La misión más desesperada de la carrera política de Theresa May se consolida como una mera maniobra para retrasar una caída que ya se considera sólo una cuestión de tiempo. La primera ministra británica inició este martes su gira para convencer a la Unión Europea de aceptar en el acuerdo del Brexit concesiones digeribles para su fracturado Parlamento, pero el panorama que dejó en casa revela la futilidad de sus esfuerzos: las "clarificaciones" que, como mucho, le dará Bruselas difícilmente superarán el enconamiento de diputados que están pensando ya en una moción de censura inminente.
Como consecuencia, lo único que parece quedar en el margen de decisión de May es cuándo abandonará Downing Street, puesto que se asume que, si Wesminster rechaza su propuesta de salida, la premier tendrá que irse, ya sea por voluntad propia, por un asalto al liderazgo por parte de los conservadores -el martes por la noche, los rumores que anticipaban la convocatoria de unas primarias en cuestión de horas eran ya ensordecedores-, o mediante un voto de no confianza que los demás partidos presentes en la Cámara de los Comunes quieren que el Laborismo, como principal grupo de la oposición, presente de inmediato.
Aunque los unionistas norirlandeses del DUP apoyarían, a priori, al Ejecutivo, siempre que éste haya perdido la votación del Brexit, su respaldo podría ser insuficiente con que apenas dos docenas de tories decidan que no pueden suscribir la continuidad de May en el Número 10. Ya que la cifra de los que han expresado su malestar es mucho mayor, resulta complicado que ésta sobreviva a un eventual magnicidio en el Parlamento.
De momento, el Laborismo resiste la presión, puesto que sabe que, hasta que no quede demostrado el fracaso de la premier ante la UE, el volumen de rebeldes podría no estar de su lado todavía, a pesar de que no son pocos los que reconocen la disconformidad con la manera en que el Gobierno ha procedido con el retraso de la votación que se esperaba para el martes por la noche. La lectura más amable considera que May resolvió finalmente exponerse a la humillación de una demora, porque un cálculo de riesgos le demostró que las dimensiones de la derrota a la que se dirigía serían más degradantes todavía.
'Castigo' moral
Sin embargo, la sensación de que la decisión se basó más en su supervivencia política que en los intereses del país pesa en la conciencia colectiva de Westminster, donde el suspense ha polarizado aún más a los diferentes bandos del Brexit: los eurófobos no aceptarán siquiera cambios significativos en la controvertida cláusula de seguridad de Irlanda; los partidarios de la continuidad están preparados para imponer la salida blanda que consideran el peor de los males y los que apoyan un segundo referéndum, cada vez más, están convencidos de que es la única salida al bloqueo en que ha quedado sumido el país.
Pese a ello, May sigue demostrando estoicismo y mantiene una agenda que, en otras circunstancias, sugeriría que tiene algo por lo que luchar. Su primera parada fue Holanda, donde desayunó con el primer ministro, uno de sus principales aliados y, crucialmente, de los pocos líderes comunitarios que no sufre una fuerte tormenta en casa. La comida fue con Angela Merkel en Alemania, donde halló a una canciller con voluntad de ayudar, pero con suficientes problemas domésticos, como la transición al frente de la CDU.
Su último destino del primer día de gira fue Bruselas, donde su resiliencia sufrió las consecuencias de una colisión frontal con la realidad: el acuerdo de retirada no se reabre y las garantías que la UE puede ofrecerle difícilmente tendrán la carga necesaria para provocar un vuelco en la Cámara de los Comunes. La idea del Número 10 es lograr un concilio que apuntale la "capacidad democrática" de Westminster de decidir en la salvaguarda irlandesa, una reivindicación legal suficientemente incierta como para resultar indiferente para unos diputados que ignoran, incluso, cuándo tendrá lugar la votación. Lo único que Downing Street ha avanzado es que será antes del 21 de enero, fecha máxima inicial para tener un acuerdo.