
Un pequeño país europeo está sosteniendo sobre sus hombros el crecimiento de la 'pesada' zona euro. Si se atiende a las frías estadísticas sin depurar, este país se ha convertido en unos pocos años en una suerte de Arabia Saudí de los beneficios empresariales. Al igual que sucede en Arabia Saudí con el petróleo, en este país son miles de millones los que entran a su economía a través de los beneficios de las empresas, pero por desgracia solo una pequeña parte de esa cantidad llega de una forma u otra a los ciudadanos. Sin embargo, su economía, en términos estadísticos, está disparada. Es el mayor milagro económico de Europa en términos de PIB per cápita y, por ahora, parece continuar. Al mirar los detalles del PIB de la zona euro, una cifra destaca por encima del resto: el salto del 9,7% del PIB de Irlanda. Un país que representa apenas una centésima parte de la población de la Unión Europea fue responsable de más de la mitad del crecimiento del bloque. A un observador poco familiarizado con las estadísticas económicas podría parecerle que Irlanda ha encontrado petróleo sin que nadie se haya dado cuenta. Sin embargo, el pequeño país tiene un problema: este dinero que entra a raudales se marcha por dos enormes agujeros, lo que ha impedido a Irlanda construir un fondo soberano como el de Noruega o Arabia Saudí... y ahora que Donald Trump amenaza con acabar con el privilegiado estatus de la isla, Irlanda podría quedarse sin nada casi de un día para otro... después de haberlo gastado todo.
"La realidad no está tan lejos de esa idea", aseguran desde el semanario The Economist en un reciente artículo. En los últimos años, el PIB irlandés se ha disparado por motivos que poco tienen que ver con los trabajadores del país. Este país ha superado en PIB per cápita a Suiza y Noruega, al menos en lo que a la estadística se refiere. La fortuna inesperada no procede del petróleo, sino de la competencia fiscal entre países, una lucha en la que Irlanda ha logrado imponerse a base de bajar impuestos. Sin embargo, el dinero que entra a raudales sale casi igual de rápido por dos motivos: uno porque esos beneficios no se quedan en Irlanda. El otro, porque los ingresos obtenidos gravando esos beneficios (a través del impuesto de sociedades) se han gastado en casi toda su totalidad. Es cierto que hoy Irlanda tiene un superávit importante por el pago de una multa que Bruselas ha impuesto a Apple (Apple tiene que pagar a Irlanda), pero durante todos estos años de grandes ingresos, Irlanda ha gastado prácticamente todo, apenas ha ahorrado una décima parte.
Frente a los países que han logrado construir fondos soberanos gracias al petróleo (como Noruega), Irlanda lo ha gastado casi todo y cuando ha empezado a construir estos fondos (hace cuatro días) lo ha hecho muy despacio. Ahora, la amenaza de Donald Trump se cierne sobre la economía irlandesa, que podría perder sus privilegios y quedarse sin nada. Durante estos años, las cantidades de dinero que se han movido en Irlanda han sido extraordinarias, generando grandes distorsiones estadísticas y ayudando a incrementar la recaudación del Gobierno (el Irlanda, la recaudación por Sociedades casi pesa lo mismo que en España la de IRPF en términos de PIB).
Grandes multinacionales han visto en esta húmeda esquina de Europa un lugar ideal para registrar sus beneficios obtenidos en operaciones repartidas por todo el mundo. Gigantes tecnológicos como Apple o Microsoft transfieren derechos de propiedad intelectual (algunos de los activos más valiosos del planeta) a filiales irlandesas, que los utilizan para cobrar royalties desde jurisdicciones con impuestos más altos. Las farmacéuticas hacen algo parecido, y además fabrican medicamentos estrella en Irlanda, aunque hayan sido desarrollados por empresas estadounidenses. Mediante una red de royalties y licencias, contables con tanta imaginación como James Joyce logran desviar beneficios hacia Irlanda, donde tributan al 12,5%, uno de los tipos más bajos del mundo, explican desde The Economist.
Este gran trasvase de beneficios tiene tres consecuencias para Irlanda. Una es que distorsiona el PIB hasta tal punto que las autoridades usan sus propias métricas de crecimiento. No tiene sentido que el PIB per cápita de Irlanda sea más alto que el de Suiza o Noruega. Basta con darse un paseo por algunas calles de Dublín o Cork para ver que los irlandeses no viven ni de lejos al mismo nivel que los suizos. Ni los coches, ni las casas, ni el consumo en general se puede asimilar al de los países más ricos (los más ricos de verdad) del continente. Otro indicador que usan en Irlanda, conocido como renta modificada, muestra que los irlandeses ostentan unos ingresos de unos 50.000 euros per cápita, una cifra importante, pero lejos de los 85.000 que marca el PIB per cápita de Eurostat o los 120.000 dólares que señala el FMI. Buena parte de los beneficios que inflan el PIB de Irlanda terminan a través de los dividendos o recompra de acciones en los bolsillos de grandes inversores y dueños de empresas que viven en EEUU o en otros países.
