Economía

Así es la política más radical que gana fuerza: que los gobiernos gasten todo lo que quieran a coste cero

  • Este tipo de políticas acabaría con la credibilidad de la banca central
  • Resultaría complejo 'cerrar el grifo' del dinero gratis una vez que se abre
Foto de Alamy

Tipos de interés en negativo, billones de euros en expansiones cuantitativas (compras de bonos y otros activos), manguerazos de liquidez con unas condiciones históricamente generosas para la banca... pero la inflación no alcanza el 2%, los salarios no responden, el crecimiento de la economía es un reflejo de lo que fue y la desigualdad económica impera en los países desarrollados. Ante esta situación de languidez permanente, la Teoría Monetaria Moderna (TMM) se ha erigido como la salvación de la economía para ciertos sectores (políticos y económicos), mientras que otra parte tiene pesadillas con la implementación de esta heterodoxa teoría. Resulta imposible saber cuál sería el resultado de aplicar esta política en regiones deprimidas como la Eurozona o Japón, pero lo cierto es que en aquellos países donde se ha puesto en práctica (o al menos se ha implementado algo parecido) el resultado económico ha sido catastrófico.

Esta teoría defiende la creación de dinero por parte del banco central (divisa propia) para financiar el gasto público de una forma permanente o al menos hasta que se alcance el pleno empleo en la economía y todos los factores estén funcionando al máximo rendimiento. Ahora, bajo los programas de estímulo (como el del Banco Central Europeo) se adquiere una cantidad limitada y proporcional de bonos (que el gobierno de repagar al vencimiento) en el mercado secundario, que ayuda a reducir el coste de la deuda soberana, sin garantizar la sostenibilidad permanente de unos niveles de endeudamiento elevados (la deuda aumenta y en algún momento los tipos podrían volver a subir).

Commerzbank: "Si un estado puede obtener financiación ilimitada de su banco central, no sólo reparará carreteras y escuelas. Los partidos políticos descubrirán nuevos campos de acción para atraer a los votantes"

Los defensores de la TMM reconocen que tras financiar directamente al gobierno a coste cero y lograr que todos los factores de producción estén ocupados, la inflación puede aparecer y desbocarse, pero entonces el Gobierno puede subir impuestos y emitir bonos para drenar el exceso de liquidez que está causando el incremento de precios. Quizá lo más difícil sea esto último, decidir el fin de la expansión de la base monetaria y meter la creación de dinero en cintura.

Sebastián Edwards, profesor de economía en la Universidad de California, comentaba en un artículo publicado en Project Syndicate que "la TMM, o alguna versión de ella, se probó en varios países latinoamericanos, entre ellos Chile, Argentina, Brasil, Ecuador, Nicaragua, Perú y Venezuela. Todos tenían en aquel momento una moneda propia. Además, sus gobiernos (casi todos ellos populistas) se basaron en argumentos similares a los que hoy usan los partidarios de la TMM para justificar enormes aumentos del gasto público financiados por el banco central. Y todos estos experimentos llevaron a inflación descontrolada, enormes devaluaciones de la moneda local y caídas aceleradas del salario real". Este experto pone de ejemplo la Venezuela de Chávez y Maduro o el primer gobierno de Alan García en Perú (1985-1990).

Edwards explica que los síntomas son siempre muy similares. "La decisión de las autoridades de financiar un déficit fiscal cuantioso creando dinero fue seguida en lo inmediato por una bonanza económica. Los salarios aumentaron (con ayuda de una suba sustancial del salario mínimo) y disminuyó el desempleo. Pero al poco tiempo se manifestaron restricciones y los precios se dispararon, llegando en algunos casos a tasas hiperinflacionarias".

Jörg Krämer, economista jefe de Commerzbank, señala en una nota que se produce una equivocación importante al confiar en exceso en el buen hacer de los gobiernos: "Si un estado puede obtener financiación ilimitada de su banco central, no sólo reparará carreteras y escuelas. Los partidos políticos descubrirán nuevos campos de acción para atraer a los votantes: construcción de vivienda, energía más barata... El estado asumirá cada vez más tareas y terminará siendo menos productivo. En última instancia, la oferta de bienes y servicios disminuirá".

Este economista alemán argumenta "mucho más dinero acabaría persiguiendo a una cantidad menor de bienes, por lo que la inflación subiría antes o después. Esto despoja a la gente de sus ahorros y daña su confianza en el estado".

