
Durante la campaña del referéndum del Brexit, cuando el entonces ministro de Economía británico, George Osborne, hablaba de que la salida de la UE provocaría una falta de suministros, subidas de precios y despidos, el líder del la opción de salir, Boris Johnson, denunciaba aquellas predicciones como "la campaña del miedo", y su mano derecha, Michael Gove, decía que los británicos "hemos tenido ya suficiente con los expertos y sus predicciones". Cinco años después, y con la ayuda inestimable de una pandemia que ha sacudido las economías de medio mundo, el actual primer ministro y su ministro del Brexit, Johnson y Gove, se enfrentan a una realidad tan preocupante como la que pronosticaba Osborne: falta de suministros, un mercado laboral completamente desajustado y una inflación que está recalentándose a marchas forzadas. Una situación que deja al actual premier con dos opciones muy duras: permitir un ajuste natural, o dar marcha atrás a algunos de sus principios del Brexit.
Las sacudidas económicas lleva viéndose desde hace semanas. Cadenas de restaurantes que se ven obligadas a retirar productos del menú por falta de suministros, supermercados con numerosas calvas en las estanterías y stocks que desaparecen a toda velocidad. Detrás de estos problemas, exacerbados por los problemas de las cadenas de suministros mundiales, hay una palabra que destaca: el Brexit. Las barreras aduaneras implantadas por el propio Johnson y el portazo a los trabajadores baratos de la Europa del Este que recogían fruta y conducían camiones han estrangulado el sistema circulatorio de la economía.
Julian Jessop, miembro 'brexiter' del Instituto de Asuntos Económicos, un grupo de expertos de libre mercado, explicaba a Bloomberg que el problema de Johnson es que "no quiere admitir que la libre circulación de trabajadores era positiva para el Reino Unido, para no dar la impresión de que no confía en el Brexit". Cuando las asociaciones de transportistas le pidieron a Johnson que aumentara los visados de trabajo para su sector, que tiene una escasez crónica de unos 100.000 conductores, la respuesta del Ejecutivo fue que "los votantes han apostado por dar trabajo a los ciudadanos británicos primero" y que "queremos que los empleadores realicen inversiones a largo plazo en la fuerza laboral doméstica del Reino Unido". El problema es que esos supuestos camioneros británicos en paro a los que los polacos les habían robado el puesto simplemente no existían, y ahora no hay nadie para ocupar el puesto de los polacos mientras las empresas entrenan a sustitutos nativos. La solución es luchar por los pocos conductores que hay, con subidas de salarios que repercuten sobre los consumidores, en una espiral inflacionaria peligrosa.
"El Brexit siempre iba a provocar una tensión en la filosofía conservadora entre el compromiso con el libre mercado y el compromiso con la soberanía", dijo Tim Bale, profesor de política en la Universidad Queen Mary de Londres. "Al final, eligieron la soberanía".
Un duro ajuste
El problema es que la ruptura histórica del sistema económico en el que había estado insertado el Reino Unido durante décadas ha llegado en el peor momento imaginable, en medio de una avalancha de Ertes, una reconfiguración del mercado laboral histórica y tensiones mundiales. Es difícil diseñar un peor contexto para obligar al mercado del país a reajustarse de raíz. Y los efectos se están empezando a ver ahora, cuando el Gobierno ha retirado los calmantes de las ayudas multimillonarias a los sectores afectados por la pandemia.
Para Minouche Shafik, vicegobernadora del Banco de Inglaterra, algunos sectores crecerán rápidamente mientras que otros tendrán que aumentar los salarios para contratar, argumentando que "tenemos que dejar que el mercado laboral haga su trabajo", subiendo los salarios y los precios que haga falta como parte de la "transformación estructural" de la economía. El Banco cree así que presiones inflacionarias son transitorias, y quiere esperar a ver cómo se termina de reajustar la economía antes de tomar decisiones sobre los tipos de interés. Aun así, ha elevado sus proyecciones, y ahora espera que la inflación alcance un pico por encima del 3% para finales de año, una fecha que aterroriza a las empresas de consumo.
Es difícil imaginar a Johnson soportando titulares del estilo de 'Falta carne en los supermercados, pero al menos hay soberanía de sobra'
Las grandes asociaciones de alimentación y de minoristas están advirtiendo de que se avecina una crisis por escasez generalizada de cara a la Navidad. Precisamente es en estos meses cuando las tiendas, de todos los tamaños, hacen acopio de comida, juguetes, ropa y todo lo imaginable para vender en el momento de mayor consumo del año. Pero esta vez no solo no están almacenando nada, sino que los stocks están en mínimos de 30 años y en sentido descendente ante el gigantesco cuello de botella de los suministros. Según Richard Harrow, director ejecutivo de la Federación Británica de Alimentos Congelados, "hay escasez en todas partes" por culpa, principalmente, del Brexit. "Hay poca flexibilidad para llenar los vacíos que tenemos".
La gran pregunta ahora es qué pasará cuando se acerquen las fechas señaladas si todo sigue este camino. Es difícil imaginar a Johnson soportando titulares del estilo de 'Falta carne en los supermercados, pero al menos hay soberanía de sobra', como si de repente Inglaterra se hubiera transformado en Venezuela. La otra cara de la moneda es que su carrera política se sustenta sobre el Brexit, y que las purgas que hizo en su partido durante 2019 han echado fuera de su redil a numerosos votantes del ala liberal anti-Brexit -como el expresidente del Parlamento, John Bercow- a cambio de atraer a otros tantos nacionalistas ingleses, dispuestos a saltar ante cualquier 'traición' al 'Brexit puro' que ha defendido Johnson desde un principio. Un giro demasiado brusco puede poner en peligro su carrera y obligar a una nueva crisis interna de los Tories, la enésima en una década.