
Prometió que desde el primer minuto firmaría docenas de órdenes ejecutivas para reformar Estados Unidos. Y cumplió. Donald Trump celebra sus primeros 100 días en la Casa Blanca con una batería extensa de medidas que han puesto a la economía norteamericana —y mundial— patas arriba. Cualquier análisis sesudo caduca en minutos frente a la imprevisibilidad del mandatario más errático de la historia norteamericana. Justamente, el estado de confusión permanente está marcando la senda de Estados Unidos estos días ante el resto del mundo, que no sabe bien cómo responder.
Los efectos en los mercados, los gobiernos extranjeros y la ciudadanía norteamericana ya se están dejando entrever. Sacudidas de las plazas financieras, huida de los otrora activos refugio norteamericanos, realineamiento de las alianzas internacionales, escalada arancelaria, difidencia frente a la corte de leales que ha colonizado la Administración y la sombra de una crisis económica potenciada por una inflación todavía no controlada son las señales que dejan las primeras 15 semanas del presidente Trump.
La telenovela comercial se centra en China (de nuevo)
La palabra favorita de Trump ha desatado un conflicto comercial internacional y un realineamiento de las alianzas. Todavía es pronto para aventurar cómo impactarán los nuevos aranceles estadounidenses a largo plazo, pero en el corto han retumbado en todas las esquinas financieras. Desde enero, cuando comenzó a amenazar con los impuestos aduaneros a todo tipo de países, la 'telenovela' comercial no ha parado de sumar episodios con giros de guion constantes.
El conjunto de acciones con los que el presidente ha impuesto, retirado, aumentado, disminuido, pausado o renegociado los aranceles —en varias ocasiones, incluso el mismo día— ha generado un nivel de desconcierto pocas veces visto, incluso para quienes están "pegados" a la pantalla comercial. Este escenario de imprevisibilidad y amenazas constantes ha potenciado la desconfianza del tejido económico, el hastío por parte de sus antiguos socios comerciales y una incertidumbre comercial ante una Casa Blanca cuyo rumbo no está claro.
Los aranceles son probablemente el mejor ejemplo de la política errática de la nueva Administración norteamericana. Sus idas y venidas dificultan mapear correctamente la situación actual de las aduanas estadounidenses, pero el estado de la cuestión contrastado por elEconomista.es es el siguiente:
- Aranceles universales de al menos el 10% a todos los países del planeta, incluso de territorios habitados solamente por pingüinos (no, no es una hipérbole).
- Impuestos a las importaciones de bienes procedentes de China del 145%. En estos momentos, hay una batería de productos excluidos de dichos aranceles, entre los que destacan los productos tecnológicos, los medicamentos y algunos minerales. Pekín ha decretado unos aranceles de respuesta del 125%.
- Impuestos aduaneros del 25% al acero, el aluminio y los automóviles. Ayer decretó rebajas en estos últimos por la presión de la industria del motor.
- Impuestos del 25% a las compras procedentes de Canadá y México, que parcialmente ha eximido y solo afecta a aquellos bienes que no están incluidos en el tratado de libre comercio de Norteamérica.
La escalada arancelaria representa la mayor subida de impuestos a los estadounidenses desde la ley presupuestaria de 1993, durante la Administración Clinton. Lo más curioso de este aumento fiscal es que, mientras en el pasado la mayoría de subidas han sido aprobadas por el Congreso, este incremento proviene del puño y letra de Trump, cuyo anhelo es eliminar los impuestos sobre las clases medias.

En los últimos días, el presidente ha lanzado mensajes conciliadores hacia China para tratar de buscar una negociación de la guerra comercial. Por otro lado, Scott Bessent, secretario del Tesoro de EEUU (equivalente a un ministro de Finanzas), comunicó en privado que la guerra comercial era insostenible para la economía estadounidense, lo que añade presión para que el presidente busque una desescalada comercial.
Trump le echa un pulso al mercado…
La grave crisis entre el presidente y el resto de instituciones ha provocado un aumento del descontrol político. Los límites de los tres poderes constitucionales, sujetos a un eterno tira y afloja, es marca de la casa de la política estadounidense. Sin embargo, las declaraciones y la ristra de decretos que vulneran leyes, organismos autónomos y sentencias federales han puesto contra las cuerdas la credibilidad e independencia de los Estados Unidos de América como país. El último ataque ha perforado el sancta sanctorum de las finanzas y los mercados estadounidenses: la Reserva Federal.
Como gobernadores del banco central estadounidense, Jerome Powell y la Junta Directiva de la Fed son independientes a los designios del Gobierno. Una de las promesas de Trump era reducir la inflación, fenómeno económico que no ha logrado encarrilar con su política económica, por lo que desde hace meses echa la culpa a la Reserva Federal.