No obstante, este experto rompe una lanza en favor de la TMM pero solo para momentos muy concretos. Si el desempleo es masivo y la economía está absolutamente deprimida, la impresión de dinero puede prender la mecha del funcionamiento económico y poner a trabajar a los recursos ociosos (desempleados, fábricas cerradas, etc) de la economía. La cuestión vuelve a residir en lo mismo, saber cuándo detener la 'simbiosis' entre el banco central y el Tesoro, o más que saber cuándo, asumir el coste de acabar con el dinero ilimitado y gratuito, y ser a la vez reelegido en las siguientes elecciones.

La 'ineficacia' del QE

Esta medida tan heterodoxa no solo está ganando fuerza por el estado 'estancamiento secular' de la economía, también porque algunas de las medidas puestas en marcha por los bancos centrales han podido incrementar la desigualdad de la riqueza al inflar los precios de los activos. John Pattullo, estratega de renta fija de Janus Henderson, reconoce que "la desigualdad provocada por la QE ha generado una reacción populista en las economías desarrolladas, así como los llamamientos a la puesta en marcha de la TMM".

Este experto explica que "la TMM es en realidad una politización del gasto fiscal sin restricciones". Nadie restringió la expansión fiscal británica y estadounidense en la Segunda Guerra Mundial: en ese momento se necesitaban tanques y buques de guerra, así que se hicieron. La idea era que los gobiernos gastaran todo lo necesario para lograr el resultado deseado y preocuparse por financiar el déficit en otro momento.

Entonces, después del fracaso del QE para generar un crecimiento sostenible o una inflación cercana al objetivo, la presión comienza a girar hacia la política fiscal. "Los gobiernos siempre están dispuestos a inflar su deuda mediante una inflación más alta que el rendimiento nominal de la deuda que emiten. Esta política, llamada represión financiera, es una forma de desapalancamiento de una economía (es decir, reducir la deuda). Curiosamente, la reducción de la deuda generalmente ocurre a través del crecimiento de la economía (es decir, una mayor producción), lo que reduce la deuda como porcentaje del PIB, pero rara vez produce una reducción en el nivel absoluto de deuda", comenta el economista de Janus Henderson.

Aunque la mayor parte de los economistas se muestraen contra de este tipo de políticas tan radicales, "es difícil argumentar que una expansión significativa en infraestructuras, vivienda, tecnología, transporte y educación no impulsaría la economía, y seguramente tendría un efecto multiplicador mucho mayor que el QE. Lo delicado es cómo se financia y la posible represión (redistribución) de la riqueza que conlleva. ¿Podría este estímulo compensar las tendencias seculares a largo plazo? Posiblemente, pero no estamos convencidos", apunta Pattullo.

Sin embargo, todo lo anterior no es suficiente para justificar que el banco central financie todo este gasto. La independencia de estos organismos debe permanecer para evitar que estas políticas extraordinarias se terminen convirtiendo en políticas habituales como ha ocurrido en los países que han terminado sufriendo hiperinflación. "La política fiscal puede ser efectiva si se financia y utiliza de manera creíble en el momento adecuado del ciclo. Además, debe ser invertida y no consumida (en subvenciones y prestaciones). El debate continúa sobre cómo financiar esta inversión", sentencia este experto.

James McCormack, director de ratings soberanes en Fitch, cree que hay que mantener la confianza de la sociedad en la banca central y el dinero fiduciario. A este experto le preocupa que "los gobiernos, responsables de las políticas fiscales, busquen en los bancos centrales parte de la solución. El riesgo de que los balances del banco central se debiliten y la confianza disminuya. Los beneficios de una inflación baja podrían ponerse en peligro... Aunque la adopción de la MMT todavía está lejos de ser una realidad, las presiones sobre los bancos centrales en EEUU y otros lugares aumentará en el futuro".

Lo cierto es que algunos de los fundamentos que la definen están ganando fuerza entre académicos de gran prestigio. Olivier Blanchard, ex economista jefe del FMI, aseguraba hace unas semanas que no era un defensor puro de la MMT porque no cree en la financiación directa e ilimitada de la deuda y el déficit público. Sin embargo, sí defiende de una mayor permisividad fiscal en tiempos en lo que los tipos de interés son bajos y podrían permanecer en ese nivel por un periodo prolongado. "La sostenibilidad de un nivel dado de déficit o deuda es mayor cuando los tipos de interés son bajos".

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