
Alemania afronta un futuro gris. Termina una era dorada de primera potencia económica de Europa. Una cambio de ciclo que no solo es económico. Coincide con el fin de quince años de mandato de Merkel, la amenaza de perder el reinado de la industria automovilística, el comienzo de una crisis demográfica y cuando la bendición del euro ha terminado convirtiéndose en una maldición.
La economía germana cerró 2019 con un crecimiento del 0,6%, el menor ritmo de expansión desde 2013, después de esquivar la recesión con el estallido de una profunda crisis industrial. El país ha alejado el riesgo de abrir un periodo recesivo pero nadie confía en que la locomotora de Europa recupere la velocidad crucero con el cambio antiglobalización que está sufriendo el comercio mundial y la transformación digital que tiene que adoptar la industria. Los principales analistas no vislumbran una reacción de la economía hasta 2021.
Para Alemania el contexto internacional ha cambiado en los últimos años. El dominio que ha ejercido sobre el comercio mundial se debió principalmente a su liderazgo en la producción de maquinaria pesada, productos químicos y farmacéuticos, bienes de consumo y, principalmente, a los automóviles. Pero Alemania no solo era una potencia tecnológica. Las reformas laborales afrontadas por el antecesor de Angela Merkel permitió al país contar con un mercado laboral ultracompetitivo que favoreció las exportaciones de sus principales industrias. Y la llegada del euro en mitad del aperturismo global fue el último impulso que la economía alemana necesitaba para convertirse en la más abierta del mundo.
El comercio exterior de Alemania ha llegado a promediar el 80% de su economía en los últimos cinco años, mientras en Francia se ha situado en el 60%, en EEUU un 30% y en China sobre el 40%. El euro y el aperturismo se han convertido en la maldición desde 2018 para Alemania. El crecimiento del proteccionismo, con Trump como máxima expresión, ha provocado que la economía alemana sufra más que el resto las guerras comerciales. Mientras la divisa europea está suponiendo una prisión. Si existiera el marco, Alemania tendría el suficiente margen monetario para recortar los tipos de interés sin entrar en la hetorodoxia del BCE con los tipos negativos.
El fin de la hegemonía mundial del automóvil
El territorio hostil por el que transita Alemania está golpeando a su poderosa industria del automóvil. El sector ha registrado caídas históricas en 2019. La producción de vehículos cayó un 9% hasta las 4,7 millones de unidades, el nivel más bajo desde 1997, y las exportaciones se redujeron un 13% hasta las 3,5 millones de unidades. Las cifras reflejan que Alemania está perdiendo cuota a nivel global, justo en un momento de disrupción en el sector por el advenimiento de los coches eléctricos y autónomos. El dieselgate, el amaño en las emisiones de los motores de combustión alemanes, solo hizo precipitar la constatación de la obsolescencia de los modelos alemanes.
El reto es de tal envergadura como fue para la industria de la música y el cine la irrupción de Internet. Y sucede en un sector que supone el 5% del PIB alemán y que supone el 3% del mercado de trabajo. "Curiosamente, está ocurriendo al mismo tiempo que la demanda interna de automóviles aumentó en 2019", apunta Timo Wollmershaeuser, analista del Instituto IFO. La demanda se está cubriendo con coches hechos fuera de Alemania aunque sea de marcas germanas.
"Pero los clientes no fueron atendidos por la producción nacional, que se redujo en un 8,9% el año pasado después de haber caído un 9,3 por ciento en 2018. En cambio, los fabricantes de automóviles ampliaron la producción de marcas alemanas en ubicaciones fuera de Alemania y luego importaron los automóviles al país". Lo que claramente apunta a una deslocalización de la producción de fuera del país.
"Una posible razón para que los fabricantes de automóviles alemanes reubiquen una producción como esta es que están convirtiendo cada vez más sus plantas a la producción del coche eléctrico", señala el experto. Esta transición está restando al PIB 0,75 puntos, mientras se está beneficiando otros países como la República Checa.
No está claro si los fabricantes alemanes saldrán como perdedores o ganadores en la revolución del automóvil, pero inevitablemente su economía se verá afectada. Aunque la industria alemana salga victoriosa, se perderán más de 400.000 empleos en una década, según el último informe de la Plataforma Nacional para el Futuro de la Movilidad, un organismo que asesora al Gobierno. Los expertos indican que el coche eléctrico solo necesita para fabricarlo 200 piezas frente a las 1.200 de medias de los motores de combustión, algo que afectará a las cadenas de montaje, además de una mayor automatización.
Al día siguiente de la publicación del informe, el Ministro de Trabajo, Hubertus Heil, anunció que se había reunido con las empresas del sector y sindicatos para diseñar un plan de subsidios salariales para evitar despidos. Según el IFO, desde comienzo de 2019 el empleo ha caído un 1,3% frente al descenso del 0,2% de toda la industria.
La clase media de las empresas alemanas no están preparadas para la revolución digital
El problema de la industria del automóvil es extensible a otras industrias y lo que es peor al tejido empresarial del país. Las famosas Mittelstand, empresas de tamaño medio que funcionan como proveedores de las grandes exportadoras alemanas. Están siendo la víctima que no hace ruido de la crisis industrial asumiendo recorte de márgenes y de plantilla arrastradas por los gigantes empresariales.
Pero el gran problema es que se han quedado anticuada frente a las empresas china o estadounidenses que juegan el mismo rol. No están preparadas para afrontar la digitalización de sus fábricas al carecer de las estructuras para combinar robótica, inteligencia artificial, computación en la nube, big data e Internet de las cosas para crear fábricas inteligentes capaces de una producción mejor y más eficiente. Falta hasta desarrolladores como la infraestructura necesaria de Internet. Alemania alcanzó el objetivo de invertir el 3% del PIB en I + D pero solo gracias a la inversión de las multinacionales.
El otro gran problema de Alemania es su envejecimiento de la población que supondrá una reducción de su fuerza laboral. En la década de 1990, el país contaba con cuatro trabajadores por cada pensionista, pero para 2035 ella previsión del Bundesbank es que el ratio se sitúa en dos personas activas por cada jubilado.