La recaudación por Sociedades
Más tangible es el impuesto de sociedades recaudado de estas multinacionales, que genera unos 20.000 millones de euros al año (en recaudación, esto sí es real y beneficia a Irlanda) y va en aumento; no es Arabia Saudí, pero basta para pagar colegios y hospitales, según el Consejo Fiscal Asesor de Irlanda. A esto se suma el empleo local generado por estas firmas extranjeras, que representa un 11% de la fuerza laboral y un tercio del IRPF. "El problema es que este "truco" podría haberse vuelto demasiado efectivo. Estados Unidos, en particular, tiene motivos para estar molesto: además de perder ingresos fiscales, las exportaciones ficticias de productos como Viagra (desarrollados en EEUU, pero vendidos a estadounidenses desde Cork) hinchan artificialmente el déficit comercial de bienes con Irlanda, el cuarto mayor del país, tras China, México y Vietnam", señalan desde el semanario británico.
Esta distorsión ha hecho que la tradicional visita de San Patricio del primer ministro irlandés a la Casa Blanca fuera algo tensa este año, con Donald Trump calificando de "estúpido" el trato que EEUU ha dado a Irlanda, un país que supuestamente se enriquece a costa de EEUU. Irónicamente, sus intentos de frenar esta competencia fiscal o carrera fiscal durante su primer mandato solo contribuyeron a acelerarlo.
Los europeos tampoco están contentos. Trump amenazó en abril con imponer aranceles "recíprocos" basados en una fórmula absurda que solo contempla el comercio de bienes, algo que las estrategias fiscales irlandesas distorsionan enormemente. Si Irlanda no fuera miembro de la UE, esa fórmula habría llevado a imponer aranceles del 15% en lugar del 20%.
Para algunos en Bruselas, la solución es clara: en lugar de castigar a toda la UE, Estados Unidos debería centrarse en el sistema fiscal irlandés para reducir su déficit comercial. Como era de esperar, los funcionarios del Ministerio de Finanzas irlandés prefieren no hablar de esta cuestión. Sin embargo, las conversaciones de pub y las declaraciones en despachos empresariales apuntan a la postura oficial: Irlanda no es un paraíso fiscal porque las multinacionales tienen "presencia real" en el país. Eso es cierto hasta cierto punto, según Aidan Regan, economista y profesor de la University College Dublin, quien afirma que "los beneficios contabilizados en Irlanda superan con creces la actividad local real". Kevin Timoney, de la firma financiera Davy, argumenta que incluso sin trucos fiscales, Irlanda seguiría siendo atractiva por su mano de obra cualificada, acceso al mercado de la UE y apertura al capital extranjero.
Dependencia y gran amenaza
Esta bonanza inesperada puede ser un arma de doble filo. En Dublín se quejan de que la presencia masiva de empleados de empresas tecnológicas ha agravado la crisis de la vivienda. El Consejo Fiscal Asesor irlandés ha advertido del riesgo de que Irlanda sufra el "mal holandés", un desequilibrio económico como el que sufrió Países Bajos en los 70 cuando su riqueza en gas natural distorsionó su economía. A diferencia del petróleo, nadie sabe cuándo acabará este maná fiscal. Solo tres empresas generaron el 38% de toda la recaudación del impuesto de sociedades en 2023, lo que deja a Irlanda extremadamente expuesta al rendimiento de compañías extranjeras sobre las que no tiene ningún control.
Tampoco se sabe cómo podría actuar Trump si vuelve a cambiar las reglas fiscales o imponer nuevos aranceles que perjudiquen a Irlanda. Lo ideal sería que las autoridades hubieran reservado el superávit fiscal en un fondo soberano, como hizo Noruega con su petróleo, para prepararse ante un posible fin de la bonanza. Pero según Dan O'Brien, del Instituto de Asuntos Internacionales y Europeos de Dublín, solo una décima parte de los 160.000 millones de euros recaudados en la última década se han ahorrado (es cierto que este año Irlanda presenta un enorme superávit, pero no ha sido la norma). Una combinación de suerte y audacia ha beneficiado a Irlanda. Solo queda confiar en que esa buena fortuna se mantenga.