Cuando una persona ha acumulado algunos ahorros y desea moverlos para sacarles rentabilidad probablemente se habrá encontrado ante la tesitura de apostar por productos de renta fija o de renta variable. La diferencia entre unos y otros es importante, y aunque a priori resulta sencilla entender, hay múltiples matices que conviene conocer bien para tomar la mejor decisión para las finanzas personales propias.
Fundamentalmente, con los productos de renta fija tanto la devolución del capital del usuario como la rentabilidad están garantizadas, por lo que el riesgo que se asume es muy bajo, mientras que con la renta variable ni los ahorros del inversor ni los beneficios están asegurados, pero existe la posibilidad de conseguir ganancias más elevadas en menos tiempo. Así pues, son muchos los usuarios que prefieren poner en peligro su dinero a cambio de obtener mejores expectativas de beneficios. Pero también, y esto es importante tenerlo en cuenta, hay muchas probabilidades de incurrir en pérdidas.
La del riesgo es, sin duda, una de las principales diferencias entre la renta fija y la renta variable, pero no la única. Otra de consideración que conviene tener en cuenta es el grado de dificultad de sus productos. Por lo general, los de renta fija suelen ser más sencillos y exigen menos dedicación a sus titulares para generar beneficios, mientras que los de renta variable pueden llegar a ser extremadamente complejos y sólo aptos para inversores expertos o profesionales.
Una última diferencia importante es la de los plazos. Los productos de renta fija suelen tener un vencimiento, fecha en la que el emisor se compromete a devolver el capital al inversor junto con la rentabilidad generada. Esta última también se puede ir entregando periódicamente con frecuencia mensual, trimestral, semestral o anual antes del final. Con la renta variable, en cambio, no hay periodo preestablecido, es el usuario el que debe decidir, en función de la evolución del mercado, cuándo le interesa vender.
Existen multitud de productos de renta variable, pero los más destacados dentro de esta categoría por su gran variedad, su popularidad y su liquidez son los activos financieros como las acciones, los ETF o las criptomonedas. Se trata de instrumentos en los que el usuario especula con la evolución de su valor, con el objetivo de comprarlos por un precio bajo, esperar que suba con el paso del tiempo y entonces venderlos, de tal manera que se obtengan beneficios con la diferencia.
Como hemos comentado un poco más arriba, una de las principales diferencias entre renta fija y renta variable es que ésta segunda es mucho más arriesgada, pero dentro de esta categoría, a su vez, existen distintos grados de peligro que conviene tener en cuenta antes de invertir en uno u otro producto. Por ejemplo, los ETF (siglas de exchange-traded funds, en español fondos de inversión cotizados) tienen un riesgo medio si se compara con otros instrumentos de este tipo, pues son fondos compuestos por multitud de activos en los que su amplia diversificación reduce el peligro, ya que las posibles pérdidas de unos se pueden llegar a compensar con las ganancias de otros. Además, los ETF están administrados por profesionales de las sociedades gestoras que los emiten, por lo que son ellos los que se encargan de investigar el mercado y hacer los movimientos que sean necesarios para intentar que sea rentable.
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Otros productos de renta variable muy populares son las acciones. Se trata de los títulos en los que se divide la propiedad de las empresas cotizadas, y con ellas existe la posibilidad de obtener beneficios por dos vías: por una parte, especulando con la evolución de su valor, y por otra, manteniéndolos en cartera a largo plazo para recibir los dividendos que reparta la compañía a la que pertenecen entre sus accionistas. Los repartos de dividendos pueden ser mensuales, trimestrales, semestrales o anuales.
Las acciones son más arriesgadas que los ETF porque se tratan de un único producto cuya sola fluctuación a la baja puede provocar importantes pérdidas al inversor. Pero tienen una considerable ventaja: están respaldadas por la empresa a la que pertenecen, por lo que tienen bases más sólidas que otros activos financieros y es más probable que su evolución a largo plazo sea al alza.
