La última ofensiva de la primera ministra para arañar apoyos parecía destinada al fracaso desde un principio, puesto que la misiva remitida por Jean-Claude Juncker y Donald Tusk, última esperanza que le quedaba, reconoció que no podían proponer "nada que cambie, o sea inconsistente" con los documentos firmados el 25 de noviembre, los mismos que desde el primer día había insistido que eran la única fórmula sobre la mesa.
El Parlamento británico obliga este martes a la segunda economía europea a adentrarse en lo desconocido con el previsto rechazo al acuerdo del Brexit, pese a las advertencias de Theresa May de que tal desenlace podría abortar la salida de la Unión Europea y abrir una crisis constitucional sin precedentes. La esperada intervención in extremis de Bruselas para garantizar que la controvertida cláusula para evitar una frontera dura con Irlanda se emplearía por el "período más corto posible" no logró romper el muro de oposición generado por el plan tanto entre eurófobos, como partidarios de la continuidad, lo que ha enquistado un bloqueo que podría obligar a ampliar la permanencia más allá del 29 de marzo.
May, consciente de su fracaso para recabar apoyos en la previa de una jornada histórica, lanzó el lunes una apelación directa para que los diputados diesen "una nueva mirada" a un acuerdo que, reconoció, "no es perfecto". "Sí, supone un compromiso", admitió desde un estrado en el que los advirtió de que la Historia los juzgaría, tras vincular por primera vez el rechazo al plan con la integridad territorial británica, manifestada en el riesgo de la independencia de Escocia o la unificación de la isla de Irlanda.
Su infortunio es que hablaba a una Cámara que ha perdido el miedo a promover una revolución constitucional que revierta principios tan básicos como la prevalencia del Gobierno en el funcionamiento democrático. La derrota, por tanto, no puede sorprender ni en Bruselas, donde sabían que la carta no lograría revertir el enconado enfrentamiento, ni a una premier que ya en diciembre había tenido que suspender la misma votación.
Con el calendario aproximándose peligrosamente al Día del Brexit, recogido por ley haya acuerdo o no, el procedimiento legislativo establece que, tras el rechazo esperado, May tiene tres días hábiles para regresar a Westminster a exponer una alternativa, una maniobra que dependerá notablemente del resultado de la votación. Si el golpe no supera ampliamente los cien diputados, margen que se manejaba como deseable, May podría considerar volver a Bruselas para demandar concesiones.
Aun en el improbable caso de que el acuerdo sobreviviese, los plazos para garantizar la salida el 29 de marzo serían extremos
Es más, los socios eran conscientes de que, dada la contestación del Parlamento británico, cualquier cambio significativo debía aguardar primero a que los diputados tumbasen el acuerdo, si bien la apuesta que más certezas presenta en el continente es la de que Reino Unido tendrá que solicitar una extensión del artículo 50 del Tratado de Lisboa, retrasando el divorcio.
No en vano, en el improbable caso de que el acuerdo sobreviviese a la votación de este martes, los plazos para garantizar la salida a tiempo para el 29 de marzo serían extremos, por lo que cualquier dilación adicional convierte en viable el potencial retraso del Brexit. Además, puesto que la única fórmula que ha demostrado capacidad de aunar una mayoría es el repudio a un divorcio sin acuerdo, es decir, irónicamente el desenlace por defecto, impedirlo implicará una intervención activa o bien del Gobierno, o de unos diputados que han evidenciado su disposición a asumir el control del proceso.
Como consecuencia, tan importante será lo qué plantee May el día 21 como los parlamentarios que no entienden ya de siglas. Una de ellas es permitir a la premier recabar un consenso en casa, o de lo contrario, ceder el mando a Westminster. Dos escenarios que dejarían como favoritas una ruptura más suave, ya sea inspirada en Noruega o mediante una unión aduanera; o un potencial segundo referéndum.