Economía

La guerra por la mano de obra estalla: una nueva era del mercado laboral empieza a coger forma

Foto: iStock

El mercado laboral está viviendo un momento único. La tasa de paro en la zona euro se encuentra en mínimos históricos y en el caso de España, aunque estos mínimos aún están lejos, sí se podría decir que se encuentra en el nivel más bajo de los últimos 50 años sin atisbos de grandes desequilibrios. Es cierto que en 2007-2008, la tasa de paro se situó en el 8%, pero entonces la economía estaba distorsionada por una enorme burbuja de crédito e inmobiliaria (un sector extremadamente intensivo en factor trabajo) que redujo artificialmente la tasa de paro. Hoy, la ocupación está en máximos y la tasa de paro en niveles bajos (para ser España) sin burbujas a la vista. Parece que el mercado laboral podría estar entrando en una nueva era en la zona euro (quizá incluso en Occidente) y en nuestro país, inaugurando una guerra total por la mano de obra que podría durar más de lo que parece.

Porque este escenario en apariencia tan positivo para el empleo ha revelado un desafío sin precedentes: la falta de mano de obra, que ha transformado el equilibrio de poder en las relaciones laborales. Lo ha hecho, además, coincidiendo con un intenso ciclo inflacionista que, hasta cierto punto, ha retroalimentado vía salarios. Las empresas se han visto inmersas en una carrera por subirlos, confiando en que este 'sobrecalentamiento' del mercado laboral respondía simplemente a una coyuntura temporal. Pero este diagnóstico no podía estar más equivocado.

El referente habitual para hablar de falta de mano de obra son las vacantes de empleo, sobre todo cuando se expresan como ratio entre el porcentaje de puestos de trabajo por cubrir y el paro en la conocida curva de Beveridge. Un indicador 'clásico' del ciclo económico (menos paro y más vacantes en fases expansivas y a la inversa en las recesivas) que, sin embargo, ha registrado un comportamiento anómalo tras la pandemia. Y es que tenemos grandes economías como Alemania coqueteando con la recesión mientras registran mínimos de desempleo y máximos de puestos disponibles, mientras otros, como España, con una tasa de paro de doble dígito y una de vacantes que solo se puede calificar como 'raquítica' lideran el crecimiento de la eurozona. Pese a todo,las dimisiones en España están en máximos históricos, lo que también deja entrever que el mercado laboral está entrando en una nueva era.

Ante las dudas de si esto responde a un problema de las estadísticas o a la existencia de factores que las métricas convencionales no son capaces de detectar, muchos analistas recuerdan que el mercado laboral, como cualquier otro, es un juego de oferta y demanda: y tan importante son las empresas que buscan trabajadores como las características de las personas dispuestas (o no) a acudir a esa llamada. Y aquí toca hablar de la mano de obra disponible.

'Mano de obra' es sinónimo de fuerza laboral y población activa: la suma de las personas que tienen un trabajo y las que no lo tienen, pero lo buscan activamente (es decir, los parados). Pero, aunque la vida laboral puede empezar a partir de los 16 años y se extiende hasta la jubilación (y más allá), lo cierto es que en términos económicos no se considera toda igual de productiva: muchos menores de 25 aún se han incorporado totalmente al mercado laboral porque siguen estudiando, mientras los mayores de 55 empiezan a plantearse el retiro más que a buscar un cambio de empleo, e incluso adelantan la jubilación si se encuentran en paro, ya que tienen menos oportunidades que el resto de trabajadores. Por ello, el referente de mano de obra disponible se centra en las personas entre ambas franjas de edad, los denominados en inglés 'prime age workers'. Y su peso en el mercado laboral se está reduciendo.

En este sentido, España es un caso llamativo. A pesar de tener la tasa de paro más alta de la zona euro y la más baja de vacantes, las empresas de sectores clave de la economía denuncian falta de trabajadores. ¿Cómo es posible? La cosa queda más clara si vemos que el peso de la mano de obra 'prime' en el mercado de trabajo se ha reducido casi nueve puntos desde su máximo en 2012. Es decir, que la recuperación del empleo tas la crisis financiera se hizo con unos trabajadores potenciales cada vez más 'envejecidos'.

Ello a pesar de contar con más activos por la llegada de trabajadores de inmigrantes, pero también porque los hijos de la oleada de principios de siglo, españoles de nacimiento, se incorporaban al mercado laboral. Sin olvidar, por supuesto, el cada vez mayor peso de las mujeres en la población activa. Estos efectos positivos se vieron lastrados por un cambio demográfico subestimado por las empresas y las políticas económicas que seguían recetas desfasadas sin tomarse suficientemente en serio la 'bomba de relojería' demográfica. Esto explica que con una tasa de paro del 11,7% se hable de falta de mano de obra: hay sectores que, simplemente, están perdiendo a sus trabajadores potenciales por no haber sabido adaptarse a esta evolución.

Pero este error de cálculo no se reveló en su total intensidad hasta la pandemia, que aceleró el proceso de reequilibrio de poder en el mercado laboral no solo en España, sino en toda la zona euro. Y ello ha traído consecuencias económicas imposibles ya de ignorar, sobre todo en países como Alemania, en los que la demanda de trabajadores supera con creces la oferta disponible. Es decir: hay más puestos por cubrir que parados.

