
Desde que Rusia atacó a Ucrania, los países europeos están buscando una salida al callejón geoestratégico en el que están encerrados la gran mayoría de ellos: Rusia es su principal suministrador de gas, una fuente de energía imprescindible para mantener a las casas calientes y a la industria en marcha sin recurrir a los combustibles fósiles más contaminantes, como el carbón. La respuesta occidental a la guerra desatada por Rusia ha sido intentar cortar todas las relaciones económicas posibles. El objetivo ahora es buscar un sustituto para este gas sin sumir a Europa en una crisis energética sin recedentes. Y los países más grandes ya están dando pasos.
En la Eurozona, el objetivo es reemplazar dos tercios del gas que consume de Rusia, que equivale a aproximadamente un 10% de todo su mix energético. Pero el mayor problema lo tienen Alemania e Italia, en los que el gas ruso supone cerca de un 15% de la energía que consumen en un año.
Alemania es el país con más dificultades, ya que la apuesta por el gas ruso es de largo recorrido: el país decidió cerrar todas sus centrales nucleares tras la crisis de Fukushima (Japón) en 2011, apostando por más carbón y más gas para sustituir esa producción. Y con el carbón de salida por sus altas emisiones de gases contaminantes, el gas tenía que hacerse cada vez más relevante. No solo eso, sino que Alemania no tiene plantas regasificadoras de Gas Natural Licuado (GNL), por lo que se apostó por el gasoducto Nord Stream 2 para traerlo directamente de Rusia. Todos esos planes han saltado por los aires, con la misma contundencia con la que Vladimir Putin bombardea ciudades en Ucrania.
Sin embargo, las opciones del país están limitadas por un factor: el Gobierno actual -y cualquier otra coalición alternativa posible- está integrado por Los Verdes, un partido creado en base a una oposición frontal a las energías nucleares. Su co-líder y ministro de Economía, Robert Habeck, ha optado por firmar un acuerdo de GNL con Qatar. Aunque no ha indicado cantidades ni detalles del acuerdo, sí que ha indicado que será para largo plazo y que les podría permitir abandonar el gas ruso a partir del año que viene.
Por su parte, Italia está buscando ayuda directamente de España, un país también enfrentado a las nucleares (en este caso desde el desastre de Chernóbil, en 1987) y que tiene la mitad de fuentes renovables que la media europea (11% frente al 22% de la UE). Italia funciona con gas, y la semana pasada el gestor técnico italiano Snam anunció que trabaja para crear un gasoducto de Barcelona a Génova para ampliar el suministro.
En el mismo sentido, España está también debatiendo la aprobación, largamente paralizada, del Midcat, un gasoducto hacia Francia que permita utilizar las siete plantas regasificadoras de GNL en la Península (seis en España y una en Portugal) para suministrar a centroeuropa. Las plantas ibéricas suponen el 25% de la capacidad europea, y podrían crear una ruta alternativa a Rusia mediante metaneros y gaseoductos al resto del continente.
Reino Unido exprime sus yacimientos
El país europeo que más fácil tiene reemplazar sus importaciones rusas es el que sí puede acceder a sus propios yacimientos de gas: Reino Unido. El país británico importa desde más allá de los Urales un 1% de sus necesidades energéticas, por lo que un aumento de la producción local sería suficiente para compensarlo. Así, el primer ministro, Boris Johnson, tiene previsto dar luz verde a la primera licitación de extracciones del yacimiento del Mar del Norte desde 2020.
El gran problema del país es que las reservas de gas y petróleo están descendiendo a marchas forzadas -cerca de un 7% anual-, y los objetivos climáticos -que prevén alcanzar las emisiones netas cero en 2050- han llevado a un rápido frenazo de las inversiones en estos yacimientos. Además, un aumento de las inversiones en pozos tardará años en verse reflejado en la producción. El Gobierno insiste en que el uso de técnicas más eficientes están permitiendo obtener mejores resultados y extraer más cantidad de combustibles de la prevista de los pozos antiguos.
La ventaja oculta para Johnson, que ya ha aprobado un veto al petróleo ruso, es que un vaciamiento acelerado de los yacimientos escoceses supondría también un golpe a los planes del independentismo escocés. Sus planes originales suponían financiar al hipotético nuevo estado con los beneficios de la extracción de hidrocarburos, para compensar la desaparición de los fondos procedentes de Inglaterra. Gastar los yacimientos antes de tiempo para reemplazar a Rusia supondría matar dos pájaros de un tiro a Londres.