Marcos Suárez Sipmann
La economía brasileña ha entrado formalmente en recesión. La presidenta Dilma Rousseff trata de transmitir un mensaje de optimismo en el sentido de que el país va a superar sus "temporales dificultades". Pero la recesión es incluso más severa de lo que anticipaban las estimaciones. El deterioro afecta a todos los indicadores analizados con el impacto más grave en el empleo. Más allá de cómo o quién lo mida -consultores privados, Banco Central o agencias de estadísticas-, el resultado es el de una auténtica debacle a medida que avanza el año más problemático y conflictivo para la mandataria.