones relevantes que se van a tomar. La forma en que se va a concretar la nueva presidencia de los Estados Unidos, especialmente en el ámbito de la política comercial; el cambio en el signo de la política monetaria de la Reserva Federal; el modo en que se va a materializar el Brexit o los resultados electorales en países tan significativos como Italia, Francia, Holanda o Alemania no son elementos menores y pueden condicionar de manera significativa la evolución de las economías.
A esas incertidumbres del entorno internacional, habría que añadir las nuestras propias, en un contexto en el que ni tan siquiera es evidente cómo va a ser finalmente nuestro presupuesto.
No obstante, y siendo cuestiones significativas, la evidencia nos pone de manifiesto que la lógica empresarial sigue unos derroteros que no siempre, especialmente en el corto plazo, coinciden con los escenarios políticos, teniendo por lo tanto, su propia inercia. Buena prueba de ello ha sido el año 2016 en España, donde con un Gobierno en funciones se va a superar la barrera de crecimiento del 3%. Al final, ¿qué es más importante para el crecimiento a corto plazo: los Gobiernos, el precio del petróleo o la evolución de los tipos de interés o del tipo de cambio?
En el caso de nuestra economía, los retos asociados a un buen comportamiento desde el punto de vista del crecimiento económico seguirán siendo fundamentalmente, por un lado, el control del déficit público y de nuestro sistema de Seguridad Social, y en consecuencia el endeudamiento público, y por otro, la generación de empleo y la consiguiente reducción de nuestras elevadas tasas de desempleo.
En este sentido, se pone de manifiesto de manera significativa aquel dicho según el cual la economía es ciencia y es ideología. Así, mientras que para el Fondo Monetario Internacional la nueva ley del mercado de trabajo ha funcionado bien y de hecho habría que profundizar todavía más en esa línea, en nuestro Parlamento, la mayoría de nuestras fuerzas políticas abogan por su eliminación. Partiendo de que hay que suponer que todo el mundo es bienintencionado, resulta curiosa tanta disparidad de diagnóstico, porque si no coincidimos en el diagnóstico, difícil será la cura.