
El milagro de Irlanda (con todos sus matices y distorsiones) frente a la catástrofe y el estancamiento de España. Esta es la cruda realidad que queda reflejada en la evolución de los salarios reales (descuentan el efecto de la inflación) desde 1994 hasta hoy. Por un lado, está España, una economía especializada en producir servicios de bajo valor añadido, por otro aparece Irlanda, un pequeño país especializado en producir servicios de altísimo valor añadido. El 'tigre celta' ha pasado de ser un país con unos salarios mediocres en 1994 a ser una de las economías con mayores salarios de Europa. España ha pasado de ser una economía con salarios mediocres a seguir siendo exactamente lo mismo. Según los últimos datos publicados por la OCDE, en España los salarios reales han crecido apenas un 2,7% desde 1994, uno de los desempeños más pobres de todos los países desarrollados y el segundo peor de Europa. La clave podría estar en la composición sectorial de ambas economías: España es turismo y hostelería, mientras que Irlanda es sinónimo de tecnología, laboratorios (sector farmacéutico), finanzas y bajos impuestos.
Los datos publicados por la OCDE en euros constantes revelan que en 1994, el salario medio en España era de 32.157 euros (equivalía a esa cuantía si trajeses esos euros a euros presentes), mientras que en Irlanda el salario medio anual era de 34.000 euros. Apenas había una diferencia de 2.000 euros entre ambos países. Hoy, en España el salario medio real es de 33.044 euros, mientras que el de Irlanda es de 55.591 euros. En España apenas ha crecido un 2,7% en términos reales en 30 años, mientras que en irlanda lo ha hecho en un 66%. Solo los salarios italianos lo han hecho peor que los españoles en estos 30 años en Europa. En Portugal, por ejemplo, los salarios reales han crecido un 22% en el mismo periodo. La gran divergencia ibérica que sigue muy presente.
Si la comparación se realiza con países que partían de escalones de desarrollo mucho más bajos, el incremento de los salarios reales ha sido aún mayor. Este es el caso de los países bálticos, donde los salarios se han disparado más de un 200% (tasa de variación) desde 1994. Estos países eran economía muy atrasada y con una nefasta asignación de los recursos tras años bajo el yugo soviético. Tras su independencia abrieron sus puertas a la economía libre de mercado, iniciando una dura transición que ha comenzado a dar sus frutos recientemente. Los bálticos partían de niveles de salarios muy inferiores a los de España en los 90, aunque la progresión ha sido espectacular, aún siguen lejos de los salarios españoles.
Una posible explicación
Ahora, la pregunta a intentar contestar es evidente: ¿por qué los salarios reales apenas han crecido en España en 30 años? Aunque la OCDE se ciñe a publicar los fríos datos, resulta relativamente sencilla desgranar las causas de este fenómeno que aflige a la economía de España. Esto es el reflejo del estancamiento de la productividad y de la creación de empleo en sectores de bajo valor añadido. Se puede observar como la productividad total de los factores (PTF) apenas ha variado en España en los últimos 30 años, sin embargo, en Irlanda sí ha disfrutado de un avance intenso, al igual que ha sucedido en los países que presentan un mayor incremento de los salarios reales en estos últimos 30 años.
La teoría económica clásica sostiene que los incrementos de productividad (es decir, cuando los trabajadores producen más bienes o servicios por hora trabajada) permiten a las empresas generar mayores ingresos sin aumentar proporcionalmente sus costes. En un mercado laboral competitivo como el irlandés, donde varias empresas compiten por atraer talento, esos beneficios adicionales se trasladan en parte a los empleados en forma de salarios más altos, ya que las empresas tienen incentivos a pagar más para retener a trabajadores más productivos. En otras palabras, si un trabajador aporta más valor en la cadena de producción, también puede exigir (y recibir) una mayor compensación, porque su contribución es más rentable para la empresa. Además, los aumentos de salarios derivados de crecimientos de la productividad no generan inflación. Irlanda ha sido un buen ejemplo de esto último, mientras que en España ha sucedido casi lo contrario.
Muchos se preguntarán, ¿si los salarios reales no crecen cómo es posible que la economía se haya expandido e incluso el PIB per cápita haya aumentado algo en este periodo? La respuesta se encuentra en la constante adición de factores productivos a la economía. España, en lugar de crecer por mejoras de eficiencia y productividad, crece de forma extensiva: sumando trabajadores. Esto es algo que sucedió sobre todo en el periodo 1999-2007 y en los últimos años. La expansión del mercado laboral se traduce en un PIB agregado mayor y, a veces, en un PIB per cápita también más elevado.
