
La banca no logra ver el final del túnel. Tras más de diez años de crisis, con momentos especialmente complicados, las entidades no consiguen salir de la espiral de agónica recuperación de los últimos tiempos. Buena parte de esta situación se debe desde hace meses a la política monetaria que está llevando a cabo el BCE, que está lastrando la cuenta de resultados del sector.
Los banqueros españoles se han quejado amargamente, tanto pública como de forma privada, en distintas ocasiones por el mantenimiento de unos tipos negativos durante un periodo tan largo, porque empieza ya a tener unas consecuencias nada positivas sobre la economía.
Los reguladores y el propio sector sostienen que la situación ha mejorado considerablemente, porque la carga de activos tóxicos se ha limpiado sobremanera, pero la rentabilidad suficiente sigue siendo una asignatura pendiente de aprobar. Y el aplazamiento de una subida de los tipos de interés oficiales por parte del organismo europeo no ayuda en nada a que pronto pueda superar esta prueba, vital para su supervivencia futura.

El optimismo manifestado por los directivos del sector en 2017 se ido transformando, poco a poco, a cierto pesimismo. Hace dos años, por ejemplo, el presidente de Bankia, José Ignacio Goirigolzarri, llegó a apuntar que "se ve ya el final del túnel", porque en algún momento de 2018 el BCE subiría el precio del dinero. Entonces, su homólogo de Banco Sabadell aseguraba que si fuera por los riesgos geopolíticos "estaríamos en un momento estupendo tras dos años de recuperación".
El problema es que el BCE no ha movido el precio oficial del dinero, que sigue en el 0%, y no descarta llevarlo al terreno negativo y la situación política y económica mundial ha empeorado desde entonces.
En este escenario tiene que operar un sector financiero, con una reputación por los suelos debido a los constantes escándalos y con unos desafíos cada vez más complejos. El más importante de estos retos es la amenaza de que las grandes firmas de Internet aterricen en el negocio bancario y se lleven una parte importante de la tarta, que ahora solo se reparten entre unos pocos.
Según Francisco Uría, socio responsable del sector financiero de KPMG en España, "el sector financiero español continúa afrontando un panorama complejo, derivado del retraso de la normalización monetaria y el mantenimiento de tipos de interés bajos, lo que incide en su rentabilidad obligándoles a desarrollar iniciativas de reestructuración y de control de costes".
A la espera de más recortes
Un informe reciente de la consultora destaca que la banca plantea un 2019 con más pesimismo que el conjunto de empresas españolas. El documento, basado en una encuesta a altos ejecutivos, concluye que el 74% de los directivos financiero califica la situación de "regular", frente a un 39% de la media del resto de industrias. Por ello, el 43% espera recortes de plantilla en sus entidades.
La encuesta se realizó antes de que el BCE dejara claro en su reunión de junio que no tenía previsto aumentar los tipos de interés, al menos hasta la segunda mitad del próximo ejercicio, con lo que las expectativas sobre la capacidad de que el sector mejore sus ingresos han empeorado.
Distintos banqueros admiten en privado lo que muchos analistas vienen advirtiendo, de que no cumplirán con los compromisos de sus planes estratégicos, que vencen la mayor parte a finales de 2020 y 2021. La rentabilidad no alcanzará el soñado 10% sobre recursos propios (ROE). Señalan que mucho tendrían que cambiar las cosas para poder complacer a los inversores, aunque están buscando medidas alternativas para no decepcionar a los mercados y a los supervisores.
El sector se enfrenta además a los riesgos que suponen Reino Unido, México y Turquía
Una de ellas, como publicó esta semana elEconomista, es la extensión del cobro por los depósitos a más clientes. Hasta la fecha, las entidades venían aplicando tipos de interés negativos a los excedentes de liquidez que colocaban en sus oficinas las grandes empresas. Ahora proyectan que todas las compañías, sin excepción, tengan que pagar por poner su dinero en una cuenta corriente o a plazo, como ocurre en Alemania, Holanda y Bélgica desde hace años. Por el momento, el sector descarta ampliar esta iniciativa a los particulares, porque provocaría una fuga de ahorros y dañaría aún más la reputación.
Esta medida, aún por concretar, se sumaría a la venta de participaciones industriales o partes del negocio -filiales de seguros, gestoras de fondos, divisiones de crédito al consumo, etc.- para cosechar beneficios extraordinarios y ajustes de sucursales y personal con el fin de ganar eficiencia operativa.
Con ello, pretenden compensar no solo los menores ingresos por los tipos negativos, sino también las menores estimaciones sobre la evolución de la actividad crediticia, debido a la ralentización de la economía y sobre las partidas que llegan de franquicias extranjeras a los grupos internacionales.
La incertidumbre sobre el Brexit supone una amenaza relevante de los márgenes del Sabadell y el Santander; la situación que atraviesan Turquía y México, con la presión arancelaria de Estados Unidos, es un serio reto para BBVA; y la debilidad de Italia y Alemania, para el conjunto del sistema, tenga o no tenga filiales fuera de España. Estos riesgos, además de presionar sus cuentas y sus valoraciones en bolsa, están impulsando que los supervisores reclamen cada vez un mayor nivel de capital, lo que dificulta aún más que la rentabilidad llegue a la meta objetivo. Cuanta más solvencia es necesario un mayor nivel de ingresos para que los beneficios suban.
Desde hace meses, el BCE y el Banco de España vienen solicitando a las entidades de nuestro país que incrementen sus recursos propios, que se sitúan a la cola del Viejo Continente. La insistencia es tal, que incluso en algunas entidades los mensajes no están sentando bien, porque no hay homogeneidad en el tratamiento contable en toda la zona euro y porque en estos momentos, tal como se encuentran los mercados, es prácticamente imposible que un banco pueda ampliar capital a precios razonables. Tampoco comprenden el martilleo constante para que aborden una nueva oleada de fusiones, aunque en este caso entienden que podrían ser necesarias a tenor de las circunstancias.