Durante la carrera electoral, el presidente consideraba que Powell conspiraba, sin aportar pruebas, a favor de los demócratas y que no reduciría los tipos oficiales a no ser que beneficiara a los rivales de los republicanos. La Fed recortó tres veces las tasas en otoño: antes y después de las elecciones, en línea con las previsiones de los analistas. Aun así, Trump llegó a amenazar con despedirlo, y luego se retractó.
En paralelo a su enemistad creciente contra Powell y las advertencias de la propia Reserva Federal sobre la debilidad económica que se avecina, los mercados empezaron a mostrar signos de inquietud. Muchos inversores han cuestionado las decisiones de Trump y sus movimientos de dinero han dejado una huella inconfundible: el mundo financiero ya no busca refugio en Estados Unidos.
El principal selectivo de Wall Street, el S&P 500, ha vivido unos meses de infarto plagados de subidas y bajadas constantes, con los brókeres pendientes de cada mensaje de Trump. Pero la tendencia de fondo no deja lugar a dudas: desde la investidura del presidente el 20 de enero, la referencia estadounidense ha caído un 8%. Entre los principales damnificados se encuentran las Siete Magníficas: Alphabet (-19%), Amazon (-18%), Apple (-5%), Meta (-10%), Microsoft (-8%), Nvidia (-22%) y Tesla (-32%). Todos los dirigentes de estas empresas guardaron pleitesía y apoyo a Trump en su investidura. Todos ellos han comenzado a alejarse del presidente viendo las consecuencias bursátiles para sus negocios.
…y el mercado gana el primer asalto
La confluencia de las constantes subidas arancelarias junto con la falta de independencia de Trump ante las diferentes instituciones quebró el último resorte de seguridad que le quedaba al sistema financiero: el dólar.
La divisa norteamericana cumple varias funciones en las relaciones financieras internacionales. Las dos más destacables, íntimamente relacionadas, son su capacidad mundial como moneda de reserva (alrededor del 60% de las cuentas están denominadas en dólares estadounidense) y su atractivo como activo refugio. El valor del dólar y la seguridad del país que respalda trajo un corolario altamente rentable para el Gobierno: la deuda del Tesoro estadounidense se transformó en la referencia de renta fija planetaria desde el final de la Segunda Guerra Mundial, lo que se traduce en intereses más bajos.
La Casa Blanca ha atacado en estos meses ese orden internacional financiero que creó el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y las Naciones Unidas —ideados en los acuerdos de Bretton Woods y la conferencia de Dumbarton Oaks de 1944—. Desde la llegada del magnate a la Casa Blanca, el dólar ha sufrido un desplome de su precio y la salida de los bonos estadounidenses ha desatado todas las alarmas. La presión de los mercados y sus aliados, incluido Bessent, llevó a Trump a recapacitar y el 9 de abril el presidente anunció una pausa de los aranceles.
A pesar de la marcha atrás, los capitales han seguido fluyendo fuera de la vieja Meca del capitalismo financiero. El euro, el yen y el franco se han revalorizado más de un 9% frente al dólar. El oro ha batido a todas las bolsas internacionales y lleva una intensa apreciación de más del 20%. Alphabet, matriz de Google, ya busca incluso acreedores en euros…
El mundo occidental, en descomposición
Tras la caída de los países del Eje en 1945, la humanidad se reordenó en tres bloques poco cohesionados: el mundo capitalista, el comunista y el tercer mundo no alineado. Pocos lazos quedan en la actualidad de aquellos tiempos, excepto unas alianzas históricas entre Norteamérica, Europa, Oceanía y los Tigres Asiáticos. En 100 días, la nueva Administración ha trastocado para siempre esta entente.
La acalorada discusión en la Casa Blanca con Volodímir Zelenski, presidente de Ucrania; los mensajes contra Europa en la cumbre de seguridad de Múnich; las amenazas de invasión de Canadá, Groenlandia y el canal de Panamá; los mensajes tibios de apoyo a Taiwán… Las consecuencias a largo plazo son inciertas, pero en las últimas semanas se empiezan a notar sus efectos:
- En Canadá el Partido Liberal capitaneado por Mark Carney acaba de ganar las elecciones con el discurso más nacionalista y antiestadounidense que se recuerda. Carney ha reiterado en campaña su intención de cortar amarras económicas y militares con EEUU.
- En Europa se han cerrado las bases del mayor programa de rearme continental desde las Guerras Mundiales. La UE movilizará más de 800.000 millones de euros y la mayoría de los Estados están ampliando sus presupuestos militares.
