El magnate Donald Trump causa grandes dolores de cabeza al partido republicano. Con su incontinencia verbal y agresividad retórica, el polémico empresario inmobiliario, en un mes de campaña, ha conseguido captar todo el interés de la prensa y de la opinión pública. Sus ataques son indiscriminados. Sus declaraciones han ofendido no solo a millones de inmigrantes mexicanos ("los que entran ilegalmente son narcotraficantes, criminales y violadores"), sino en general a los votantes hispanos. También reitera su idea de construir un muro que separe México y EEUU, aunque matiza que semejante infraestructura solamente es necesaria "en algunas partes" de la extensa frontera. No contento con esto ,escarneció al respetado senador John McCain, "un perdedor" por haber sido capturado en Vietnam, donde pasó cinco años preso y sufriendo torturas que lo lesionaron de por vida.
El racismo y las insultos no le impiden liderar los sondeos, como los de The Washington Post y ABC News, por los que Trump casi dobla a su más cercano contendiente. A raíz de estos resultados y pese a las críticas y los boicots por sus descalificaciones, Trump no sólo no rectifica, sino que endurece sus ataques. El país ya está acostumbrado a sus exabruptos, y sus simpatizantes consideran acertado que "hable duro y claro por el bien de EEUU". Aplauden que "diga las cosas como son y no como los políticos tradicionales que prefieren quedar bien con todos".
Una celebridad en los shows de televisión y protagonista de escándalos con sus matrimonios y divorcios, tiene además el dinero para financiar su candidatura sin recurrir a donantes. Y si algo posee Trump, además de riqueza, es una gran habilidad para generar titulares.
He aquí de nuevo el dilema de los políticos, a saber: notoriedad implica popularidad, lo que lleva a los candidatos a apelar a cualquier recurso para lograr subir en las estadísticas. En estas semanas los demás candidatos han sufrido ese impacto mediático. Nada de lo que han hecho para presentar sus ideas y programas ha tenido una atención en los medios similar a las fanfarronadas y exabruptos de Trump.
Es cierto que todo esto produce una percepción distorsionada, que no debe llevar a sobredimensionar las encuestas. El 6 de agosto está prevista la celebración de un debate en el que, por su posición en las encuestas, Trump tiene derecho a participar. Será una fecha clave para analizar las estrategias utilizadas por sus contendientes para enfrentarse al "fenómeno Trump". Por el momento al menos, un efecto positivo (quizá el único) es que los argumentos de Trump harán inevitable que los demás candidatos intentarán activamente congraciarse con los hispanos.
El mediático y populista discurso provocador de Trump muestra las grietas de la democracia estadounidense. La campaña no augura un juego limpio. Y el establishment del partido republicano no parece aprobar ni el mensaje ni la imagen de Trump como su eventual candidato presidencial.
Esta figura chillona y estridente hace muy difícil ofrecer una visión diferenciada a la opinión pública. Esta dificultad se muestra especialmente en la cuestión de la inmigración. La formación podría movilizar a los latinos, católicos más bien conservadores, si dispusiera de un programa sensato en la materia. El alto y anárquico número de precandidatos republicanos -son 16- con opiniones muy diferentes sobre el tema, estimula además a formular declaraciones y generar propuestas que "llamen la atención". Y la presencia de alguien como Trump con sus descabellados planteamientos complica cualquier matización creando la impresión de que todo los republicanos piensan como él. Su imagen extremista está afectando al partido entero por lo que muchos políticos han comenzado a distanciarse de él.
Otro problema y no menor para los republicanos sería la posibilidad de que Trump decidiera presentarse a las elecciones como candidato independiente. Con solo sacar un par de puntos porcentuales las cosas se pondrán extremadamente difíciles para ellos, ya que se prevé que la carrera con los demócratas será muy estrecha.
De una forma o de otra hace un flaco favor a las expectativas republicanas de recuperar la Casa Blanca. Y lo peor es que cuanto más se dilate en el tiempo el incoherente y grotesco discurso de Trump en esta precampaña tanto mayor será el daño al proceso democrático.