
En España, nos acompañan desde 1994, aunque su uso se ha ido extendiendo cada vez a más productos. Son las etiquetas energéticas, esas pegatinas con barras de colores que clasifican los aparatos en una escala de A a G en función de la cantidad de energía que consumen y que hoy podemos ver en frigoríficos, lavadoras, radiadores o bombillas -los grandes consumidores de la electricidad en casa-... y hasta en los neumáticos del coche.
La ubicuidad de estos distintivos refleja una preocupación extendida entre la ciudadanía: la sostenibilidad. Según la Encuesta sobre el Clima 2020-2021 realizada por el Banco Europeo de Inversiones (BEI) y la empresa de investigación de mercado BVA, en España más de tres cuartas partes de la población cree que el cambio climático ya tiene un efecto tangible en su vida, y el 79% se muestra a favor de aplicar medidas más restrictivas para mitigarlo, en comparación con el 70% de media en Europa.
Quizá el dato más revelador de la encuesta es la disposición a cambiar las cosas empezando por uno mismo. Así, según los datos del BEI, un 42% de los españoles afirma estar dispuesto a adoptar medidas como dejar de viajar en avión, por ejemplo, para aportar su grano de arena.
El 60% de los españoles cree que los cambios en el sector energético son prioritarios en la lucha contra el cambio climático
Los cambios drásticos son una manera de afrontar el problema, pero también podemos cambiar cosas, aparentemente más pequeñas, en nuestro día a día. Por ejemplo, eligiendo aquellos productos y servicios que acreditan un mejor uso de los recursos o un menor consumo. Es aquí donde las etiquetas energéticas pueden servirnos de ayuda.
Algo parecido ocurre con las viviendas. Desde 2013, todos los usuarios que quieran alquilar o vender una casa deben proveerse de un certificado energético, también con calificaciones que van de la A a la G, que informa sobre el consumo de energía de la vivienda e incluso las emisiones de CO2 asociadas.
Los datos disponibles apuntan a que los distintivos están teniendo éxito tanto a la hora de concienciar como en el ahorro de recursos. Según una encuesta del Eurobarómetro realizada en 2019, el 93% de los consumidores europeos confirmó que reconocía la etiqueta y el 79%, que esta había influido en su decisión sobre qué producto comprar. Se estima que estas normativas habrán logrado un ahorro anual de 285 euros en la factura de la luz de los hogares en 2030.
Energía con denominación de origen
Y es que la energía es uno de los sectores en los que es más visible esta concienciación. El 60% de los españoles, según el BEI, cree que los cambios en el sector energético son la primera prioridad en la lucha contra el cambio climático -11 puntos más que la media europea-.
En este campo, también existen unas etiquetas que nos ayudan a elegir mejor la electricidad que consumimos. Son las llamadas Garantías de Origen (GdO), emitidas por la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC) para certificar cómo se ha producido la energía que contratamos en nuestra factura de la luz.
En 2020 las energías renovables produjeron el 44% de toda la electricidad consumida en España, un récord desde que hay registros
Cuando encendemos la tele, es imposible saber qué energía está llegando en ese momento a nuestra vivienda, porque los generadores de electricidad vierten su producción a las redes y de ahí fluye "mezclada" por todo el sistema. Sin embargo, el sistema de las GdO sí permite a los productores de dicha energía certificar cada año de manera fidedigna y conforme a la normativa europea el volumen de megavatios hora (MWh) generado a partir de fuentes renovables -como la energía eólica, la solar, el biogás, etc.- o por cogeneración de alta eficiencia.

Las empresas comercializadoras -aquellas con las que contratamos la electricidad- pueden adquirir GdO para acreditar que una cuantía equivalente a sus ventas ha sido producida siguiendo los estándares citados. Las GdO son una herramienta muy útil, sobre todo si tenemos en cuenta que desde abril de 2008 las comercializadoras están obligadas a informar al consumidor, tanto en las facturas como en las comunicaciones comerciales, sobre el origen de la energía que venden y su impacto ambiental asociado.
En su último informe, publicado en abril, la CNMC emplea un sistema similar al de la etiqueta energética para calificar de la A a la G a 244 de estas empresas, incluyendo además el porcentaje de generación renovable del origen de la electricidad suministrada por cada compañía a sus clientes, así como sus emisiones de CO2 asociadas.
Repsol es la única gran comercializadora en términos de clientes suministrados que ha conseguido la etiqueta A
"Los consumidores son cada vez más conscientes de este tipo de cosas, les gusta saber de dónde provienen las cosas que consumen, ya sea la alimentación o el suministro energético, y saber que lo están haciendo de una manera lo más responsable posible y lo más cuidadosa con el medio ambiente", explica Javier Arjona, responsable de Estrategia y Producto de Repsol, que es la única gran comercializadora en términos de clientes suministrados que ha conseguido la etiqueta A, además, por segundo año consecutivo. La compañía ha obtenido también la máxima nota en las dos categorías que se evalúan: emisiones de CO2 y residuos radiactivos (Repsol no comercializa energía de origen nuclear).
"El compromiso de Repsol es una apuesta consciente que hace la compañía, en línea con sus objetivos de descarbonización", señala Arjona. Repsol entró en el negocio de la comercialización de electricidad y gas hace casi tres años y hoy ya da servicio a 1,2 millones de clientes en España, con casi 3.300 MW de capacidad instalada de generación baja en carbono y más de 2.600 MW en desarrollo.
2020 fue un buen año para las renovables, que produjeron el 44% de toda la electricidad consumida en España, todo un récord desde que hay registros. Aún queda mucho por hacer, pero ya sabemos que las decisiones cotidianas, como mirar las etiquetas, pueden contribuir a lograr una sociedad más sostenible.