- Rusia ha incrementado la presión militar sobre Ucrania, sabedor de que puede obtener formalmente los territorios conquistados. Las conversaciones de paz en las que Estados Unidos ha tratado de mediar permanecen estancadas.
- Israel ha reanudado los ataques en Gaza, lastrando de momento cualquier atisbo de una paz en Oriente Medio.
- China, Corea del Sur y Japón han reforzado las conversaciones para cerrar un acuerdo comercial trilateral.
- El recorte de fondos humanitarios decretado por la Casa Blanca desembocará en graves crisis en multitud de países y un probable realineamiento de estos ante Pekín.

DOGE ya no es eficiente políticamente
Elon Musk, el magnate de origen sudafricano y nacionalidad canadiense dueño de compañías como SpaceX, Tesla o X, ha sido hasta hace unas escasas semanas el más poderoso aliado de Trump. A cambio de los más de 250 millones de dólares que donó a la campaña electoral del actual presidente, Musk entró hasta la cocina de la Administración Federal, buscando desguazar las instituciones públicas para recortar billones de dólares de déficit público.
Para ello, Trump le entregó una agencia gubernamental rebautizada como Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE, por sus siglas en inglés; en alusión a una criptomoneda meme). A través de ella, Musk y sus chicos, jóvenes ingenieros procedentes de sus empresas, desorganizaron las entrañas federales del Estado norteamericano: ordenaron despidos indiscriminados, que en varios casos tuvieron que readmitir; se enfrentaron a los tribunales federales, lo que obligó a reactivar muchos programas congelados, como USAID (el departamento de ayuda humanitaria); llegaron a rastrear información sobre los contribuyentes y los pensionistas norteamericanos; se enzarzaron en una disputa contra el resto de miembros del Ejecutivo estadounidense, y, finalmente, incrementaron la tensión entre las diferentes instituciones norteamericanas.

Mientras la Administración estadounidense no aclaraba el papel exacto que tenía Musk, el oligarca lanzaba una campaña política a favor de los partidos nacionalconservadores de Europa y América, y aumentaba las polémicas contra otros aliados de la órbita trumpiana en su red social. Su posicionamiento político agrietó el nombre de Tesla, lo que ha derivado en una caída de las ventas de los vehículos y un arrepentimiento público de algunos clientes.
El desplome de las acciones de su única firma cotizada en bolsa y buque insignia de sus negocios ha puesto punto final a su presencia en el Gobierno. Tras semanas de especulación y con menos de 100 días a sus espaldas como segador del presupuesto público estadounidense, el magnate ha decidido abandonar el barco ante su oposición a los aranceles y el daño a sus negocios. Ahora Musk, dedicará su atención a Tesla.
Reindustrialización con acento estadounidense
El objetivo explícitamente declarado por los miembros del Gobierno estadounidense es traer de vuelta las fábricas deslocalizadas en Asia. A ojos de Trump y gran parte de su Gabinete, existe un deterioro permanente del estilo de vida norteamericano que creen que se resolverá si regresan los empleos industriales.
Para ello, el presidente ha trazado una estrategia triple: los aranceles, la flexibilización de la energía y la alianza con sectores estratégicos como la tecnología. El resultado en estos 100 días ha sido una cascada de anuncios de inversiones en suelo estadounidense equivalentes al PIB de España (1,6 billones de dólares). Está por ver cuánto se acaba materializando, y cuánto empleo y bienestar económico generará al final. De momento, multinacionales como Apple han comunicado su intención de trasladar su producción desde China a… India. El petróleo y el gas no remontan debido al deterioro económico y las perspectivas de un invierno industrial en gran parte del planeta.
Esta reindustrialización ha focalizado la atención en los ciudadanos estadounidenses frente a la población extranjera. La política de cierre de fronteras, persecución de inmigrantes, colisión con estados demócratas y expulsiones en aviones fletados rumbo a El Salvador está dando frutos, aunque no todos los perseguidos por Trump. El turismo internacional se está desplomando mientras la llegada de flujos migratorios cesa a pasos agigantados. El campo estadounidense ya acusa la falta de mano de obra. El impacto económico de la expulsión de millones de personas de manera descontrolada puede ser peor para la economía estadounidense que la guerra comercial, que se augura dura para el ciudadano norteamericano.
Los 100 primeros días del segundo mandato de Donald Trump son solo el comienzo de un Gobierno que se aventura intenso, caótico y con una gran incógnita: ¿hacia dónde marcha el orden mundial? Lawrence Wong, primer ministro de Singapur, lanzó una advertencia hace unos días: "Nadie sabe a dónde se dirige esa transición. Pero ni China ni ningún otro país quiere —o puede— llenar el vacío dejado por Washington".
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