Patrick Artus, economista jefe de Natixis, explicaba en una nota para clientes estos cambios de una forma muy gráfica y contundente a nivel europeo: "Desde finales de los años 1990 hasta 2016, el mercado laboral de la zona del euro ha estado impulsado por las empresas, que tenían un mayor poder de negociación que los empleados, lo que les permitía mantener pequeños aumentos salariales y una alta proporción de los ingresos que general el valor añadido en cada etapa". Ese periodo estuvo caracterizado por un incremento constante de la parte de los beneficios (excedente bruto de explotación) en la tarta del PIB cuando se mide desde el lado de la renta. Sin embargo, las rentas del trabajo sufrieron una constante reducción relativa que fue motivo de alarma entre trabajadores, sindicatos y también economistas.

"Pero desde 2017, y sobre todo a partir del covid, hemos visto el surgimiento de un mercado laboral impulsado por los empleados, con fuertes aumentos salariales y empleados que se ponen al día con la inflación después de un retraso en el ajuste de los salarios a los precios. Esta tendencia se debe a la demografía (disminución de la población en edad de trabajar) y la caída de la productividad, que mantiene el mercado laboral muy ajustado. Este cambio en la forma en que funciona el mercado laboral significa que la inflación salarial en la zona del euro seguirá siendo significativamente más alta que en el pasado", sentencia Artus.

Artus aporta tres líneas o ejes que sostienen su teoría: Una tasa de desempleo cada vez más baja; las dificultades significativas de contratación que se acentúan incluso en periodos de desaceleración económica; y el aumento de la tasa de empleo, combinado con un estancamiento de la productividad. Esto último resulta clave para Artus. El trabajador ha ganado tanta relevancia en el proceso, que los empresarios siguen contratando por necesidad y miedo a quedarse sin trabajadores pese a que la productividad no avanza. Esto, en el medio y largo plazo, si esta nueva era se solidifica, desembocará en una creciente parte de la tarta que va a parar a los trabajadores en detrimento del capital (del beneficio de los empresarios).

El hecho es que todos los mercados del euro han visto reducirse la mano de obra 'prime', incluso con mayor intensidad que España, que, como hemos visto, contrarrestó el golpe gracias a la inmigración (de primera y segunda generación). Pero el ritmo de caída actual es el mismo que en el resto de países. Y no conviene olvidar que dentro de su mano de obra 'prime' hay más parados que en el resto de 'contendientes' en una guerra por el talento que parece inevitable en Europa.

Aunque nuestro país confía en la inmigración, sobre todo latinoamericana para mantener su ventaja, las oportunidades laborales son menores en un mercado con una tasa de paro del 11,7% que en uno en el que se sitúa en el 6,1% y, además, tiene un volumen de vacantes por cubrir mucho mayor. Algo que hace que la cuestión cultural o idiomática no sea tan relevante.

¿Por qué está sucediendo esto? Desde el Banco Internacional de Pagos (BiS por sus siglas en inglés) arrojaban algo de luz en un informe en el que se estudia por qué están resistiendo tan bien los mercados laborales de Occidente: "Una constelación de factores ha llevado a que la demanda de mano de obra supere la oferta. Del lado de la oferta, han influido el crecimiento moderado de la población en edad de trabajar y los cambios en la participación en la fuerza laboral. Además, las preferencias de los trabajadores han cambiado a favor de menos horas de trabajo y más ocio", señalan. Esto último puede ser un factor que contribuye a los problemas de productividad que denuncia Artur.

Los expertos alertan de una tendencia clara hacia "el acaparamiento de mano de obra, es decir, que la escasez genera escasez", aseguran desde el banco Internacional de Pagos. Además, "el exceso de demanda de mano de obra se ha concentrado en sectores que los trabajadores han rechazado durante la pandemia. Estos factores pueden explicar por qué los mercados laborales han sido sorprendentemente resistentes incluso cuando el crecimiento ha estado perdiendo impulso".

Por último, el informe del BIS advierte de que "aunque la experiencia de la pandemia no deje una huella duradera en el comportamiento de los trabajadores y las empresas, es posible que fuerzas estructurales y de más largo plazo mantengan los mercados laborales ajustados. La oferta de mano de obra puede seguir siendo moderada debido a tendencias demográficas adversas, y la actual reconfiguración de las cadenas de suministro mundiales (el llamado movimiento de reshoring) podría reforzar el cambio en los modelos de negocios de las empresas de "justo a tiempo" a "por si acaso".

Esto llevaría a las empresas a crear amortiguadores adicionales, incluso en el lado laboral, lo que podría generar una presión al alza sobre los salarios y, a su vez, los precios", sentencian estos expertos. Pero su diagnóstico plantea dudas sobre lo que vendrá después. A medio y plazo, la demografía seguramente exija algo más a las economías del euro y de todo el planeta.

En un contexto de mayor esperanza de vida y menor natalidad, la receta parece simple: hay que apostar por trabajadores de mayor edad y mejorar su productividad vía tecnología, al tiempo que se acelera el ascenso a empleos 'de calidad' de los jóvenes (que en países como España se retrasa hasta la treintena). Ello podría mejorar la distribución de la renta entre los trabajadores e incluso tendría efectos positivos como un repunte de la natalidad y un descenso de la brecha de programas asistenciales, sobe todo en subsidios por desempleo y pensiones.

Pero erradicar ciertas culturas de la prejubilación que precisamente, se han escudado en los avances tecnológicos no es solo cuestión de voluntad: requiere que las empresas puedan permitírselo sin trasladarlo a los precios.

Esta 'cuadratura del círculo' parece imposible en sectores que apostan por un uso intensivo de la mano de obra en empleos que requieren baja cualificación, como el comercio, la hostelería y la construcción, que concentran la mayor porción en la tarta del empleo. Los jóvenes, mejor formados, no los aceptan y los seniors, sencillamente, no son tenidos en cuenta. Un escenario en que España tiene mucha menos capacidad de competir con sus vecinos, sobre todo a la hora de atraer y retener talento foráneo.

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