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Unos productos de renta variable que han alcanzado una notabilísima popularidad en los últimos años son las criptomonedas. Se trata de activos digitales con los que se especula con la evolución de su valor para tratar de conseguir beneficios. Esa celebridad reciente se debe a que una de sus principales características es la volatilidad de sus precios, que pueden fluctuar abruptamente en cuestión de horas, tanto al alza como a la baja.
La alta volatilidad de las criptomonedas hace que sus propietarios puedan conseguir importantísimos beneficios en muy poco tiempo, pero, a la vez, las hace extremadamente arriesgadas, puesto que su valor también puede caer muchísimo y provocar pérdidas enormes en días o, incluso, horas. Por este motivo, son activos que sólo se recomiendan a inversores profesionales con una dilatada experiencia y amplios conocimientos sobre los mercados de inversión.
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La inscripción en este registro no implica aprobación o verificación alguna de la actividad realizada por los proveedores de servicios de cambio de moneda virtual por moneda fiduciaria y de custodia de monederos electrónicos por parte del Banco de España.
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Otros productos de renta variable en los que se puede invertir son las materias primas y los pares de divisas, aunque en estos casos existe la dificultad añadida de que no son de tan fácil acceso como los activos anteriormente comentados. También se consideran instrumentos de renta variable los inmuebles, aunque en este caso la barrera de sus altos costes es importante, el capital de riesgo (invertir en empresas no cotizadas) y los activos poco convencionales y de lujo como las piezas de arte.
En la inmensa mayoría de los casos, los productos de renta fija consisten en una especie de préstamo a la inversa, en la que es el particular el que deja dinero a la entidad emisora de esos instrumentos, que puede ser pública o privada. O, lo que es lo mismo, el inversor compra deuda, y es por eso que su rentabilidad está asegurada, porque el emisor se compromete a restituirle lo prestado más los intereses generados.
Uno de los principales emisores de productos de renta fija es el propio Estado. Todos los países ponen en el mercado lo que se conoce como deuda soberana, y los inversores pueden comprarla para conseguir beneficios. Con estos instrumentos, la nación obtiene financiación necesaria pare el funcionamiento del aparato estatal, y a cambio de conseguir fondos que no tiene ofrece intereses a quienes los compren.
Uno de los productos más destacados de deuda soberana son las letras del tesoro, con vencimiento a corto plazo, entre 3 y 18 meses, y cuya rentabilidad se entrega al cierre de ese periodo. Otros son los bonos del Estado, a medio plazo (entre 2 y 5 años) y que pueden entregar tanto cupones periódicos (trimestrales, semestrales, anuales) por los intereses generados antes del vencimiento como la rentabilidad generada en la fecha de cierre. Por último encontramos las obligaciones del Estado, títulos muy similares a los bonos pero a largo plazo, en estos casos de entre 10 y 30 años.
La deuda pública se puede comprar a través de las oficinas del Banco de España, en la web del Tesoro Público de nuestro país o en entidades financieras (bancos o brókers) autorizados para la compraventa de este tipo de productos.
Por otra parte encontramos la deuda privada, esto es, la que emiten empresas de toda clase y los bancos. Las compañías pueden emitir pagarés, que son similares a las letras del tesoro en cuanto a periodo y funcionamiento, y bonos y obligaciones, de naturaleza parecida a sus pares públicos. En general estos productos se comercializan a través de brókers.
En lo que se refiere a la deuda privada de los bancos, encontramos las cédulas hipotecarias, que son participaciones en el conjunto de las hipotecas de la financiera, y depósitos de distinto tipo, en los que el usuario recibe intereses a cambio de ingresar en la entidad una cantidad determinada, a veces por un periodo concreto de tiempo y otras con carácter indefinido. Ésta última es, probablemente, la fórmula más extendida, cómoda y sencilla para que los particulares consigan beneficios con productos de renta fija.
Dentro de los depósitos bancarios encontramos distintas modalidades, desde los clásicos depósitos a plazo fijo a otros productos más versátiles como las cuentas remuneradas o las cuentas de ahorro. A continuación te explicamos en qué consisten cada uno de ellos.
