Hemos vivido una época diferente a nuestra vida anterior, sorpresiva, y al parecer, hemos llegado al final de una primera etapa. Hemos experimentado nuevos métodos existenciales y quizás algunos de nosotros nos hayamos replanteado muchas cosas.
Como primera conclusión, siempre íntima y personal, parece que nuestro mundo produce fenómenos regulatorios que permiten equilibrar los elementos vitales cuando se desfasan. El cáncer es uno de ellos, pero ya la ciencia ha conseguido amortiguar sus efectos y es menos resolutivo. Ha aparecido este virus, seguramente para quedarse, pero a partir de ahora no producirá ni el temor, ni la ignorancia que hemos padecido.
Esta primera idea nos pone en contacto con la naturaleza, con nuestra existencia, nuestra razón de ser, y con nuestra ambición de permanencia, de eternidad. Nuestras sociedades avanzadas, a partir de la segunda guerra mundial, han vivido en un mundo florido, soleado, plagado de imágenes bucólicas, mundo en el que la tragedia era una excepción, casi una enfermedad. La muerte, en este mundo ideal, era extemporánea, noticiable, imprevista y cuando ocurría, de inmediato era eliminada por nuestras mentes ocupadas en nuestro próximo proyecto vital. Ahora, la muerte nos es más cercana, amiga o enemiga, pero real y debemos contar con ella.
Otro efecto que hemos experimentado es el hecho de que hemos sobrevivido económicamente. El gran gasto que hemos soportado, quizás el único, es la alimentación. Nuestros publicistas no nos han inducido hacia el consumo porque era inútil desperdiciar un dinero y un esfuerzo en provocar este dispendio cuando era imposible alcanzarlo. Las cifras macroeconómicas nos indican que las masas de dinero inmovilizadas han sido enormes. Este hecho nos demuestra que nuestro consumismo es inducido, artificial, generado por un sistema económico basado en el crecimiento permanente y un aumento de la oferta y de la masa monetaria imparables. Quizás debamos pensar en regresar, en parte, al autoconsumo y a la autoproducción.
También nos ha demostrado que los pilares básicos en los que se amparaba nuestro ahorro y nuestra seguridad, no son tan firmes como nos decían. Me refiero al ahorro inmobiliario y al financiero.
En cuanto al inmobiliario, debemos recordar que hasta bien entrados los años cincuenta del siglo pasado, en nuestro pais, la inmensa mayoría de las familias vivían en viviendas arrendadas. Fue a partir de los años sesenta que grandes empresas constructoras edificaron viviendas asequibles pagadas a plazos mediante letras de cambio. En cinco años una familia obrera podía satisfacer su precio. Las hipotecas eran un producto de las cajas de ahorro destinado a los promotores, no a los adquirientes.
Unos quince años más tarde, la banca entró en el negocio de los prestamos hipotecarios y como máximo se concedían hipotecas a quince años. El origen de nuestra crisis de finales del 2007, fue que las grandes inmobiliarias y las entidades financieras se pusieron de acuerdo para absorber el máximo de ahorro de la población y alargaron las hipotecas hasta los treinta años y más. El precio de la vivienda no se calculó sobre su coste, sino sobre el importe que podía satisfacer como cuota hipotecaria el adquiriente, según sus ingresos. Aquí vino la debacle, desaparecieron las conservadoras cajas de ahorro y toda la banca todavía sufre aquella ambición ilimitada.
En cuanto a los fondos de inversión, precisan, poco o mucho ganar siempre, porque deben retribuir el ahorro que administran ya que si no tienen éxito, el ahorro se va a otra entidad mejor administrada. Ya se sabe que ganar siempre es imposible y si se esta apariecia, es mediante artimañas engañosas y a la larga prejudiciales. Pronto lo experimentaremos.
Quizás, a partir de ahora deberemos ser más conservadores con nuestro ahorro y tenerlo en casa o en el banco, pero a nuestro alcance y a un interés reducido. Siempre habrán financieros mágicos que crearán nuevos productos y métodos que producirán un gran atractivo a las gentes que carecen del suficiente conocimiento y dada nuestra experiencia, deberá huirse de esta ilusoria tentación.
Quizás el ahorro, la la vista de la carencia de oportunidades, se utilice para, unido a muchos otros, intentar iniciativas novedosas y con riesgo pero capaces de promover el avance de nuestro mundo. Regresar al pensamiento industrial catalán que miraba el largo plazo cuando pensaba en la generación de una industria. Ahora existen nuevos sectores, atractivos, para destinar esfuerzo y dinero, el ecológico- agricultura, alimentación, residuos, nuevos materiales, con una industria incipiente que debe desarrollarse mucho más, el tecnológico, el energético basado en nuevas fuentes ya que pronto las tradicionales quedarán obsoletas y otros muchos que nos abren nuevos horizontes.
Esta situación nos advierte que vivíamos en un mundo añejo y debemos, con ilusión, imaginación y esfuerzo, entrar en otro mundo diferente, más de acuerdo con el futuro que con el pasado.