Cuando comenzó la pandemia del Covid-19, los primeros análisis que se hicieron sobre la nueva crisis global que había comenzado y su impacto económico concluyó que, probablemente, los primeros países en entrar en la crisis serían los primeros en salir. Los expertos creyeron que habría un orden cronológico en este sentido: una recuperación en V, en la que China sería la primera en salir, por haber sido la primera en entrar; posteriormente sería Estados Unidos, y la zona euro se quedaría más rezagada, siendo la última en sufrir las primeras consecuencias económicas, y la última en empezar a ver la luz al final al túnel.
El tiempo dio la razón a los analistas, y el gigante asiático consiguió dejar atrás la crisis antes que nadie. Estados Unidos le siguió, y Europa ha seguido sus pasos, con algo más de retraso. Como es lógico, al proceso de recuperación le ha secundado el de la normalización de la política monetaria. Los bancos centrales, de nuevo, se han echado sobre sus hombros la mayor parte de la responsabilidad de mantener a flote la economía, y ahora que la situación se empieza a normalizar, los grandes bancos centrales están dando los primeros pasos para deshacer los gigantescos estímulos que han lanzado en los últimos años. Igual que ocurrió en 2020 con la crisis y el comienzo de la recuperación en V, en este proceso de normalización de la política monetaria, China ha sido el primero en iniciarlo. Estados Unidos ha ido detrás, mientras que Europa, de nuevo, va rezagada.
Con la Reserva Federal estadounidense (Fed) dando esta semana el pistoletazo de salida oficial para el tapering (las compras de deuda se empiezan a recortar este mismo mes, y seguirán a un ritmo de 15.000 millones de dólares mensuales en adelante), el consenso de mercado que recoge Bloomberg ya pone fecha a la reunión en la que la institución incrementará los tipos de interés para la primera economía del mundo. El primer incremento en este sentido, de una subida de 25 puntos básicos (la habitual que lleva a cabo la institución), ocurrirá en el primer trimestre de 2023. Será la primera subida del precio del dinero que lleva a cabo la institución desde diciembre de 2018.
Para Europa, sin embargo, la situación es muy distinta: el consenso no espera subidas de tipos, como mínimo, hasta 2024. Los analistas más optimistas se cuentan con los dedos de una mano, y no apuestan por subidas de tipos hasta el último trimestre de 2023. Los pocos que lo ven no son suficientes para inclinar al consenso.
Además, hay que tener en cuenta que, antes que una subida de los tipos de interés de referencia, los expertos creen que el BCE llevará a cabo una subida en la facilidad de depósito (el precio que le cobra el BCE a los bancos de la eurozona por dejar su dinero aparcado en la institución), actualmente en el -0,5%.
Tres condiciones para actuar
La eurozona es, junto a Japón, la excepción. Sus bancos centrales han querido esperar a que haya más claridad, no para poner fechas para la subida de tipos, sino para empezar a hablar sobre ello. En el caso del BCE, la nueva estrategia monetaria incluye tres condiciones que se deben cumplir antes de que se produzca la primera subida de tipos.
"Sin tener en cuenta el caso especial de Japón, lo único que falta es un ajuste de tipos o de política por parte del BCE para completar la ronda de bancos centrales. De hecho, actualmente los mercados financieros apuestan a que el BCE aumentará su tasa de depósito a partir del cuarto trimestre de 2022", escriben Bernd Weidensteiner y Marco Wagner, economistas de Commerzbank.
Las tres condiciones del BCE surgen de la revisión de estrategia monetaria que la institución ha aprobado este año. La primera de ellas es, quizá, la única que podría cumplirse ahora mismo. "Hasta que veamos que la inflación alcanza el 2% de forma clara antes del final de nuestro horizonte". Este horizonte tiene su final en 2023, hasta donde llegan las previsiones macroeconómicas del banco central en este momento.
Antes de un alza de tipos de referencia, el BCE tendrá que subir la facilidad de depósito
La segunda condición es que la inflación alcance el 2%, no solo mucho antes del final del horizonte de proyección, sino que también lo haga "de manera duradera para el resto del horizonte de proyección". Esto quiere decir que la inflación debe estar en su objetivo de forma cuasi permanente y no solo como resultado de fuerzas de corta duración.
La tercera condición requiere que "el progreso de la inflación subyacente (no pondera alimentos frescos ni energía) esté lo suficientemente avanzado para ser compatible con la estabilización de la inflación en el 2% a medio plazo, lo que indica que los tipos de interés no deben elevarse a menos que también se considere que la inflación subyacente ha avanzado satisfactoriamente hacia la meta. Esta condición proporciona una protección adicional para evitar que se produzca un endurecimiento de la política monetaria ante shocks que podrían elevar la inflación de forma temporal y desaparecer después", comentaba Philip Lane, economista jefe del BCE.