Se trata del producto de deuda privada bancaria más popular. Es el que más se parece a un préstamo a la inversa, puesto que con los depósitos a plazo fijo el cliente ingresa en la entidad una cantidad determinada de dinero a cambio de que el banco le entregue unos intereses. La liquidación de estos últimos puede ser al vencimiento, o por periodos trimestrales, semestrales o anuales.
El usuario no puede retirar los ahorros que ha depositado en este producto hasta la fecha de cierre pactada por las partes en el contrato de apertura. Algunas entidades permiten que sus clientes cancelen el depósito a plazo fijo antes de tiempo a cambio de que paguen una penalización, algo que desvirtuará el objetivo de este instrumento, pues no sólo no generará rentabilidad, sino que además puede provocar pérdidas. Pero al menos, eso sí, esta opción permitirá a la persona recuperar sus fondos si los necesita para una urgencia.
Las cuentas de ahorro se parecen a los depósitos a plazo fijo en que ofrecen intereses a sus titulares por el capital que ingresen en ellas, pero guardan una diferencia fundamental con aquellos: no retienen el dinero del usuario, quien puede sacar e introducir fondos cuando quiera sin la más mínima restricción, por lo que no pierde liquidez en ningún momento.
A cambio de esa mayor flexibilidad, la rentabilidad de las cuentas de ahorro suele ser inferior a la de los depósitos a plazo fijo.
Las cuentas remuneradas son un producto híbrido que aúnan características de las cuentas de ahorro y las cuentas corrientes. Como las primeras, ofrecen intereses por el dinero que sus titulares depositen en ellas, y como las segundas permiten realizar todas las operaciones bancarias más habituales, como transferencias, domiciliaciones o asociación de tarjetas bancarias.
A cambio de la gran flexibilidad que supone el hecho de aúna intereses y operativa, las cuentas remuneradas suelen tener requisitos más exigentes que los depósitos a plazo fijo y las cuentas de ahorro. Para contratar estos dos últimos, de hecho, apenas es necesario disponer del importe mínimo que solicitan los bancos para poder abrirlos, que suele ser de al menos 5.000 o 10.000 euros, según la entidad.
Para conseguir intereses en una cuenta remunerada, en cambio, suele ser habitual que los bancos soliciten que el cliente cumpla con algunos requisitos relativamente exigentes, como domiciliar una nómina por un importe mínimo, domiciliar al menos dos recibos de aprovisionamientos del hogar, contratar otros productos o servicios de la entidad, utilizar la tarjeta de crédito asociada un número mínimo de veces al trimestre, etc.
Esta decisión es muy personal y dependerá en gran medida del riesgo al que esté dispuesto el usuario a exponer su dinero. También es importante el nivel de conocimientos que tenga sobre los mercados financieros y los productos en los que esté interesado, y el tiempo del que disponga para dedicarle a su inversión, pues la renta variable exige mucha más atención que la renta fija.
Para aquellas personas que no quieran arriesgar lo más mínimo su dinero, no tengan muchos conocimientos sobre los mercados y quieran conseguir ingresos pasivos sin mucho esfuerzo, sin duda la mejor elección son los productos de deuda privada bancaria como los depósitos a plazo fijo, las cuentas remuneradas o las cuentas de ahorro.
Para quienes posean algunos conocimientos más pero tampoco quieran poner en peligro su dinero ni dedicarle mucho tiempo a su inversión, también puede ser buena opción la deuda pública, aunque en este caso es muy recomendable informarse bien del funcionamiento de las letras del tesoro, los bonos y las obligaciones antes de comprarlos.
Por último, la renta variable y, en particular, los activos financieros, serán para personas que quieran tener la opción de conseguir ganancias más abultadas en menos tiempo y no les importe arriesgar su dinero. En este caso es fundamental que el usuario se informe debidamente sobre el funcionamiento del mercado y los productos en los que va a invertir, que tenga experiencia en este tipo de operaciones y que sea muy consciente de que las posibilidades de perder una parte de sus ahorros son bastante elevadas.
La información contenida en este artículo es de carácter informativo y no constituye una recomendación de inversión ni asesoramiento financiero. Toda inversión conlleva riesgos, incluida la pérdida total del capital. Antes de tomar decisiones financieras, se recomienda consultar con un asesor autorizado.