El fuerte crecimiento de la ocupación supone que hay más personas produciendo bienes y servicios, por lo que al repartir todo este producto entre la población sale una renta per cápita mayor. Sin embargo, esto no supone que los salarios reales suban. En ocasiones hasta supone lo opuesto y España es casi un ejemplo de ello. La intensa creación de empleo en sectores de bajo valor añadido y escasa productividad (turismo, hostelería, comercio...) genera lo que los economistas denominan efecto composición: aumenta la proporción de empleos mal pagados en la economía, lastrando la media de los salarios y la productividad del conjunto de la economía. En España, el sector turístico ocupa a más de 3 millones de empleados.
En Irlanda ha sucedido todo lo contrario. El éxito económico es el resultado de una transformación profunda que comenzó a finales del siglo XX, cuando el país era aún uno de los más pobres de Europa occidental y sus salarios eran similares a los de España. A partir de los años 90, la República de Irlanda adoptó un ambicioso programa de reformas que incluyó una consolidación fiscal ejemplar, la apertura comercial, una fuerte desregulación económica y la drástica reducción del impuesto de sociedades, que pasó del 50% al 12,5%. Estas medidas, combinadas con su pertenencia a la Unión Europea, su uso del inglés y su ubicación estratégica entre América y Europa, crearon un entorno irresistible para la inversión extranjera directa, especialmente de empresas multinacionales del sector tecnológico y farmacéutico. Estas son ramas del sector servicios que presentan un alto valor añadido y que buscaban trabajadores cualificados.
Desde el instituto de estadística de Irlanda explican que la composición del mercado laboral de Irlanda ha experimentado una transformación significativa desde 1973 a 2024. "El sector servicios ha experimentado un crecimiento notable, pasando de una participación del 45% de la fuerza laboral en 1973 al 77% en 2022, lo que destaca el papel de la tecnología, las finanzas y otras industrias orientadas a los servicios en el mercado laboral moderno de Irlanda".
Aunque estas gigantes y sofisticadas empresas han distorsionado las estadísticas del PIB (se incorporan al PIB sus beneficios e inversión), también han tenido efectos reales y duraderos sobre la economía local, generando empleo cualificado y transferencias tecnológicas. Aun descontando este efecto contable, el PIB per cápita irlandés sigue siendo superior al de Alemania, Francia, Reino Unido y por supuesto España. También los salarios medios son más elevadas en Irlanda hoy que en todos esos países.
Más y más productividad
Un factor decisivo ha sido el crecimiento de la productividad, impulsado por una fuerza laboral altamente cualificada, gracias a décadas de inversión en educación y reformas. Desde la gratuidad de la enseñanza secundaria en 1967 hasta las sucesivas reformas educativas de los años 2000, Irlanda ha mejorado notablemente la formación de sus ciudadanos, alcanzando los primeros puestos en el informe PISA, lo que ha contribuido a un mercado laboral más competitivo y dinámico.
Además, la estabilidad macroeconómica (salvo en la crisis de 2008) ha sido otro de los pilares del milagro irlandés. Irlanda supo gestionar dos momentos críticos —la consolidación fiscal de finales de los 80 y la recesión de 2008— sin poner en peligro su modelo de crecimiento. Hoy mantiene una deuda pública inferior al 50% del PIB, una tasa de paro del 4,3% y una inflación del 1,7%, cifras que contrastan con las de otras grandes economías europeas. Su productividad ha crecido a un ritmo notable, alimentada por el aumento del empleo cualificado, la mejora de la eficiencia empresarial y un marco institucional sólido.
Todo ello convierte a Irlanda no solo en uno de los países de Europa con mayor renta per cápita y con salarios más altos. Irlanda ha sabido combinar suerte y estrategia para convertirse en uno de los países más prósperos del planeta. Como resume el economista Noah Smith, "Irlanda liberalizó su política comercial, desreguló su economía, redujo los impuestos, fomentó la educación e innovación... y, de alguna manera, funcionó". El caso de España es más bien el opuesto. Partiendo de una posición similar, la economía real apenas ha mejorado, mientras que la productividad y los salarios reales llevan años estancados. Algunos estudios revelan incluso que la renta disponible de los españoles (la renta tras impuestos) es hoy más baja que en 2008. Así es la catástrofe de los salarios españoles.